Balkrishna Doshi, el discípulo aventajado de Le Corbusier
Desde 1979 en que el galardón distinguió la labor de Philip Johnson, el premio Pritzker se ha fijado en un nutrido grupo de arquitectos de renombre, hacedores de edificios que dejan sin resuello tanto por sus dimensiones como por su factura. Bancos, museos, viviendas con nombre y apellido. En la nómina no faltan los de Nouvel, Norman Foster, Gehry, Renzo Piano y Herzog & De Meuron por citar únicamente unos cuantos ejemplos. Son denominados «arquitectos estrella», constructores de proyectos de cuantía astronómica que vieron mermada su lista de encargos cuando la crisis hizo mella en el sector. Junto a ellos, el trabajo de primera división, aunque quizá no tan glamuroso, de Luis Barragán, Rafael Moneo, Alvaro Siza y Wang Shu, por destacar solamente a cuatro. Y junto a esta pléyade incontestable los miembros del jurado han vuelto la vista en los últimos años al arquitecto más apegado y pegado a la tierra, al profesional al servicio del ciudadano. Es el caso de Alejandro Aravena, chileno y el más joven en recibir el galardón, en 2016, que fue distinguido precisamente por su labor de trabajo social. El que ayer se falló, y que ha ido a parar al indio Balkrishna Doshi (que durante cinco años ha sido jurado del galardón), posee similares razones para recibir el que se denomina como Nobel de la arquitectura.
Historia de su vida
Prácticamente desconocido en Europa, el ganador es un hombre vitalista de 90 años de cuya obra se ha querido reconocer «que integra pragmatismo y humanismo» y que se caracteriza por su preocupación por integrar la arquitectura en la vida cotidiana de su país, respetando la cultura india, a la vez que responde a las necesidades urbanas mediante el uso de la tecnología. «Todos los objetos que nos rodean y la naturaleza misma –luces, cielo, agua y tormenta–, todo es una sinfonía. Y de ella es de lo que se trata la arquitectura. Mi trabajo es la historia de mi vida, continuamente en evolución, cambiando y buscando... buscando eliminar el papel de la arquitectura y mirar solo a la vida». Con esta frase recogida por el comunicado de la Fundación Hyatt, que otorga el Pritzker, se resume la trayectoria de un hombre que comenzó sus estudios de arquitectura en 1947, el año en el que India declaró su independencia. En su vida se cruzó Le Corbusier, que le marcó profundamente. Le imprimió las líneas clave, el trazo, con él aprendió el dibujo. Junto a él trabajó a principios de los cincuenta como aprendiz en su taller de París. Dice que se entendían en el mal inglés que hablaba el maestro: «Cuando no llegas a dominar el idioma la conversación se vuelve más visual y especial», reconocía Doshi. Aún conserva a la entrada de su estudio un retrato del arquitecto suizo junto a las representaciones de la diosa Durga y el Señor Ganesha.
Residencias privadas, escuelas, bancos, teatros y desarrollos de viviendas para personas de bajos ingresos hasta un total de cien proyectos diseñados casi en su mayoría para mejorar la calidad de vida de quienes menos tienen. Después de completar el primero en la década de 1950 se hizo un juramento a sí mismo que ha vertebrado su trabajo: proporcionar a la clase más baja la vivienda adecuada. El ejemplo más claro podrían ser las viviendas de bajo costo de la localidad de Aranya. en Indore. Terminadas en 1989, se trata de una tupida red de casas, patios y caminos internos capaz de ofrecer alojamiento a más de 80.000 personas, proyecto que le valió un premio en los 90. Ayer celebró el Pritzker rodeado de su familia en su casa de Ahmadabad. Una lluvia de pétalos de rosa le coronó.