El dramaturgo más grande después de Valle-Inclán
Me vienen a la cabeza un montón de recuerdos, una cantidad de anécdotas entrañables nada más conocer la terrible noticia, tristísima, de la muerte de Paco Nieva. Podría contar tantas cosas..., pero voy a recordar una muy especial para mí. Él fue mi profesor en la Escuela de Arte Dramático de Madrid cuando estaba en la Plaza de Isabel II. Ha pasado mucho tiempo desde entonces pero le recuerdo como si fuese ahora mismo, el último día de clase. Le encontré mientras bajaba las escaleras, él estaba tan derecho, y le dije que cuando yo dirigiera un teatro público la primera obra que montaría sería «Pelo de tormenta». No era un farol que me marcaba, sino un deseo que estaba completamente seguro de que haría realidad. Eran los años 80 pero se lo dije como lo pensaba, a bocajarro pero habiéndolo meditado. Sabía que lo iba a hacer, que tarde o temprano llevaría su obra a escena. En 1996 la estrenamos. Era la más compleja, la que más dificultad representaba. Y aún me acuerdo del éxito que tuvimos, un éxito total que no sé si habrá superado hoy alguna de sus obras. Pude cumplir un deseo que tenía.
Le recuerdo como mi profesor de escenografía. He de decir que no era un gran pedagogo, pues donde él se movía mejor era dentro del escenario. Era y seguirá siendo un grandísimo autor, un nombre indispensable dentro del mundo de la cultura y de las tablas. El suyo era un corpus dramatúrgico que bebía del Teatro del Siglo de Oro, de las vanguardias. «Pelo de tormenta» fue la obra más prohibida del franquismo, imposible de estrenar en aquella época, y significó mi pasaporte hacia el teatro público. Tenía claro que era necesario que epatara, que llamase la atención y que se convirtiera en un banderín de enganche. Todo el Teatro María Guerreo fue una plaza pública, en un espacio único, en una locura llena de cordura, como era Paco. Yo lo había meditado y no fue una cuestión elegida al azar ni baladí esta de empezar lo que sería mi andadura con la reópera, que es, para que lo entendamos, un musical pero con esa coña que tuvo Nieva siempre. Ahora lo puedo decir alto: después de Valle-Inclán, lo digo muy alto, está él, un autor que ocupa un lugar propio, poseedor de ese barroquismo particular, peculiar, completamente suyo. Nieva es uno de los pilares más importantes del teatro español, uno de los nombres grandes y de referencia indiscutible.
Más tarde ya, cuando yo era director del Centro Dramático Nacional, le encargué «Manuscrito encontrado en Zaragoza», y como estaba el teatro en obras lo montamos en La Latina, un montaje complicadísimo que hicimos en 2000. Le recuerdo junto a sus chicas, sus actrices de siempre, las que le acompañaron, Beatriz Bergamín y Ángeles Martín, que estuvieron a su lado casi desde el mismo momento en que trabajó a su lado, tenían tanta complicidad... Él se implicaba, estaba presente, opinaba, pero sin agobiar nunca. Compartía sus saberes porque estar a su lado era recibir una lección en vivo. Simplemente verle y escucharle era aprender, era llenarse de saber. Y disfrutar.
Aún me cuesta creer que él ya no esté aquí. Ha muerto Paco, me parece imposible pensar que haya muerto. No hay ni habrá otro autor como él. Se va uno de los hombres más grandes que ha dado la escena en España, uno de los monstruos sagrados del teatro y alguien que tuvo una mirada particular y amplísima, un español hasta la médula, una preocupación que reflejó en sus obras y que marcó a fuego.
Siempre que paso por su calle en Madrid, donde vivía, en pleno centro en la calle Concepción Jerónima, levanto la mirada para buscar con los ojos su portal. Miro el número de su casa y me digo que ahí está Paco. Y recuerdo su casa, esa vivienda tan única, con ese mundo suyo barroco barroco, tan lleno de vida, tan recargado, tan Nieva. Me decía últimamente que ya se había cansado un poco de ese mundo tan abigarrado. No lo sé... Y ahora le recuerdo. Se ha marchado pero sin poder cumplir un sueño. Me dijo un día: «Cuando tengas mucho dinero y dirijas un teatro público llámame para que monte el “Tenorio”». Y le rondaban unas ideas magistrales, de su mundo. Un «Don Juan» que solamente él podría haber llevado a escena con su marchamo. Se va Nieva habiendo hecho todo y habiéndosele reconocido todo. Ya no podrá montar ese «Tenorio» pero nos deja un legado inmenso, una obra vastísima y enormemente rica, un corpus que lleva la firma única de un maestro, de alguien que vivió por y para el teatro, que supo disfrutar de vivir.