«Bienvenidos a Marwen»: Mi vida como un muñeco
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Director: Robert Zemeckis. Guión: Caroline Thompson y R. Zemeckis. Intérpretes: Steve Carell, Leslie Mann, Janelle Monáe, Diane Kruger. EE UU, 2018. Duración: 116 minutos. «Biopic».
Lejos ya de sus mejores títulos («Regreso al futuro» en sus distintas entregas y a la cabeza, «¿Quién engañó a Roger Rabbit?», «La muerte os sienta tan bien», y, en menor medida, «Náufrago», «El desafío»... pero no la sobrevalorada «Forrest Gump» por motivos personales: le tengo manía), Robert Zemeckis desarrollaba en 2004 otra manera de realizar la animación con «Polar Express», en la que aplicó la técnica conocida como «captura de movimiento», y parece que la experiencia le gustó bastante aunque el filme no fuera para tanto, porque al género de alguna manera vuelve en su nueva película, pero con una propuesta muy marciana: contar la dramática historia real del fotógrafo Mark Hogancamp (un inestable Steve Carell que parece contagiarse del espíritu raro del filme), que tras recibir una brutal paliza y estar nueve días en coma, no recuerda nada de lo ocurrido y queda psicólogicamente muy trastornado. La única terapia que parece funcionarle es realizar instantáneas de una ciudad en miniatura que ha construido en el patio de casa ambientada en la Segunda Guerra Mundial, donde reproduce en muñecos que parecen Madelman el físico de conocidos, familiares y hasta a sí mismo. Básicamente, para entendernos, están los nazis, siempre malos, el héroe (él) y un puñado de bellas y valientes guerrilleras que nadie sabe por qué acabaron juntas. Todo muy simbólico y tal. El solitario Hogancamp, que olvida a veces tomar la medicación, que tiene pesadillas que le evocan retazos de lo sucedido y tiene un fetiche, llevar altísimos tacones femeninos, vuelca en esas imágenes la vida que habría querido tener. Y el resultado de este cruce entre realidad y ficción produce un filme extraño, por cuanto el propio protagonista da la impresión de que posee menos carne auténtica, menos pasado y futuro que los personajes inventados por su trastornada imaginación. De manera que el drama de este pobre tipo cuyos asaltantes serán acusados de un delito de odio no llega a emocionar como debiera al espectador, mucho más entretenido cuando llegan los momentos de las chicas bravas, de los alemanes asaltando la pequeña aldea y del bueno de la película, que vuelve a ponerlos en su sitio mientras se pregunta por qué no puede enamorarse, qué pasó. Una nueva vecina provocará en este hombre algo muy parecido a un terremoto sentimental que, sin embargo, no llega más allá de la primera grieta. Demasiado superficial, demasiado humor chocante, demasiada confusión y demasiada piel de plástico. Que arde en un suspiro.