Las viñetas contra la soledad de María Hesse, Ilu Ros y Raquel Ribas
Las tres son ilustradoras y las tres están renovando el género. Y ahora retratan a través de sus dibujos los miedos, lo que ven a través de sus ventanas y las ideas que les sugiere esta cuarentena
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El diario no es solo el verbo escrito, que es una concepción que peca ya de reduccionista y estrecha. Lo diarístico también puede ser una sucesión de estampas, una colección de esbozos o una suma de bocetos trazados a vuela pluma. El dibujo, sobre todo ahora, hay que entenderlo a lo goyesco, como una descripción del mundo, el apunte inevitable de lo que sucede, se vive y se siente. Una manera de aprehender el mundo a lo periodístico, pero con el grafito del lápiz y el impulso de lo inmediato. Es lo que están haciendo María Hesse, Raquel Ribas e Ilu Ros. Las tres son ilustradoras, las tres trabajan estilos diferentes y las tres caminan por senderos propios para «librepensar» este confinamiento doméstico. Igual que las palabras modelan las ideas, la estética también configura la manera de mirar el entorno y entenderlo. Es justo lo que hacen. Cada una de ellas atrapa con sus obras las emociones que le deja este enclaustramiento obligatorio. Sus cuadernos, páginas, papeles, lo que sea, se convierten de esta manera en un cuaderno de bitácora de nuestra sociedad y en un lienzo claro de las reflexiones y pensamientos que les van saliendo al paso, pero eso sí, con todo el tonelaje que siempre da la expresión plástica.
María Hesse o el miedo
La autora ha decidido conjurar los temores con el pincel y combatir el desasosiego con las rutinas que impone lo vocacional. La autora de álbumes como «Frida Kahlo», «Bowie» o «El placer» reconoce que ha iniciado una serie de dibujos, pero de autoconsumo, que inició por necesidad. «Empecé a hacerlos porque tenía miedo, igual que muchos. No están emplazados por una pulsión artística, sino para desahogarme. Es cierto que el dibujo, en mi caso, es una herramienta de trabajo, pero también es una manera de soltar lo que tengo por dentro. Y la sensación que más me inunda es justamente esa».
El miedo es una lluvia fina, que no se nota pero va calando. «Lo que ha cambiado con él es la simbología del dibujo. Ahora recurro a más animales, a la vegetación, que funcionan como metáforas. También he alterado la gama del color y aparecen monstruos, que representan la muerte». Pero si algo caracterizan los libros de María Hesse es su vertiente social, una conciencia social que hoy se traduce en varias preocupaciones. «Mi situación es privilegiada. Puedo estar en una casa y poseo solvencia para alimentarme, pero si pienso en las familias que no tienen recursos...» Hesse menciona los temores que le han asaltado en esta primera semana de encierro. «Uno de mis dibujos refleja a una mujer con un maltratador. Los dos están encerrados en una casa. Seguro que situaciones así deben estar dándose. Y deben ser terribles. Y no solo debe suceder con mujeres, también con niños, con esos hijos e hijas que viven con individuos así. Es que no me la puedo ni imaginar. O también esas personas que están viviendo en estos momentos con alguien que está asociado a alguna adicción y que cuando no consumen se vuelven agresivos. Seguro que este estado de alarma ha sorprendido a parejas separándose. Si son civilizadas se darán una tregua, o eso espero. Por no hablar de las separaciones que van a salir, porque la convivencia en esta situación es muy dura».
María Hesse es sensible a la situación que atraviesan muchos ancianos y a los enfermos que están ingresados en los hospitales. «Me considero una persona fuerte y si cogiera coronavirus, lo normal es que fuera bien, pero tengo familia con personas mayores y me aterra que ellos se vean afectados. Y eso puede ser posible. Lo escuchamos a diario. Gente que cuenta la pérdida de familiares. Pensar en esa muerte en soledad... No me querría ver en esa situación ni tampoco a un ser querido». La ilustradora recapacita sobre los médicos y admite su respeto. «A veces me parecen kamikazes, acudir así sin apenas protección. Admiro esa implicación social, que es enorme. No creo que todo el mundo fuera capaz».
Raquel Riba Rossy o el optimismo.
Estaba inmersa en un libro. El cuarto de su personaje Lola Vendetta, el que va a publicar en septiembre, cuando sobrevino esta crisis del Covid-19. «En este álbum hacía referencia a la situación mundial, la ecología, a cómo está el planeta y hacía bromas sobre una pandemia mundial. Ahora eso lo he tenido que retirar, claro. El problema es ver cómo canalizo este momento a través del proceso creativo». Raquel Riba intenta huir de puntos de vista catastróficos y en sus viñetas y dibujos tratar de explicar lo que ocurre, pero con respeto y humor. «Incluiré la coordinación mundial que estamos presenciando, un aspecto que me parece interesante, y la repercusión que está teniendo en los ecosistemas. La naturaleza se apodera ahora de las ciudades. Por ejemplo, sale verde en las calles. Quiero representar este tipo de cosas». El trabajo de ilustradora le ha acostumbrado a que conviva en la soledad del creador y este encierro, al contrario que a otros, no le supone carga ninguna. «Una de las cosas que más me impacta de estas semanas es cómo nos intentamos dar amor sin tener contacto. Esta nueva afectividad tecnológica, la urgencia por querer abrazarnos cuando antes no lo hacíamos tanto porque estábamos inmersos en nuestro trabajo o en medio del estrés diario. Es una lección de humanidad y bastante bonita. No teníamos conciencia de que el abrazo a alguien podía ser el último durante un largo tiempo, el que dure este confinamiento. Esto nos enseña a aprovechar el momento, dónde estamos y a estar implicado».
–¿Qué nos puede enseñar esta situación?
–Una es esta conexión/desconexión. Desconectas físicamente, porque no puedes cruzarte con personas, pero son infinitas las videoconferencias. Estoy hablando más rato de lo normal. También estar sufriendo todos lo mismo, nos está levantando los niveles de empatía. Es increíble el impacto en las redes sociales. Ahora vemos a los actores de Hollywood, las estrellas del cine, en la misma situación que tú, en una casa más grande, es verdad, pero con la misma cara de miedo. Es impactante. Pero yo, sobre todo, soy optimista. Creo que a través de esto la sociedad podría cambiar, que puede bajar el consumo ilimitado. Tengo la impresión de que nos hemos vuelto ciegos detrás de una felicidad que nos ha llevado a un consumo extremo, a lograr dinero sin cesar. Ahora, mira, nadie puede comprar. Es muy interesante. Ojalá troquemos la felicidad consumista y capitalista por la conexión con los demás. Fíjate. Estás en casa. Tienes ropa, incluso más zapatos de los que jamás han tenido nuestras abuelas y para qué. Lo único que te queda es tu capacidad para conectar con la gente. Hoy solo tienes el supermercado y la farmacia. En el fondo no necesitamos tantas cosas. Tenemos que aprender a vivir con menos.
Ilu Ros o la voz de la calle
Ha venido hace unos meses de Londres. La crisis sanitaria del coronavirus la ha sorprendido en Madrid. Una urgencia que le ha hecho recapacitar sobre la distancia que existe entre pasar esta alerta en Inglaterra o en España. «Te diré la verdad. Cuando estalló esta crisis y se declaró el estado de alarma, pensé: ‘‘Menos mal que he regresado’’. Me alegré de que me hubiera pillado en España. Para mí sería más duro Gran Bretaña porque estaría lejos de mi familia, pero también por la sanidad pública. El sistema sanitario en España es muy bueno. En Inglaterra no es así. La sanidad está muy privatizada y la pública no tiene tantos recursos. Eso me da miedo y me preocupa por los amigos que he dejado. Las consecuencias serán peores para la gente que no tenga un colchón económico», comenta.
La autora de «Cosas nuestras» había desarrollado durante su estancia en el extranjero una serie de dibujos sobre fachadas. Una manera de entender una ciudad a través de lo que veía en sus casas y edificios. Al volver los dejó porque comprendió que esta faceta pertenecía a otro momento y otro lugar, y que no tenía demasiado sentido continuarlo aquí. Pero el confinamiento le hizo cambiar de idea y ha retomado la idea. «Volví a reiniciarla ahora, viendo lo que estaba ocurriendo, cómo lo vive la gente y la manera de relacionarse entre los vecinos a través de los balcones. En Madrid, el concepto de vecindario es más cercano que en Inglaterra, un país más individualista. Lo que me llamó la atención son las situaciones que se estaban dando a través de las ventanas y los balcones. Tomé conciencia de esa idea de hablar con el vecino, de tratar de conocer quién vive alrededor». Estos vínculos, hechos a distancia, con la separación que imponen siempre las plantas, impulsó a Ilu Ros a retomar esta serie, que, como admite ella misma, tiene algo de Rue del Percebe 13. «Me sorprende, sobre todo, la solidaridad. Ahora la gente está tratando de ayudar a quien tiene al lado. Han pasado durante años viviendo al lado, en la misma escalera, pero apenas se han dirigido la palabra, y ahora se ofrecen a ayudarlo si es necesario. También es curioso observar cómo a veces se expone la intimidad. Estos días, todos nos asomamos a la calle desde los balcones. Se trasladan fuera incluso hábitos que antes hacíamos dentro. Esto me demuestra cuál es el carácter del español, que es más extrovertido».