Historia

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El libro que aún avergüenza a China

Casi una década después del fracaso del «Gran Salto Adelante», Mao temió perder el poder e ideó la Revolución Cultural de 1966, en la que su «Libro Rojo» marcaba el camino para eliminar a los opositores.

Imagen de uno de los carteles propagandísticos del régimen de Mao que llamaba a hacer la revolución
Imagen de uno de los carteles propagandísticos del régimen de Mao que llamaba a hacer la revoluciónlarazon

Casi una década después del fracaso del «Gran Salto Adelante», Mao temió perder el poder e ideó la Revolución Cultural de 1966, en la que su «Libro Rojo» marcaba el camino para eliminar a los opositores.

Eran jóvenes hijos de mandos comunistas, estudiantes en muchos casos. Se alistaron en masa a los Guardias Rojos cuando Mao Zedong, presidente del PCCh y «Gran Timonel» de una nueva Era, les llamó a hacer la Revolución Cultural. Mao era su Dios, y el «Libro Rojo», su Biblia. El texto es una recopilación de frases del dictador realizada por Lin Biao, luego nombrado sucesor oficial de Mao pero muerto en extrañas circunstancias, publicado en abril de 1964 con el título de «Citas del líder Mao Zedong». Los once millones de Guardias Rojos que tomaron las armas en 1966 para seguir a Mao encarcelaron, vejaron, torturaron y asesinaron a millones de personas. El «Libro Rojo» se convirtió en el santo y seña que recitaban los «buenos revolucionarios» para distinguirse de los «burgueses» y «revisionistas». Esta pesadilla duró hasta 1976.

El origen de la Revolución Cultural fue el fracaso del «Gran Salto Adelante» propuesto por Mao en 1958 para el desarrollo económico, basado en la colectivización agrícola y la industrialización. A tal objeto creó comunas de hasta 20.000 campesinos que debían autoabastecerse, en las que no había propiedad privada y donde la intimidad quedó sometida a regulación. El resultado fue la Gran Hambruna, entre 1959 y 1962, en la que murieron entre 15 y 40 millones de personas.

Peligro de purga

El fracaso del modelo económico parecía dejar abierto el camino a personajes como Liu Shaoqi, Presidente de la República, y Deng Xiaoping, secretario general del Partido, para liquidar a Mao. El ejemplo soviético no tranquilizó al autor del «Libro Rojo»: no quería que China siguiera el camino revisionista que había emprendido la Unión Soviética y que se le criticara como Nikita Jrushchev había hecho con Stalin en 1956. Temió perder el poder, y caer en una de las frecuentes purgas.

Ideó así la «Revolución Cultural», un ardid para eliminar a sus opositores. El objetivo era deshacerse de la estructura del partido dominada por sus críticos. Por eso, el 16 de mayo de 1966, Mao aprobó una directiva secreta que declaraba la guerra a los «contrarrevolucionarios» –intelectuales, académicos, cargos «conservadores» del partido, y maestros–. Era el clásico antiintelectualismo de Mao: «La clase capitalista es la piel; los intelectuales son los pelos que crecen sobre la piel. Cuando la piel muere, no hay pelo». El instrumento de la represión sería la nueva generación, que había endiosado a Mao. El 1 de junio de 1966 comenzó la rebelión de los Guardias Rojos en la Universidad de Pekín, cuando Nie Yuanzi, un ayudante de Filosofía, leyó un dazibao llamando a matar a los revisionistas. La agitación social que produjo justificó que en agosto de 1966, el XI Pleno del Comité Central del PCCh decidiera, por orden de Mao, acabar con el «revisionismo». Mao Zedong anunció que se iba a iniciar una nueva revolución, la llamada «Revolución Cultural Proletaria» para acabar con los «cuatro viejos»: el viejo pensamiento, las viejas costumbres, la vieja cultura, y la vieja educación.

En octubre, Jiang Qing, esposa de Mao, responsable de propaganda, lanzó la segunda edición del «Libro Rojo». Cada revolucionario debía tener siempre una copia. Los miembros de la Guardia Roja se saludaban unos a otros con citas del libro, del que se publicaron un billón de ejemplares. Entre agosto y noviembre de 1966 hubo seis concentraciones de Guardias Rojos en Pekín para distribuirse por el país. El 26 de diciembre de 1966, Mao Zedong celebró su 73 cumpleaños con un revelador brindis: «¡Por el nacimiento de una guerra civil por todo el país!». En agosto de 1967, la Prensa de Pekín señaló a los antimaoístas: «Son ratas que corren por las calles, matadlas, matadlas».

Intelectuales, KO

Los Guardias Rojos acabaron con el sistema educativo aniquilando a los maestros e intelectuales, así como con la vieja estructura del PCCh. Los «revisionistas» eran juzgados por los mismos Guardias que enarbolaban el ««Libro Rojo»». Los castigos podían ir desde las burlas públicas y las palizas, a la deportación a campos de concentración o la muerte. Los encarcelamientos antecedían a la ejecución a discreción. El daño causado a la cultura china fue inmenso: templos budistas derruidos, manuscritos y libros quemados en hogueras públicas, e incluso llegaron a destruir una sección de la Gran Muralla para construir una cochiquera. El escritor Lao She, quizá el mejor autor teatral chino de su generación, se suicidó en un lago cercano a su casa tras ser torturado.

Las brutalidades cometidas aún avergüenzan en China. Los detenidos fueron decapitados, golpeados hasta la muerte, enterrados vivos, lapidados, ahogados, hervidos, masacrados en grupo o detonados con dinamita. Las pequeñas venganzas personales menudearon. Incluso se cometió canibalismo en Wuxuan, en la provincia de Guangxi, donde se extraían las vísceras y los genitales de las víctimas y se cocinaban para que las comieran los «fieles comunistas». Impusieron el modelo de vida y la moda comunista: tener flores, animales domésticos o llevar el pelo largo era considerado burgués y, por tanto, un crimen castigable Las mujeres no podían usar coletas, ni tacones o ropa ajustada. Todo lo extranjero fue eliminado. Las cifras son escalofriantes: 18 millones de personas recluidas en campos de «reeducación» cuatro millones encarcelados, y entre 400.000 y un millón de muertos.

Caos interno

Los Guardias Rojos acabaron siendo un obstáculo y, a mediados de 1968, Mao recurrió al ejército para acabar con ellos llevando la guerra civil a China. La circunstancia decisiva que convenció al «Gran Timonel» para concluir con el desorden fue el conflicto fronterizo, en marzo de 1969, con la URSS en el norte del país, mientras al sur Estados Unidos libraba la guerra de Vietnam. La Guerra Fría parecía poner a China en una difícil situación si seguía el caos interno. Por esto, en los primeros años 70, un Mao ya físicamente en declive y enfrentado a la URSS, y Zhu Enlai, su primer ministro, iniciaron una apertura hacia EE UU que culminaría con la visita del presidente Richard Nixon a Pekín.

El 9 de septiembre de 1976 murió Mao Zedong. La Revolución Cultural había acabado. Finalmente, personajes purgados durante la revolución cultural, especialmente Deng Xiaoping, asumieron el poder e intentaron articular medidas alternativas. Si el Partido Comunista Chino quería conservar el poder, debía variar el camino iniciado por Mao y orillar el «Libro Rojo».

Deng Xiaoping, quien pasó aquellos años en un campo de reeducación, encabezó en 1978 el Proceso de Reforma y Apertura. En 1981, el PCCh aprobó una resolución que calificaba la Revolución Cultural como «el revés más severo y las pérdidas más graves que sufrieron el Partido, el Estado y el pueblo chino desde la fundación de la República Popular». La conmoción en China aún continúa, y pasará tiempo para que digieran su pasado más cercano. Los testimonios de verdugos y víctimas van apareciendo, como el de un joven Guardia Roja, que se excusaba diciendo: «Éramos jóvenes. Éramos fanáticos. Creíamos que el presidente Mao era grande, que estaba en posesión de la verdad, que era la verdad y, en la medida en que éramos revolucionarios que seguían al presidente Mao, podríamos resolver cualquier problema».

La Revolución Cultural y el «Libro Rojo» inspiraron a Pol Pot en Camboya, y a Sendero Luminoso en Perú, dejando millones de muertos. En Europa y EE UU fue un libro de culto entre la generación del 68, un texto que llevaban los jóvenes burgueses que soñaban con comunidades chinas igualitarias, sin pensar que ellos mismos hubieran sido víctimas de los Guardias Rojos.