Chuck Berry tiene la última palabra
El hijo de la encarnación del rock & roll, con quien compartió giras durante años y que ha participado en su disco póstumo, habla del proceso de creación de «Chuck», el trabajo que aparece el viernes, y del vacío que ha dejado el genio.
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El hijo de la encarnación del rock & roll, con quien compartió giras durante años y que ha participado en su disco póstumo, habla del proceso de creación de «Chuck», el trabajo que aparece el viernes, y del vacío que ha dejado el genio.
Algunas de las canciones de «Chuck», el disco que aparece esta semana, fueron concebidas a comienzos de los ochenta. Su autor, Chuck Berry (1926-2017), era un jovencito de 54 años que no concebía dejar las giras de lado. Mantuvo una disciplina estajanovista hasta que restringió los viajes lejos de casa en la primera década del siglo. Fue entonces cuando sintió la necesidad de publicar un disco, de grabar todas esas ideas sueltas, registradas con distintos productores, y tener la última palabra. «Él mantuvo una estricta ética de trabajo. Podía llegar a casa después de un concierto en alguna ciudad cercana, de madrugada, y se daba cuenta de que el césped estaba demasiado alto. A la mañana siguiente, se despertaba antes que nadie y cortaba la hierba. ¡Tenemos ciento y pico de acres de terreno!», dice el hijo del maestro, Charles Berry, sobre la hacienda familiar a las afueras de St. Louis. El álbum, a modo de testamento, deja dichas unas cuantas cosas, especialmente lisonjeras con las mujeres, y también aporta pruebas de que el genio seguía ahí: riffs de guitarra marca de la casa y temas autorreferenciales de uno de los mejores escritores de la historia de la música.
El trabajo incluye diez canciones –ocho de ellas firmadas por Berry– y tiene mucho de familiar. Fue grabado con la ayuda de sus hijos Charles (guitarra) e Ingrid (armónica, voz), y participa su nieto, Charles Berry III (sí, ya hay tres generaciones de Berrys dedicados al rock), además de su banda habitual: Jimmy Marsala (su bajista durante 34 años), Robert Lohr (piano) y Keith Johnson (batería), su grupo de acompañamiento en el afamado club Blueberry Hill. El álbum está dedicado a su mujer, Thelmetta: «Cariño, ¡me hago viejo! He trabajado mucho tiempo en este disco, pero por fin puedo descansar», bromeó en el lanzamiento. En él, destacan canciones en torno a la mujer como «Wonderful Woman», una elegía poética y picante pero sin cruzar la línea, y «Lady B. Goode», un tema en femenino que se presenta como el reverso del «Johnny B. Goode» protagonizado por su esposa hablando a través de su guitarra, con idéntica estructura que el tema original. En el imaginario colectivo, «Johnny B. Goode» es sin discusión una canción autobiográfica. Excepto para su hijo, que prefiere mantener la duda. «Yo... no lo tengo tan claro. Creo que es una historia inspirada en alguien real, pero siempre he pensado que hablaba de otra persona que conoció y que orientó su carrera hacia el cine».
Abuso de menores
La personalidad del hombre que encarnó el rock & roll fue objeto de muchas leyendas y también ciertas vicisitudes que mancharon su imagen. Berry fue condenado –parece ser que injustamente– de corrupción de menores en 1959. El juez introdujo unos comentarios racistas en la sentencia, que fue recurrida, y la condena reducida. Aun así, pasó dos años en la cárcel. Desde entonces, el guitarrista cargó con el sambenito de machista, más aún cuando fue condenado por una agresión (poco clara también) y hasta por pornografía debido a algunas aventuras sexuales. Quizá el tema de la mujer haya sido el más problemático de una biografía arquetípica, la del primer héroe del rock. «Siempre fue un padre fantástico y un excelente marido para mi madre –dice su hijo al teléfono–. Conmigo se portó como un excelente ejemplo de conducta, de cómo hacer las cosas y en modelo para convertirme en un hombre respetable y trabajador».
Otra de las mejores leyendas del temperamento de Berry está relacionada con el desdén hacia los artistas que le idolatraban, como los Beatles, los Rolling Stones y hasta The Beach Boys. «Una vez me dijo que había conocido a ‘‘uno de esos chicos a los que llaman los Beatles, o algo así’’. Me contó que era un joven simpático con una novia asiática. Yo le dije: ‘‘Papá, ¡es John Lennon!’’. Y por entonces ya debían haberse separado, o casi, así que eran mundialmente famosos. Y él respondió: ‘‘¿Quién?’’», ríe su hijo. También mantuvo algún incidente de memorable crueldad con Keith Richards, por más que éste trató de ganarse el favor del maestro. Fue una leyenda que encandiló a la clase media blanca, y tenía, de hecho, más seguidores entre ellos que entre los afroamericanos. «No sabría decirte... Mi padre trascendió el tema racial. ¡Pero si iba a Turquía y se volvían locos! Un país donde yo no habría dicho que nadie escuchase rock & roll. Presencié eso, y fue increíble», despeja esa pelota Charles hijo. El asunto racial es, lógicamente, delicado. «Mi padre me contaba historias sobre cuando tenía que dormir en el coche porque en los hoteles no aceptaban a negros, o de las noches en que no podía entrar por la puerta principal en los teatros donde iba a actuar. Él vivió las épocas duras de la realidad de Estados Unidos durante los desafortunados años de la segregación». Y últimamente, ¿qué opinaba del movimiento «Black Lives Matter»? «Se sentía apelado por su mensaje, concernido. A él, lo que más le preocupaba eran dos cosas: que todo el mundo tuviera igualdad de oportunidades para lograr el sueño americano y la defensa de nuestra Constitución. Estaba de acuerdo con un mensaje central de esas manifestaciones: ‘‘Recordad que todos los hombres son creados iguales’’. Todos merecemos ser tratados igual, por lo tanto. Si defender eso te convierte en un radical, entonces mi padre lo era también, pero eso ya le sucedió cuando empezó a hacer rock & roll, porque ya entonces decían que era un estilo radical. Aunque solo era música. De la misma manera, no creo que se sintiera orgulloso de algunas cosas que se han hecho en nombre de ese movimiento, porque para él lo primordial era el sueño americano».
«Era el padre más guay»
En el nuevo álbum, hay colaboraciones de calidad: Gary Clark Jr., Tom Morello y Nathaniel Rateliff, estos dos últimos en el tema «Big Boys», una historia de juventud cantada por la nonagenaria voz de Berry. «Creo que se mantenía joven porque no era capaz de estarse quieto. De pequeño, trabajó para su padre, de carpintero, y entonces aprendió el valor de construir cosas y ser productivo. Mi casa era como una compañía o una tienda, siempre había que estar ocupados, moviéndose. No admitía a nadie vaguear a su alrededor. Pienso que eso le mantuvo vivo durante tanto tiempo», señala Berry II. Sería una leyenda pero tenía, como es el caso de algunos de los mayores artistas del género, una faceta hacendosa muy acentuada basada en compañías inmobiliarias y de inversiones, por ejemplo.
¿Qué es lo que más echa de menos su hijo? «A mi padre. Olvídate del rock & roll, de su reconocimiento mundial, de su historia como artista. Perderle ha sido terrible. Él era el padre más guay, más cariñoso, era fantástico para todos nosotros. Nos trataba con un amor absoluto. Era un crack, tenía algunos gestos que eran la bomba, porque nunca pensaba que fuera mejor que nadie y trataba a todo el mundo como quería que le tratasen a él. Es muy duro no tener a alguien a quien sigues amando. Desde luego que tengo su recuerdo, pero eso no es nada comparado con tenerle. Daría lo que fuera –prosigue– por llamarle de nuevo al teléfono que aún tengo en la agenda y que él contestase al otro lado. ‘‘¿Qué tal, tío?’’, solía decir. Tengo toda una vida de recuerdos con los que lidiar, pero ya no está él», explica. Le recordaremos por sus canciones. «En cuanto a eso, hay una cosa que quiero señalar. Tanto él como los demás hemos trabajado muy duro en el disco. Y espero que todo el mundo lo sepa. Ese sería el mayor tributo para mi padre. Es todo lo que él quería».