“Tan cerca, tan lejos”: El amor en los tiempos de Tinder
Cédric Klapisch reivindica el romanticismo francés y refleja la soledad impuesta de las grandes ciudades en su último trabajo
Revalidando el pensamiento de un poeta vasco cuya historia e identidad a priori no parecen tener mucho que ver con su propia travesía, el cineasta francés Cédric Klapisch se agarra fuerte a esa idea de un Karmelo Iribarren extrañamente esperanzado que afirmaba que “cuando el amor deja de dolernos salimos a por más”para construir el mensaje principal de su último trabajo, “Tan cerca, tan lejos”. En esta comedia romántica en la que los protagonistas están unidos por el abatimiento treintañero, la soledad y el sueño (uno por la falta de y la otra por exceso), la capacidad para establecer relaciones personales a través del uso de aplicaciones termina convirtiéndose en el reflejo de «una tragedia contemporánea», según Klapisch. Mientras Mélanie se prepara mentalmente para acometer una presentación importante en su laboratorio al tiempo que encadena citas fallidas a través de Tinder y se empapa melancólicamente de los recuerdos de su última relación, Rémy cambia de trabajo, sufre un ataque de ansiedad en el metro y adopta un gato.
A golpe de click
Las vidas en apariencia ajenas, deslavazadas y desordenadas de ambos empiezan a despertar cuando acudir al psicólogo se convierte en una inexplorada y tranquilizadora rutina. "En Francia la visita al psicólogo es una práctica que está fuertemente estigmatizada. Hasta el punto de que ni siquiera se atreven a verbalizarlo. Utilizan la expresión "ir a ver a alguien"para referirse a ello. Cuando yo tenía veinte años me ocurrió algo similar a lo que le pasa a Rémy y eso me hizo entender que a veces lo importante es simplemente hablar con alguien", indica el director.
La magnitud salvaje de las grandes ciudades y la sensación asfixiante de soledad que sienten millones de personas como consecuencia de esta dimensión inabarcable empuja a dos jóvenes demandantes de afecto a vivir uno al lado del otro sin conocerse. Un acontecimiento que el cineasta relaciona con el «extrañamiento» del entorno urbanita; «en el edificio que tenemos enfrente de nosotros, la mujer que fuma en el balcón con aire disperso y la chica que está entrando con las llaves en el portal es muy probable que no se conozcan y que ni siquiera sepan el nombre la una de la otra. Es lo extraño de una ciudad grande. Podemos vivir con demasiada facilidad al lado de gente que no conocemos», comenta. Es precisamente dentro de esa distancia inconsciente, de ese alejamiento solitario de adoquines y portales donde el cineasta justifica la necesidad de encontrar el amor para desterrar la posibilidad digital de «llegar a un sueño que no es real, tan solo con hacer click».