Buscar Iniciar sesión

Adolf, el prepotente alemán que no encontró Numancia

A principios del siglo XX, el señor Schulten trabajó en los yacimientos españoles bajo el amparo del káiser Guillermo II y, pese a que sus descubrimientos todavía hoy son importantes, no dejó un buen sabor de boca entre la población local
La RazónLa Razón

Creada:

Última actualización:

Los avances de Heinrich Schliemann en Troya y Micenas y de Arthur Evans en Cnosos, entre otros, destaparon la fiebre arqueológica de principios del XX. Una carrera para dar con las diferentes cunas de la civilización, aunque los motivos no siempre fueron estrictamente científicos, sino que también entraron algunas cuestiones de ego. Dentro de todas esas leyendas, en el imaginario europeo sobrevolaba la toma de Numancia y su mítica resistencia a las tropas romanas, que no pasaron desapercibidas para un joven profesor alemán, Adolf Schulten (Elberfeld, 1870-Erlangen, 1960), que hizo de su “descubrimiento” la base de la que sería su larga carrera.
Porque Numancia (concretamente sus ruinas) ya existía antes del bueno de Schulten, que el miércoles 27 cumplió 150 años de su nacimiento. Y no hace falta retroceder veinte siglos para llegar a sus tiempos primigenios y boyantes, sino a los de Eduardo Saavedra (Tarragona, 1829-Madrid, 1912). Como encargado del estudio de las carreteras de la provincia de Soria, este ingeniero recogió las noticias de la vía romana del Itinerario de Antonino en el tramo que se dirigía de Asturica (Astorga) a Caesaraugusta (Zaragoza). Una situación que le llevó a realizar una serie de excavaciones que demostrarían científicamente la ubicación de Numancia en el cerro de La Muela (Garray, Soria), donde la primera excavación documentada se remonta a 1803 y fue subvencionada por la Sociedad Económica Numantina y el Ayuntamiento de Soria con el objetivo de descubrir inscripciones que permitieran relacionar la lengua de los antiguos numantinos con la vasca.
Las primeras campañas oficiales de Saavedra se sucedieron entre 1861 y el año de celebración del 20º Centenario de la Epopeya Numantina, 1867, aunque la huida a Francia de Isabel II, en 1868, y el cambio de Gobierno, impidieron su continuidad, que no la declaración del cerro de La Muela como Monumento Nacional el 25 de Agosto de 1882. Sin embargo, no se volverían a hacer excavaciones hasta bastantes años más tarde.
Hasta la llegada de un “polémico y renovador” alemán. Un hombre “de fuerte y narcisista personalidad”, recogen las crónicas. Schulten: profesor de Historia Antigua que, con 24 años y becado por el Imperio alemán, conoció los yacimientos arqueológicos en Italia, Grecia y África. A España llegó en 1899 y fue odiado por unos y considerado un sabio por otros. De una forma u otra, lo que sí es una realidad es que el legado de Schulten ha tenido su peso en el panorama académico español: muchas de las conclusiones a las que llegó tras excavar en La Muela siguen hoy vigentes o no han conocido una revisión hasta hace bien poco. Si bien el mérito del descubrimiento de la ciudad en sí corresponde a Saavedra, no se le puede quitar importancia a la excavación “schultanesca” del cerco que Emiliano Escipión “el Africano” levantó a su alrededor para consumar su victoria.
Fue la propia historia numantina la que atrajo el interés de Schulten, que realizó los primeros estudios bajo el patrocinio del káiser Guillermo II (como coronel honorario del Regimiento de Dragones de Numancia) y realizó excavaciones en la ciudad en 1905. Coincidieron los trabajos alemanes con la inauguración del Monumento, lo que permitió al equipo aprovechar la proyección del momento, pero, a su vez, las labores se vieron afectadas por el ambiente de identidad nacional que envolvió este acontecimiento. Lo que produjo una reacción “contra la excavación por extranjeros en Numancia”.
El abad Santiago Gómez Santacruz, máxima autoridad eclesiástica de Soria por aquel entonces, fue el encargado de encabezar el enfrentamiento con el arqueólogo alemán. “Sentía veneración por el yacimiento de Numancia y rechazaba que un forastero excavara en el mismo”, recordaba en 2017 María Paz Gómez (doctora en Historia por la Universidad de Barcelona) durante la presentación de “Adolf Schulten en Numancia, historia de una controversia”, libro sobre el enfrentamiento mantenido del alemán con los investigadores locales. Gómez Santacruz defendía que el investigador se había apropiado de material arqueológico de Numancia, lo que le hacía incumplir su promesa de que todo lo encontrado “se quedaría en Soria”.
La autora concluye en su obra que Schulten era un blanco fácil de criticar y que fue mal interpretado por los representantes locales y por los intereses de determinados historiadores que condicionaron la imagen del profesor alemán: “Schulten utilizó métodos de excavación desconocidos hasta entonces, y si bien es probable que su actitud pudiera calificarse en algunas situaciones de prepotente y megalómana, no lo es menos que su labor actuó como catalizador para remover el mundillo de la arqueología de la época, y que los resultados de su trabajo son hoy en día un referente para las sucesivas generaciones de estudiosos que siguen alimentando una controversia latente”, apuntaba.
La fuerza de la corriente de opinión que se fue generando fue aprovechada por los senadores sorianos para introducir en los Presupuestos del Estado de 1906 una partida necesaria para los gastos de la excavación que permitieran descubrir toda la planta de la ciudad. De esta forma, se logró excluir a Schulten de Numancia, sin embargo, a la protección recibida de Saavedra, le permitió llevar a cabo sus trabajos de excavación (1906-1912) en los campamentos y la “circumvallatio” del asedio al que Escipión sometió a la ciudad y en la Gran Atalaya de Renieblas, en el entorno de Numancia, “inseparables de la historia y de la investigación de esta ciudad”, como recuerda hoy la web del emplazamiento.
Más tarde, sería la Universidad de Barcelona, junto a otros mecenas catalanes, la que le ayudaría a buscar ruinas por distintos lugares de España. Pero siempre tuvo una obsesión en su cabeza: descubrir Tartessos en el parque de Doñana. Aunque resultó imposible. Moriría en 1960 sin dar con la ciudad que consideraba el origen de Europa, además de dejar un buen puñado de leyendas sobre su valía y su antipatía. Todavía hoy se acuerdan en Cáceres de cuando “se llevó muchas piezas a Alemania. En teoría, para estudiarlas y devolverlas, pero nunca más regresaron”.