Carlos del Amor: «El periodismo cada vez parece más esa profesión destinada a no darte de comer»
Su primera novela, «El año sin verano», se cuela en su vida real, o es él quien se mete en historias inventadas. No quiere desvelarlo.
Fue la curiosidad lo que llevó a Carlos del Amor a escribir su primera novela. Es la curiosidad la que mueve a su protagonista a entrar en los pisos –al final, las vidas– de sus vecinos. Es también la curiosidad, el deseo de saber y contar, lo que llena la vida de este periodista, contador de historias, que busca y a veces inventa. Como sucede en «El año sin verano» (Espasa), una noticia que alguien contó y que él escogió para idear su juego literario entre la realidad y la imaginación. Su vocación es de periodista, se le conoce por ser «el poeta de la tele», pero su profesión es más la de observar y fantasear.
–Con un segundo libro, ¿ya se le puede llamar escritor?
–Ser escritor es para mí circunstancial. Me gusta mucho lo que hago y siempre tuve claro que quería ser periodista. Creo que mi trabajo, y más como periodista de cultura, es un privilegio por el que incluso tendría que pagar.
–De no haber sido periodista, ¿a qué otra cosa se querría dedicar?
–Lo de futbolista se pasó muy deprisa, cuando me di cuenta de que no valía para nada (risas). Sinceramente, me gustaría ser publicista, tiene mucho que ver con lo que hago ahora, así que no me importaría. También ser bibliotecario. Estudié Biblioteconomía y Documentación an-tes que Periodismo y añoro el silencio de una biblioteca. Trabajar entre libros, entrar en mil historias... Me imagino leyendo mientras vigilo a la gente.
–Vigilar y entrar en las historias está muy presente en su novela. ¿En qué personaje se encarnaría?
–Siempre me ha encantado la profesión de cartero, y más como el de mi libro, que es tan peculiar. Tiene en sus manos el destino de la gente y un fallo suyo puede hacer cambiar la vida de alguien. Además, también es un poco periodista: escribe y reinventa la realidad.
–En esta novela también aparece un periodista de cultura que trabaja en la televisión, que ha escrito un libro de relatos... ¿Está Carlos del Amor en la historia?
–Los que más me conocen identifican muchos aspectos del libro conmigo, incluso hay quien se pregunta si he entrado en las casas de los vecinos o si de verdad me he encontrado el manojo de llaves, pero eso es secreto profesional. Yo quiero jugar con la incertidumbre y la duda del lector y para empezar ese personaje no tiene nombre. La idea es que se lea la novela y se dejen llevar, y no plantearse si ocurrió o no.
–Eso no es precisamente lo que define su carácter.
–No, desde luego. Los periodistas somos de naturaleza curiosos y si vemos algún gesto extraño, nos gusta saber qué hay detrás de eso que nos ha confundido.
–A los personajes de su novela se les conoce por sus pisos. ¿Qué se encontrarían si entraran en su casa?
–Ahora mismo hallaría las primeras huellas de una vida. Yo creo que, observando, se encontrarían cosas que delatan que en esa casa se han vivido acontecimientos importantes que de-jan marca en las paredes, en los muebles...Pero sobre todo se encontrarían un lugar acogedor.
–Es la osadía del periodista para entrar en los pisos de sus vecinos la que da vida a este libro. ¿Cuál ha sido su mayor osadía en la vida?
–Escribir una novela es una osadía. Éste ha sido uno de mis mayores atrevimientos, porque soy periodista. Me adentro en el mundo editorial con mucho respeto. Igual que ser periodista, cuando empecé también era un atrevimiento. El periodismo cada vez parece más esa profesión destinada a no darte de comer. Pero la vida se compone de retos que te hacen avanzar.
–La vida es para usted también literatura, está entre las páginas de su libro...
–Para mí todo es susceptible de ser literatura. Nuestra vida puede ser una novela si alguien la cuenta bien. Mi portera...(duda), la del libro (jugando a qué es verdad y qué no con su novela), es un personaje literario pero hay que abrir los ojos para verlo. Igual pasa con el vecino o el quiosquero. Estamos rodeados de personajes de novela, no todos tienen que ser héroes que salvan el mundo. Hay que descubrir a los héroes anónimos de lo cotidiano, que merecen sus letras.
–¿Se infravalora lo que nos sucede en el día a día como historia emocionante?
–Sí, soy defensor a ultranza de la rutina bien entendida.
–¿Y rematadamente nostálgico? En el libro, las cartas son casi protagonistas, con sus buzones...
–Dicen que mi primer libro también estaba invadido por la nostalgia. Es que me gusta mirar para atrás de vez en cuando, porque aprendes de lo que has hecho mal y bien. Por otra parte, crecí en un mundo de cartas, en el que bajabas corriendo para ver si te había llegado lo que esperabas. Esa sensación de abrir el buzón y sacar un sobre con tu nombre escrito a mano era un acto casi mágico. Ahora ya sabes que sólo vas a recibir facturas o letras pendientes del banco.
–¿Y qué me dice de esos vecinos que son casi como familia?
–Las comunidades de vecinos son cada vez más inexpugnables. A todo el mundo le pasa que sube en el ascensor con alguien y se siente incómodo. No se sabe de qué hablar, no se pregunta qué tal va la vida. Eso serviría para sentirnos en más compañía. En los pueblos es distinto, todavía se saca una silla a la calle y se establece una tertulia entre gente sabia.
–En resumen, ¿qué ha inspirado este libro?
–Mi gran fuente de inspiración es la realidad. Cuando voy por la calle, imagino historias. Si veo a alguien llorar, pienso qué podría haberle pasado, igual que cuando observé en mi edificio una persiana cerrada durante mucho tiempo empecé a maquinar tramas. Al final es un cóctel de recuerdos, de vivencias, de pequeñas chispas que encuentras en lo vivido.