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Del amor de Hollywood al desengaño cubano

larazon

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En otro caso podría afanarme de ser el último periodista, y además amigo, que estuvo con ella en su último cumpleaños, del mismo modo que estuve presente en todos los significados desde que cumplió medio siglo. Sara se fue con 85 años recién cumplidos la pasada madrugada en su espléndido dúplex del barrio de Salamanca tras los muchos años «enfrentada» a don Quijote en la Plaza de España, donde compartía vecindario con su íntimo Vicente Parra. Fueron horas convertidas en momentos ahora irrecuperables. Murió de repente, en su domicilio. Es más, hoy la operaba por cuarta vez de su problema de mácula el oftalmólogo Fernández Vega en Oviedo. Ya tenía los billetes de tren comprados para ayer a las once de la mañana. Al despertarse intentó cambiarlos porque no se encontraba bien, pero no lo consiguió. No hubo indicios de mala salud, es más, llevaba saliendo a cenar fuera tres noches seguidas y no perdonaba su desayuno de chocolate con dos porras. Nos queríamos bien, ella entendía mi postura y hasta aceptaba mis reparos a lo que me parecieron desatinos como la absurda y circense relación con «el trepador» cubano. Lo de Giancarlo del Duca, su gran y perenne amor italiano fue otra cosa, aunque también encontró reparos por mi parte. En su día, ninguno entendimos su segundo matrimonio con Chente Ramírez Olalla, «al que dejé a los dos meses», decía, tras la bendición de Fran Justo Pérez de Urbel y una visita al Papa en el Vaticano. «Pablo VI me admiraba mucho y me propuso hacer una película sobre una mujer infiel a la que llamaban ''la impura''», así me lo contaba Sara. Hacía alucinar a todos y luego demostraba que lo contado era verdad. Yo lo descubrí una madrugada junto a Terenci Moix, cuando improvisó para nosotros un resopón con huevos fritos que ella misma cocinó, «con chorizo, como se los hacía a James Dean», y sacó una cubertería de oro de Moscú, la cual justificó con un «no me dejaban sacar mis ganancias en rublos del país».

Amigo y admirador

Más de uno tuvimos en la mano sus enormes solitarios que más tarde fueron emparejados como gemelos. Las míticas esmeraldas, los pulserones hechos con antiguas monedas incaicas, un regalo de Pepe Tous, su tercer marido, quien todo lo dio por ella. Terenci la bautizó como «Saritísima» cuando era la única española famosa en Hollywood, algo entonces inalcanzable en una meca del cine mítica en la que ahora ya no hay «star-system». Alternó con Mario Lanza y Joan Fontaine, desayunaba con Marlon Brando y dos veces también lo hizo con Anthony Mann, su primer marido. Fue íntima amiga de León Felipe y siempre lamentó, tal y como admitía, que «Miguel Mihura no quisiera casarse conmigo para no destrozarme la vida». Lo amó como a Fernán Gámez, pero en Vicente Parra encontró a un amigo y admirador que la ayudaba a trasladar sus abrigos y valores de un piso a otro cuando recibía inspecciones de Hacienda. Tous llegó para poner orden, conciertos y espectáculos en su vida. Se emparejaron en sus películas con Mary Santpere, Paco Morán, Jorge Sepúlveda y Alady, ídolos del cine, mientras recurrió a la mítica Celia Gámez para que encabezase con ella «Nostalgia» en el teatro que fue de Lina Morgan. Y cómo no recordar su baile enlazada con la coreografía de Nureyev en el Maxim's parisino, cuando Frederic Mitterrand le organizó un homenaje de 24 horas en la Cinematique, presentado por un Samuel Fuller rendido a sus pies, pues la adoraba, y así lo reconoció públicamente. Fue la más grande de nuestro cine. La que rehizo los cuplés de Raquel y La Chelito. Ellas la odiaban, pero Sara siempre ponía ramitos de violetas en su monumento ante el Arnau que evocamos esa larga noche del pasado marzo, cuando ella vestía como Concha Márquez, con una blusa rosa fucsia «made in India». Le pidieron que cantase y optó por no hacerlo, ya que sólo estaba pendiente de los invitados. La vi soplar la tarta merengue y rosa de cuatro pisos con los números dorados, que luego reencendió para Thais, quién había cumplido años dos días antes. Sara contaba entusiasmada y orgullosa de su hija «que puede recitarte a Shakespeare en inglés de principio a fin». Tenía previsto viajar en junio a París para asistir al concierto de Barbra Streisand junto a su hija y ya le habían comunicado que en el próximo Festival de Berlín iban a realizarle una emotiva restrospectiva a través de 18 de sus películas, lo que le hacía muchísima ilusión. Ayer dijimos a adiós a la más grande y duradera de la pantalla española. Silencio mundial para su último cuplé.
Matrimonio «in articulo mortis»
De arriba abajo, Montiel con su primer esposo, Anthony Mann, con quien se casó en 1957, cuando ella tenía 28 años. El director sufría una grave enfermedad, por lo que decidieron contraer matrimonio «in articulo mortis». Cuando se recuperó, volvieron a hacerlo por lo civil. En 1963 se divorciaron. Un año después se comprometió con José Vicente Ramírez Olalla, Chente, del que se divorció a los dos meses. Tras diez años de noviazgo, se casó con José Tous, con quien adoptó a sus dos hijos y del que quedaría viuda en 1992. Por quinta y última vez se casó con un polémico realizador cubano, Tony Hernández, que se aprovechó de la buena voluntad
de Sara.
Amiga del PSOE, militante del PP
El Partido Popular del distrito de Salamanca fue uno de los primeros en mostrar su dolor por la pérdida de una de sus más queridas afiliadas con un emotivo comunicado que emitieron a través de las redes sociales. Sara Montiel mostró a lo largo de los años su admiración y apoyo al partido de Génova y nunca ocultó su ideología, si bien tuvo también relación con el PSOE. Incluso en varias entrevistas explicó el motivo de su apoyo y su admiración por los representantes del PP. «Mariano for president», confesó a LA RAZÓN en una entrevista realizada el pasado verano. «Es un hombre listo, estupendo, maravilloso y con retranca gallega», añadió en referencia al presidente del Gobierno. También tuvo una estrecha relación con el socialista José Bono; de hecho, su hija, Amelia Bono, acudió ayer al tanatorio.

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