De Miguel Gila, el grueso de los españoles, al menos los de mi generación, apenas
conocemos el monólogo de la guerra y el teléfono: «¿Es el enemigo?», «Que se ponga», «Que si puede parar la guerra», y pare usted de contar. Con
«¿Es el enemigo? La película de Gila», su director Alexis Morante, basándose en las memorias del cómico madrileño («Y entonces nací yo: Memorias para desmemoriados»)
nos cuenta el iceberg, o sea, todo lo que hay detrás de esa pequeñísima punta que asoma. El largometraje
protagonizado con maestría por el debutante Óscar Lasarte es una suerte de making-of del famoso soliloquio de Gila: la película muestra todo lo que hay detrás, los padecimientos y
vivencias del humorista en la Guerra Civil y en la posguerra, para llegar a abordar de esa manera, cómicamente surrealista o ingenuamente costumbrista, el asunto bélico.
¿Cuántos españoles –nos preguntamos– sabían acaso que Miguel Gila combatió en la Guerra Civil? Uno de tantos que lo desconocía era el director de «¿Es el enemigo?», el algecireño Alexis Morante, quien cuenta que llegó a esta historia a través de la autobiografía del humorista –ya dijo Manuel Azaña que en este país si quieres guardar un secreto lo cuentas en un libro–, por recomendación del productor de su anterior película, «El universo de Óliver», José Alba. «Sólo había que leer las memorias para saber que ahí había una película –dice el cineasta–. De hecho, creo que la vida de Gila tiene varias películas. Pero yo me quedé con la parte de la guerra porque la cuenta como nadie lo había contado hasta entonces». «Un icono del humor de esta categoría y con esa historia detrás ya tendría varias películas en Estados Unidos, y todos conocerían su historia», asegura Morante, que pasó más de una década entre Los Ángeles y Nueva York. Precisamente en EEUU conoció al director de fotografía, Carlos García de Dios, que es el que le da la luz de cuento a la cinta, «porque hemos querido hacer una fábula a través de los ojos del joven Gila; que ponga el foco en el antibelicismo, en el absurdo de una guerra, de la guerra, a cuya grisura habitual quisimos darle algo de color», comenta el director.
Pese a querer mostrar, ante todo, este sinsentido bélico, el artífice de la película niega rotundamente que se caiga en la equidistancia «porque la podría haber si fuese una comedia de principio a fin, pero aquí se va tornando en tragedia, y la comedia se va perdiendo en el momento que vas viendo como los personajes sufren la carnicería que fue la guerra, el horror».
«Hacer cotidiano lo grande»
Cuenta Alexis Morante que el secreto del humor de Gila estaba «en hacer cotidiano lo grande: por ejemplo, hacer costumbrismo con una tragedia como la guerra». Y agrega que «hacía un humor surrealista pero que tenía sentido, coherencia. Llamaba al enemigo y le decía que parase la guerra porque había un partido de fútbol. ¿Lo haría un soldado de verdad? –se pregunta el director–. Probablemente no, pero es coherente».
Una vis cómica que recoge a la perfección
Óscar Lasarte, que encarna a Miguel Gila en «¿Es el enemigo?».
«Yo quería un actor que no fuera conocido para que fuese más creíble la interpretación –relata Morante–. Hicimos un casting y apareció Óscar, que
es mago, como caído del cielo: le vi el espíritu de Gila al momento de ver un vídeo suyo». Este humor surrealista tiene su cima en una escena –que recuerda intencionadamente a
Berlanga– en el que soldados de ambos bandos negocian cómo ordeñar una vaca: a la hora de hacerlo, Gila se enfrenta a su némesis nacional, Miguel con bigotillo.
«La primera vez que salgo de casa y es para luchar contra un enemigo que no sé ni su nombre», cuelga.
A Miguel Gila lo fusilaron mal
«Nos fusilaron al anochecer; nos fusilaron mal», cuenta Miguel Gila en sus memorias, y lo repite la voz en off del actor protagonista en la película. Y es que, según relató el humorista, para desconocimiento de casi todos, él, como el coronel Aureliano Buendía, estuvo frente al pelotón de fusilamiento. «El piquete de ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas», continúa el relato. Un hecho, que ha sido puesto en duda, que ocurrió supuestamente en diciembre de 1938 en el Viso de los Pedroches, provincia de Córdoba.
Evidentemente, el humorista madrileño salvó su vida, gracias a la ebriedad de aquellos regulares, y se hizo el muerto. Más tarde sería apresado en Extremadura y pasaría por varias cárceles y campos de concentración franquistas. Cuando acabó la Guerra hizo el servicio militar en Zamora, y allí estuvo como chófer de un general. Pasado el tiempo trabajaría en la radio y como viñetista en diversas publicaciones. Su primer monólogo fue en 1951 en el teatro Fontalba.