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«Birdman», el mejor plano secuencia de González Iñárritu

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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El día antes, «Birdman» ha inaugurado la Mostra veneciana entre vítores y críticas entusiastas. Emma Stone, que interpreta a la hija de Michael Keaton en la película, confiesa que no tiene la menor idea de qué está diciendo durante las entrevistas de promoción, en lo que se revelará una educada muestra de falsa modestia. Edward Norton, que tiene fama de entrevistado difícil, está de un humor espléndido, porque quizás se huela una nominación al Oscar al mejor actor secundario. Ninguno de los dos sabe que, cuatro meses después, «Birdman» será candidata a siete Globos de Oro y tiene todos los números para gustar en la Academia.
–«Birdman», el título, hace referencia al protagonista, pero puede considerarse una película coral...
–EDWARD NORTON: Lo que más me gusta de la película es el modo en que se muestra la evolución de Riggan (Keaton) a través de los personajes que le rodean. Cada uno de ellos revela una parte de él que le avergüenza, o que quiere mantener oculta tras su iniciativa de montar una obra de teatro, que es justamente lo que no se espera de él. El problema de Riggan es estar demasiado pendiente de las opiniones de los demás.
–¿Ese el miedo de cualquier actor, que le hieran el ego?
–E.N.: Si olvidamos por un momento que Riggan es un actor, creo que la crisis por la que está pasando –la crisis de una persona que, a una cierta edad, se da cuenta de que no es quien pensaba que sería–, y las estrategias que utiliza para resucitar de sus cenizas, son sentimientos con los que cualquiera puede identificarse. El ego, los delirios de grandeza, el hecho de pensar que todo el mundo está pendiente de lo que haces, no es algo privativo de los actores.
–Todos tenemos miedo al fracaso...
–EMMA STONE: Me hice actriz para interpretar comedia. He atravesado épocas muy tristes en mi vida y supongo que la comedia me sonaba a luz. Lo que no significa que no tenga miedo. Estar aterrada es lo que me pone en funcionamiento en un plató, y en «Birdman» puedo asegurar que lo estuve. Alejandro sabe cuándo mientes, cuándo no estás dando todo lo que puedes dar, y eso te hace sentir muy vulnerable. Esa vulnerabilidad es magnífica para un actor, porque te hace ser humilde, honesto contigo mismo. Eso se nota de inmediato en la pantalla. La interpretación de Michael Keaton, la de Ruth Gordon en «Harold & Maude», la de Charles Chaplin en todas sus películas, son ejemplos de esa honestidad.
–E.N.: Debes aprender a qué puedes enfrentarte y a qué no. La prueba definitiva de vanidad es pensar que puedes interpretar cualquier personaje. De verdad, hay cosas que Judi Dench hace que yo nunca podría hacer (risas).
–E.S.: Hay una anécdota de Laurence Olivier que me gusta contar. Creo que estaba interpretando «Hamlet» en una noche memorable. En el intermedio, detrás del telón, todo el mundo le felicitaba. «Has estado magnífico», le decían. Y él, enfadadísimo, respondió: «Lo sé. ¡Y no tengo ni idea de cómo lo he hecho!». A ese miedo me refiero: al de no poder reencontrar ese momento de verdad.
–¿Cómo retener el «momento de verdad» en un filme tan exigente desde el punto de vista técnico? No habrá sido fácil rodar en continuidad, simulando un único plano-secuencia...
–E.S: Fue como hacer una obra de teatro. Repetíamos y repetíamos las tomas con el objetivo de que la cámara pudiera «capturar el momento», como decía Alejandro. Todos nuestros movimientos estaban coreografiados. Fue un reto, como lo es subirse a un escenario noche tras noche.
–Su personaje (a Norton) parodia el narcisismo de ciertos actores de método, que necesitan ser en todo momento el centro de atención. ¿Le asustaba excederse?
–E.N.: Los personajes que más me gustan son aquellos que te hacen plantear cuán lejos puedes llegar sin que pierdan pie en lo real. Stanley Kowalski no es precisamente un personaje hiperrealista, está más bien sobredimensionado, y el secreto está en ponerle los pies en el suelo. Y lo mismo ocurre con el Travis Bickle de «Taxi Driver».
–Acaba de rodar (a Stone) su segunda película consecutiva con Woody Allen. Da la impresión de que sus métodos de dirección no se parecen a los de González Iñárritu...
–E.S.: Que Woody no dirige a los actores es una leyenda urbana. Alejandro es de una precisión obsesiva: todo tiene que ser exactamente como está escrito en el guión y como marca la posición de la cámara. Woody te dirá: «Haz lo que quieras con los diálogos, sólo sé natural, añade de tu cosecha», pero luego te corregirá, incluso interpretará el papel para que sepas lo que te está pidiendo. Su precisión es, digamos, más sutil.
–«Birdman» echa pullas al género de superhéroes, como emblema de un cine comercial y palomitero. ¿Se dio por aludida?
–E.S.: Tengo que admitir que, a pesar de haber participado en las dos películas de la nueva franquicia de «Spiderman», no soy consciente de mi contribución a la moda del cine de superhéroes. Supongo que al no tener que disfrazarme de hombre araña ni saltar por los tejados de Nueva York, mi vinculación con el género me parece completamente circunstancial. En cuanto a mi modo de trabajar, me lo tomé igual de en serio que con Alejandro o Woody Allen.
–E.N.: No creo que el debate «arte contra comercio» sea precisamente algo nuevo, tendríamos que remontarnos a la era de los Medicis para rastrear sus orígenes. Los grandes estudios están estrenando películas muy arriesgadas, como ésta o «Foxcatcher». No hay una línea de división clara, es más una creación de los medios. Se habla de la muerte del cine como arte desde la aparición del sonido, o del color, o de la televisión.
–También hay vitriolo para las redes sociales...
–E.S.: Por lo que a mí respecta, intento ser todo lo auténtica que puedo en un contexto como éste, sentada en una mesa redonda y rodeada de extraños y micrófonos. No estoy ni en Twitter ni en Instagram porque no me gusta compartir mi intimidad con gente que no conozco. ¿A quién le importa qué zapatos llevo o de qué humor se ha despertado mi perro?