Érase una vez Matteo Garrone
Influido por el universo felliniano y haciendo un guiño a Goya, que dice que tanto le ha influido, el director construye un mundo de sueños que ´. a veces se transforman en pesadilla «gore» en «El cuento de los cuentos».
Influido por el universo felliniano y haciendo un guiño a Goya, que dice que tanto le ha influido, el director construye un mundo de sueños que ´
a veces se transforman en pesadilla «gore» en «El cuento de los cuentos».
En el último Festival de Cannes fue recibida con división de opiniones, sobre todo porque nadie se esperaba que Matteo Garrone, que había ganado dos veces el Gran Premio Especial del Jurado con sendas películas realistas («Gomorra» y, para más inri, «Reality») se descolgara con una pantagruélica fantasía medieval, más propia de Guillermo del Toro que de un italiano con los pies en el suelo. Garrone piensa que sus anteriores filmes «tenían un aire de fábula», aunque no concreta en qué sentido. Lo que sí tiene claro es que «El cuento de los cuentos» también habla de «cómo el deseo se convierte en una obsesión que finalmente nos autodestruye».
¿Cómo empezó todo? Un amigo le recomendó el libro del escritor napolitano del siglo XVII Giambattista Basile. «Creyó que, habiendo sido pintor, me fascinaría la imaginería de sus relatos, y no se equivocaba», apostilla. Basile, que recopiló cuentos de hadas de origen medieval y escribió su versión de «La Cenicienta», «Rapunzel» y «Hansel y Gretel» mucho antes de que los hermanos Grimm, que lo admiraban, lo hicieran célebre, es uno de los secretos mejor guardados de la literatura italiana renacentista, «el Shakespeare napolitano» tal y como lo llamaba Italo Calvino. Uno de los incontables problemas con los que se enfrentó Garrone era qué historias escoger de las 50 que componen el libro. «Nos decantamos por tres en las que los personajes centrales eran mujeres, quizás como reacción a que mis películas previas eran muy masculinas», explica. «La verdad es que hay un montón de cuentos magníficos de la colección que me habría gustado adaptar. Tal vez podría hacerlo en una serie televisiva, ¿no?», afirma tal vez pensando en el éxito de «Juego de tronos» y «Grimm».
Si Guillermo del Toro se tiró a la piscina sin agua ambientando «El laberinto del fauno» en la Guerra Civil española, algo parecido puede decirse de Garrone, que aborda una variante del fantástico que el cine italiano lleva décadas sin transitar. Habría que remontarse a los «peplums» coloristas y enloquecidos de Riccardo Freda, Mario Bava, Luigi Capoano y Michele Lupo, o al cine histórico de Vittorio Cottafavi («Los cien caballeros») o Mario Monicelli («L’armata Brancaleone») para dibujar el árbol genealógico de «El cuento de los cuentos».
Viva lo grotesco
El cine italiano ha olvidado esa parte de su código genético, que animó las desinhibidas producciones de ese subgénero en los dorados sesenta y que cristalizó, en el contexto del cine de autor, en títulos tan excéntricos como el «Satyricon» de Fellini o la Trilogía de la Vida pasoliniana, compuesta por «El Decamerón», «Las mil y una noches» y «Los cuentos de Canterbury». «Supongo que me encuentro en una posición equidistante entre los cineastas que citas, aunque compararme a ellos me parezca una completa osadía», admite Garrone. «Por un lado, me fascina el barroquismo felliniano, su talento para lo grotesco, que comparte con un pintor que, sin duda, ha sido una referencia para mí: Goya». Y añade: «Por otro, me gusta mucho el realismo con que Pasolini plasmó en imágenes lo fantástico. Y también su sentido de la libertad. Me cuesta decidirme por papá o por mamá».
Eran, claro, otros tiempos, en los que el nombre de un director era suficiente para financiar un proyecto, por muy marciano que fuera. Ni Fellini ni Pasolini tuvieron que rodar en inglés para que sus películas fueran un éxito internacional. Los doce millones de euros que ha costado «El cuento de los cuentos», que lucen, y mucho, en pantalla, necesitan de nombres de calado, aunque tampoco sea una película de estrellas al uso (Salma Hayek y Vincent Cassel son los más conocidos del elenco). Garrone se excusa: «Estoy convencido de que el aire shakesperiano de la literatura de Basile exigía que rodáramos la película en inglés», saliéndose por la tangente de los que le acusan de haberse vendido, como otros tantos, a las leyes del mercado internacional.
Los que asocien el sintagma «cuento de hadas» con «público infantil» deberán desarticular sus ideas preconcebidas a velocidad de vértigo. Aquí las reinas comen corazones sangrientos para engendrar a su prole (unos gemelos albinos) del vientre de una criatura marina, los reyes ceban a un bicho inmundo como si fuera su mascota, los ogros parecen haberse escapado de la peor pesadilla de Terry Gilliam, los príncipes azules son proclives al sexo inseguro y las doncellas más feas son capaces de quitarse la piel como colofón frustrado a un amor indeleble. Uno de los encantos de «El cuento de los cuentos» es su bizarra tendencia a la imaginería sangrienta, a la violencia «gore». «Era imposible hacer una película para niños partiendo de los relatos de Basile», explica Garrone. «Ten en cuenta que, en aquella época, la literatura infantil no existía, y el horror formaba parte de lo cotidiano. Vamos, como ahora». El director de «L’imbalsamatore» parece encontrar un cierto placer en la dimensión más escabrosa de los cuentos, en parte para contradecir las expectativas de lo que se espera de una producción de este calibre –expectativas «mainstream», cuyas aristas están limadas por la corrección política de inversores miedosos que quieren recuperar su capital sin sufrir daños colaterales– y en parte para potenciar el realismo doliente de sus imágenes. «He intentado minimizar todo lo digital para que lo que se viera en pantalla fuera auténtico. Si te digo la verdad, en eso soy un poco chapado a la antigua». Le recuerdo que, como mínimo, en una de las historias tiene a un insecto, en plan Cronenberg, que crece y crece gracias a las artes de la animación digital, y me mira de soslayo, justo antes de que nos digan que el tiempo de la entrevista ha terminado, y Garrone se repantingue en un sofá tan mullido como sus fábulas.