«Mr. Holmes»: Soy leyenda
Director: Bill Condon. Guión: Jeffrey Hatcher. Intérpretes: Ian McKellen, Laura Linney, Milo Parker, Hiroyuki Sanada. EE UU-Gran Bretaña, 2014. Duración: 104 min. Drama.
Buena parte de las aventuras de Sherlock Holmes las narraba su fiel amigo y compañero de delirantes deducciones, el doctor Watson, el escritor del dúo, el que adornaba el frío raciocinio del detective con desvíos y florituras. Si Holmes era la ciencia, Watson la literatura. Si Holmes era el documental, Watson la ficción. Es muy atractiva la idea que desarrolla «Mr. Holmes»: una vez desaparecida la media naranja que contribuyó a crear el mito, y con Holmes al borde de la demencia senil, dedicado a la apicultura en una apartada e idílica casa de campo en el condado de Sussex, ¿qué queda de la leyenda? O mejor dicho, ¿cómo la leyenda puede contarse a sí misma cuando ha perdido a quien certificaba su genialidad? A sus 93 años, Holmes se ve impelido a reconstruir su último caso, que resolvió hace tres décadas. La memoria le falla, por lo que se ha convertido en Watson. Es decir, la película cuenta, en clave descaradamente metaficcional, un proceso de recreación que culmina en revelación.
Esta brillante premisa no está lejos de la operación de desmitificación que Billy Wilder puso en marcha en la más crepuscular y melancólica «La vida privada de Sherlock Holmes». Allí el detective, cansado y tóxico, se encontraba con otra leyenda, la del monstruo del lago Ness, no por más atávica menos imaginaria. Sin embargo, a Bill Condon le interesa más la crisis del personaje con su propia naturaleza literaria: el caso que nos cuenta no es tan interesante como el proceso de deconstrucción de una mente privilegiada que debe averiguar la verdad sobre su desencanto con la búsqueda de la verdad; esto es, el precio que tuvo que pagar por conocer el dolor.
Condon vuelve, otra vez de la mano de Ian McKellen, a la tierra sagrada que le hizo célebre: la del «biopic» autorreflexivo y de probada «qualité». Si en «Dioses y monstruos» hizo una especie de «Muerte en Venecia» para todos los públicos, centrándose en la figura del cineasta James Whale y estableciendo cómodos paralelismos entre su fascinación por un jardinero de buen ver y el monstruo de Frankenstein, en «Mr. Holmes» hace su personal versión del «print the legend» fordiano en «El hombre que mató a Liberty Valance». Con la elegancia expresiva que le caracteriza, McKellen no tiene que esforzarse demasiado en meterse en el bolsillo al personaje. El mayor defecto de la película es la dirección de Condon, que, siendo aplicada y eficaz, incluso preciosista a su académica manera, nunca llega a estar a la altura de lo que cuenta. No hay que buscar culpables en su excursión al «mainstream», jalonada por capítulos tan discretos como «Dreamgirls» o tan mediocres como las dos partes de «Crepúsculo-Amanecer». Condon se acerca a Holmes con la reverencia que el propio personaje –o su creador, Arthur Conan Doyle– hubieran puesto en cuestión. Un poco más de osadía en la forma no le habría venido mal a «Mr. Holmes», sobre todo porque el mito ha tenido tantas reencarnaciones –de «Sherlock», la serie, a «House», pasando por apreciables joyas como «Los pasajeros del tiempo»– que su modernidad habría necesitado un director más maleducado.