Teatro
Cuarteto inofensivo
Autor y director: Miguel del Arco. Reparto: Gonzalo de Castro, Emma Suárez, Belén López, Luis Merlo. Teatro Cofidis. Madrid.
Salvando las distancias obvias, para empezar la del formato, hay un abismo entre la sutileza narrativa, el relieve conceptual y la profundidad de «Eyes Wide Shut».
Salvando las distancias obvias, para empezar la del formato, hay un abismo entre la sutileza narrativa, el relieve conceptual y la profundidad de «Eyes Wide Shut» y la aspereza dramatúrgica y la superficialidad de aproximación al conflicto de «Deseo», otra autopsia de la vida sexual en la pareja con la variante de la teatralidad: casi todo transcurre durante un fin de semana en una casa de campo a la que Manu y Ana, matrimonio instalado en la rutina, han invitado a Paula, una desinhibida compañera de gimnasio de Ana, y a Teo, amigo de Manu recién divorciado. Texto, por otra parte, más que digno, bien construido, con esa fluidez que da el haber visto y leído mucho teatro, esta tragicomedia revalida en Miguel del Arco no sólo al estupendo director de merecidos éxitos en los últimos años –entre ellos, «La función por hacer», «Veraneantes» o «La violación de Lucrecia»– que sabe sacar lo mejor de sus repartos, sino al autor con tirón comercial. El público parece disfrutar y la obra tiene innegable gancho. Del Arco firma además una efectiva resolución escénica, con juegos de proyecciones y un escenario giratorio, y no falla en el trabajo con un potente reparto, con Emma Suárez y Belén López rotundas –la primera, de mosquita muerta; la segunda, de loba con secretos–, Luis Merlo muy convincente como el divorciado mujeriego y Gonzalo de Castro mejor hacia el final, cuando su personaje se libera de su máscara, aunque algo acelerado en su dicción al comienzo.
Sin embargo, esta partida entre amistades no tan peligrosas de previsible desenlace –no al detalle, pero sí en su catarsis– es una aproximación mecánica a un tema que podría ser interesante –lo es en el debate inicial sobre si la infidelidad existe en su comisión o en su percepción por parte del afectado–, pero que sustituye la sorpresa por el oficio y el manual. Pretendidamente provocador, con escenas de cierto voltaje, se achanta al final. Kubrick finalizaba con valentía: «Hay que follar», le soltaba Nicole a Tom. A Del Arco le asalta el conservadurismo en un epílogo oscuro y con truco –al menos, es poco claro– que parece advertirnos sobre el demonio de la infidelidad. ¿Tanta pimienta para dar al final en un drama moralista?
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