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Enterrado bajo 17 capas de barniz

Es el tercer lienzo de Leonardo que se restaura de los seis que posee el Louvre. Tras la agria polémica que suscitó la limpieza de otra obra del artista en 2013, los expertos han trabajado con pies de plomo.
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Es el tercer lienzo de Leonardo que se restaura de los seis que posee el Louvre. Tras la agria polémica que suscitó la limpieza de otra obra del artista en 2013, los expertos han trabajado con pies de plomo.
El «San Juan Bautista» de Leonardo da Vinci ha recuperado su muro en las entrañas del Louvre tras ser sometido a una rigurosa restauración a cargo del Centre de Recherche et de Restauration des Musées de France. Después de diez meses de un minucioso trabajo, el lienzo vuelve a lucir los bucles del cabello de su protagonista, y también aparece a la vista la piel de pantera que cubre su cuerpo y que prácticamente había desaparecido bajo la sombra de los barnices acumulados y envejecidos con el tiempo y que sólo dejaban apreciar las partes más iluminadas. No es la primera vez que la pinacoteca acomete un trabajo tan delicado. Al San Juan Bautista le precedieron las restauraciones de « La Belle Ferronnière » y, especialmente de « La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana », que estuvo envuelta en su día en una fuerte polémica por la diferencia de pareceres entre los miembros de la comisión encargada de velar por el buen desarrollo de la restauración. En esta ocasión, las labores de restauración de la pintura han sido confiadas a Regina Moreira, que se enfrentaba por primera vez a un Da Vinci, mientras que Patrick Mandron se ha hecho cargo del soporte del óleo, pintado sobre tabla de nogal. Todo ello bajo la atenta mirada de una comisión internacional consultiva creada ad hoc para la ocasión.
La obra tenía superpuestas diecisiete capas de barniz oxidado de un espesor total de unas 100 micras, que Moreira aligeró. Y también ha retirado partes repintadas discordantes, «especialmente en el brazo y el torso, así como el fondo », según ha indicado el museo. El tono general de la obra, ejecutada en varios tonos de amarillo y pardo, ha sido obtenido con una paleta de pigmentos muy reducida. Moreira apreció que las capas profundas de la carnación del personaje tienen una tonalidad rosada por la presencia de un poco de bermellón mezclado con blanco de plomo, pero es una capa fina de glaseado ligeramente pigmentado lo que le da el tono final. Además, el empleo de aceite y resinas dan una tonalidad amarilla al conjunto de la obra. En cuanto a las sombras pardas del cuerpo y el fondo sombrío de la escena, están coloreados principalmente con negro de carbón y unos discretos granos rojos o amarillos.
Era necesario ir con cautela a la hora de limpiar. En la mente de todos está todavía el escándalo que supuso la dimisión de dos de los expertos que formaban parte de la comisión internacional que supervisaba la restauración de «La Virgen, el Niño y Santa Ana» iniciada el 2010 y finalizada en 2012.

Ir demasiado lejos

Ségolène Bergeon-Langle, experta en restauración, y Jean-Pierre Cuzin, antiguo director del departamento de pinturas del Louvre, dimitieron, según reveló entonces «The Guardian», porque consideraban que se había ido demasiado lejos en la restauración del cuadro aportándole una vivacidad a los colores que nunca habían salido de los pinceles de Leonardo da Vinci, disimulando la sutileza típica del Renacimiento. Bergeon llegó a escribir más tarde en el «Journal des Arts» que la limpieza había ido «demasiado lejos», y en contra de las normas de conservación. Según ella, algunos detalles creados por Da Vinci habían sido borrados por el equipo de restauración: «La capa blanca sobre el cuerpo del Niño ha sido interpretada erróneamente como un barniz tardío que se hubiera enmohecido. Yo he recomendado la preservación pero nadie me ha escuchado», se quejaba la conservadora. Aunque la mayoría de los miembros de la comisión deseaban una limpieza más profunda, se optó por una fórmula intermedia. Una vez terminada la restauración, el responsable de la filial «Pinturas» del departamento de restauración del Centro de Investigación y de Restauración de los Museos de Francia (C2RMF), Pierre Curie, y la restauradora Pierre Curie, respondieron a las críticas. En una nota firmada por ambos, recordaban que la restauración había sido realizada «según el principio fundamental de la reversibilidad» y que el público debía comprender que no tiene ante sus ojos «un cuadro ‘‘renovado’’ por una restauración que le hubiera llevado a su verdad original», sino « una obra sobre la que el tiempo ha pasado, pasa y pasará, provocando la lenta e inexorable metamorfosis de su materia y de su imagen».
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El resultado final de la restauración dejó al descubierto el manto de la Virgen de un lapislázuli luminoso y su manga transparente, los rizos del vellón del cordero y el cabello del Niño, así como unas ciudades minúsculas entre el azul de las montañas. Pero también los más satisfechos con la limpieza reconocieron que la carne del rostro de la Virgen había quedado demasiado clara y ofrecía un aspecto ligeramente plano.
El San Juan Bautista no había sido restaurado desde hace más de dos siglos. La última limpieza remonta a 1802, poco antes de entrar al museo del Louvre, aunque en los archivos no aparece precisada la naturaleza de la intervención. Desde entonces sólo se había limpiado con regularidad el polvo del cuadro y se había vuelto a barnizar. Con anterioridad, el San Juan Bautista había «sufrido» al menos una restauración. «Sufrido», porque en el proceso se habrían eliminado algunas capas superficiales del glaseado endureciendo los contornos de la figura en algunas zonas. Así lo señala en 1639 Abraham Van der Doort, el conservador de la colección del rey Carlos I de Inglaterra, que poseía en aquella época el cuadro: «el brazo y la mano han sido dañados en una limpieza».
Esta obra de Da Vinci presenta «el punto culminante de su manera sombría y fundida, monocroma y transparente », como reza el panel explicativo del museo, pero durante estos últimos dos siglos, la acumulación y el envejecimiento del barniz habían llegado a ocultar los rizos y mechas de la larga cabellera del Bautista, mientras que la piel de pantera con que se cubre y la cruz que sostiene con su mano izquierda se habían fundido en la oscuridad del fondo.
En 1952, cuando los visitantes todavía podían apreciar algunos detalles que con el tiempo habían desaparecido por la oxidación del barniz, se estudió la posibilidad de proceder a una restauración, pero se abandonó la idea hasta 2009, en que se realizó una campaña para reexaminar las obras de Leonardo da Vinci que poseía el museo, y entonces se constató que el San Juan Bautista superaba todos los récords de superposición de barnices, con un espesor de 110 micrones, frente a los 50/60 del Santa Ana.
Por fin, el cuadro ha sido restaurado, y ha recuperado su lugar habitual, en la Gran Galería donde está expuestas la pintura italiana
La siguiente restauración podría ser la de la Gioconda, pero no figura en el orden del día.