El último artículo de Nieva en LA RAZÓN: «Érase una vez»
Jamás faltó Paco Nieva a su cita periódica con los lectores de este diario, bien desde las páginas de Opinión, de Libros o Cultura. Este artículo, el último que nos envió, habría aparecido este domingo. Una hermosa despedida para un autor inmortal.
Jamás faltó Paco Nieva a su cita periódica con los lectores de este diario, bien desde las páginas de Opinión, de Libros o Cultura. Este artículo, el último que nos envió, habría aparecido este domingo. Una hermosa despedida para un autor inmortal.
Érase una vez que se era una especie de bicho raro. Una suerte de curandero místico, un iluminado y un príncipe de la sugestión de masas, al que llamaban el santo Custodio en aquel pueblecito de Córdoba. Y no era masa la que él dominaba, sino una minoría muy selecta y exaltada. «Si dicen que dicen que el mal tuyo no tiene remedio, ahorra lo suficiente para pagar algún milagro del santo Custodio». El muy zorro decía que a la hora de hoy hasta los milagros han de contar con diferentes intermediarios. Y su sistema era rezar hondamente para que Dios nos inspirase cuáles eran los remedios benéficos de combatir un mal determinado. La hija del general Lambarri, Pilar, era una dama sabia y exquisita, amiga de muchas personalidades de relieve en el mundo del arte, la política y la banca. En su desesperada búsqueda de remedio a una gravísima enfermedad, se puso en las manos de un falsificador como Custodio, que hurgó sin miramiento alguno en su doliente intimidad. Y la mató, así de claro. Yo me acordaba de mi entrevista con aquel gran simulador, en su consulta llamada El Quebradero; una casucha que alguien le cedió, para instalar allí a los milagreros peticionarios, que al menor síntoma de mejora clamaban: «Milagro, milagro», y daban por bien empleado su dinero. En aquel rostro yo descubría rasgos diabólicos. Al asesino de Pilar nunca lo vi, pero lo asimilaba muy parecido al monstruoso Custodio, con sus ojos vueltos al Cielo y su embobamiento místico, que era embobamiento satánico. Éstos podrían parecer cuentos de un oscuro pasado, propios de gente crédula e ignorante, pero me temo que están a la orden del día, incluso entre personas instruidas, muy leídas y viajadas. Yo observo con estupor cómo se extiende por doquier esta peligrosa cultura de la superchería. Y no sólo en internet o las televisiones, también en las librerías y otros templos del saber, donde abundan libros de autoayuda y pseudociencias varias, con sus frases milagrosas, capaces de sanar cualquier mal del cuerpo o del espíritu. Todo es poco para prevenir contra tanto zahorí y curandero como pulula por el mundo, engañando a tanto inocente desesperado, en busca de un remedio imposible, como mi buena amiga Pilar.