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Carlos Saura: «El que quiera hacer cine político que lo haga»

Presenta en una sección paralela de la Mostra «Zonda, folclore argentino»

Carlos Saura, gran apasionado de la fotografía, confiesa sentirse encantado cuando le reconocen por la calle de cualquier país
Carlos Saura, gran apasionado de la fotografía, confiesa sentirse encantado cuando le reconocen por la calle de cualquier paíslarazon

El director de cine presenta en una sección paralela de la Mostra «Zonda, folclore argentino».

Hace cuarenta y siete años, Carlos Saura concursó por primera vez en la Mostra veneciana con la película «Stress es tres, tres». Fue en 1968, y tuvo que vérselas con el «Partner» de Bertolucci, el «Teorema» de Pasolini y con «Artistas en la carpa de circo: perplejos», de Alexander Kluge, que ganó el León de Oro. Cine abiertamente político, militante, subversivo, con el que muy pronto Saura iba a compartir pupitre en los más importantes festivales internacionales. Ayer, con 83 años cumplidos en enero, el director oscense presentaba, en la sección Venice Days y en modo de tributo a su figura, su nueva deriva musical, «Zonda, folclore argentino». En ella traza un amplio recorrido por la música popular de la Argentina norteña –de la chacarera a la vidala, pasando por la zamba, el chamamé, la copla y la tonada: ¿les suenan todos estos nombres?–, interpretada y bailada por un variado plantel de artistas autóctonos, sin que haya un explícito ánimo pedagógico en la selección, realizada con la asesoría musical de Lito Vitale.

–«Flamenco», «Tango», «Sevillanas»... Y ahora «Zonda». En los últimos veinte años, parece haber pintado un ambicioso fresco de la música y la danza hispanoamericanas. ¿Ha sido un proyecto premeditado?

–Hay un libro de un filósofo darwinista, Jacques Monod, titulado «El azar y la necesidad», que defiende la importancia del azar en la vida de una persona. Y fue por azar que yo rodé «Tango», por ejemplo. Me lo ofreció un productor y dije que sí. Esta mañana me han ofrecido hacer un musical en Rusia y también he dicho que sí. La música forma parte de mi existencia de una manera que no puedo explicar, no soy capaz de explicarlo. Es obvio que soy más afín a culturas que conozco mejor. Todas mis películas musicales tienen un afán divulgativo, sobre todo porque estamos muy colonizados por la cultura anglosajona, y más en el caso de los jóvenes, lo veo en carne propia por mis propios hijos, que no tienen ni la más mínima idea sobre este tipo de música.

–Cuando hablamos de música, lo hacemos también de danza. Y entonces aparece el cuerpo, y la necesidad de saber cómo filmarlo...

–Es alucinante lo que puede hacer el cuerpo humano con el ritmo. Nuestra cultura está basada en ritmos muy ancestrales, muy básicos. La prueba está en el flamenco, una mezcla de ritmos españoles, de la jota, de Castilla, de cantes árabes, y luego la influencia de los gitanos que vienen de Rajastán, de la India nada menos. Y de ahí sale el flamenco. ¿Por qué? Ése es el milagro.

–¿Qué aporta el cine a la música? ¿Cómo dialogan ambos lenguajes?

–Yo entro en una sala donde están ensayando un baile, sobre todo si es flamenco, y necesito tener una cámara para poder filmarlo. El cine te permite hacer algo que no te permite el teatro. El cine puede huir del plano general, puedes seleccionar parte de un gesto, de un baile, de una persona. Claro que debes hacerlo armónicamente, no puede dejarse a la improvisación.

–Hay, desde «Flamenco» a «Zonda», un planteamiento formal muy parecido, que estiliza las actuaciones desde el juego con la luz y el color...

–Fíjate que, en todas estas películas, mi único objetivo ha sido ir más allá del folclore. Crear, con la escenografía y la luz, algo nuevo. Y que esa creación esté respetando a los artistas y al mismo tiempo valorándolos más. En todos los casos también he tratado de recuperar estilos musicales que habían caído en el olvido y que posteriormente y con el tiempo han pasado a ser patrimonio de la humanidad, como el fado. Cuando estaba preparando «Tango» en Buenos Aires, me resultó muy difícil encontrar algo que no fuera de Carlos Gardel. No sé, es fácil olvidar las cosas.

–Después de más de cuarenta títulos a sus espaldas, ¿cómo ve su carrera?

–Lo que más me sorprende es que viajes a Shanghái o Moscú y puedas ver que allí hay películas tuyas. No hace mucho me encontré con copias de «Flamenco» y «Carmen» en un «top manta» en Moscú, y me hizo mucha ilusión. O un día en que un señor me paró por la calle en Nueva York para decirme si yo era el director de «Elisa vida mía», que le encantaba. De todos modos, y aunque puede parecer muy egoísta, yo hago películas para mí mismo. Si luego le gustan a la gente, mucho mejor. Y el hecho es que si aún estoy haciéndolas deben de tener algo bueno. Sigo resistiendo.

–Excepto en «El séptimo día», las películas que ha hecho en las dos últimas décadas se alejan de forma evidente de la realidad contemporánea...

–Creo que la televisión cumple un papel mucho más poderoso que el cine a la hora de acercarse a lo real. Por ejemplo, la inmigración. Las imágenes que podemos ver todos los días en directo... El cine siempre va por detrás de esa realidad en vivo. Cualquier ficción que intente atrapar esa realidad se quedará corta. No hay que obsesionarse con la política, aparte de que la política está en todo lo que haces. Inevitablemente, la política también está en «Zonda». Lo que canta Atahualpa Yupanqui, «Preguntitas a Dios», por ejemplo, yo no he visto nada tan brutal contra la religión. O la canción de Mercedes Sosa «Todo cambia», que es el manifiesto político más importante que conozco. Cuando rodé «Tango» incluí un momento en el que había una brutal carga policial pero integrada en el contexto de una coreografía. Lo político siempre está latente. Hay muchos caminos para llegar a la política. Puedes ser un diletante que va a manifestaciones de protesta o puedes quedarte en casa escribiendo un guión. No siempre hay que estar pegando tiros (risas). El que sienta que quiere hacer cine político explícitamente, que lo haga. En primer orden, como dicen los franceses.

–Usted, que se convirtió en un cineasta de prestigio internacional haciendo un cine político de segundo grado, de orden metafórico, durante el franquismo, ¿no siente en este momento la necesidad de volver a él como reacción a lo que ahora está ocurriendo en España? ¿Qué piensa de la política española?

–Es difícil decirlo. Yo viví la Guerra Civil española con cuatro años. Mi padre era secretario del ministro de Finanzas. Mi familia viajó con el Gobierno republicano por Madrid, Barcelona y Valencia, con muertos, bombardeos, fusilamientos... Y luego la guerra europea, la espantosa posguerra española, el franquismo... ¿Qué me vas a contar? La España de hoy es un país maravilloso. Hay problemas, por supuesto, pero ¿dónde no los hay? Estás en Europa, puedes viajar por ella casi sin documentación, puedes comprar lo que quieras con la misma moneda... En los últimos cincuenta años España ha pasado de la noche al día. No me siento yo con la energía de hacer una película sobre la situación política española.