¿Y si nos comemos los platos?
Dos jóvenes emprendedores belgas han creado la primera vajilla comestible para ahorrarse trabajo y no desperdiciar nada
Lo que menos apetece después de celebrar una fiesta en casa es fregar los platos, o si no que se lo digan a Hélène Hoyois y Thibaut Gilquin, dos jóvenes emprendedores belgas que han creado la primera vajilla comestible para ahorrarse trabajo y no desperdiciar nada.
Una reunión de amigos y varias rondas de aperitivos solo pueden tener una consecuencia para los anfitriones: una enorme pila de platos sucios en el fregadero. Esa misma experiencia vivieron los diseñadores belgas cuando se les ocurrió una idea para dejar de lado el estropajo y reemplazar las incómodas vajillas de plástico.
“¿Y si nos comemos los platos?”, propuso Hélène cuando todavía cursaba sus estudios de Diseño en la universidad. Dicho y hecho. Así arrancó Do Eat, un proyecto que fomenta “un gesto ecológico muy simple: luchar contra los desechos producidos por los recipientes de plástico”, explicó a Efe Thibaut Gilquin.
Apenas tienen el tamaño de una taza, pero estos recipientes compuestos de fécula de patata, agua y aceite son tan resistentes que permiten añadir alimentos o salsas de todo tipo al preparar los aperitivos.
Según sus creadores, cualquier sitio es bueno para comerse hasta el plato: fiestas caseras, inauguraciones, festivales, conferencias, cenas de empresa... Por eso los venden tanto en pequeños lotes de 20 unidades como en cantidades industriales.
“Son biodegradables, se consumen en el momento, tienen sabor neutro que combina con ingredientes dulces o salados y además se pueden meter en el horno”, explica Hélène Hoyois, una joven que con apenas 25 años ya sabe lo que significa poner en marcha su propia empresa.
Los dos socios tuvieron que tirar de sus ahorros para lanzar el primer prototipo, aunque poco después recibieron apoyo económico por parte de Valonia Creativa, un proyecto con el que la Comisión Europea (CE) y el Gobierno valón destinan un millón de euros a las nuevas empresas de la región.
Según Gilquin, ese el impulso que una persona con un proyecto en mente necesita para lanzarse: “Si tienes una buena idea, puedes crear tu propio empleo para combatir la falta del mismo. Es una oportunidad que siempre está ahí”.
Puesto que lanzar una empresa en soledad es muy difícil, esta pareja de emprendedores aconseja invertir tiempo y ganas en buscar al socio adecuado.
“Es curioso que cuando se nos ocurre una idea, parece que tenemos miedo de que otros la conozcan”, opina el belga.
Pero la falta de comunicación no suele ser un problema en la oficina de los diseñadores, ubicada en un enorme edificio a unos 30 kilómetros de Bruselas donde se congregan más de una treintena de empresas emergentes y se respira un ambiente distendido y juvenil.
Sofás de gomaespuma, hamacas, grafitis, paredes de colores y frases inspiradoras como “Lo hicieron porque no sabían que era imposible” forman parte del decorado y, sin duda, ayudan a que los empleados se relajen y sean más productivos en sus tareas.
Hélène Hoyois es consciente de que la creatividad es un elemento clave en el proceso: “Nosotros hemos creado algo que no existía, pero debemos avanzar más rápido que la competencia para innovar todo el rato con productos nuevos”.
Ya están a la venta los platos para aperitivos, pero falta completar la vajilla con vasos, cubiertos, cuencos y todo tipo de objetos de lo más curiosos, como un calendario comestible para saborear cada día, cada semana o cada mes, dijeron los diseñadores.
“También estamos desarrollando estrategias de comunicación como la entrega de folletos publicitarios comestibles para atraer a la gente y dar a conocer el proyecto” no sólo en Bélgica, sino en otros países como España, Francia o Suiza, explica Hélène.
¿Cuál es el secreto de su éxito? “Nosotros no trabajamos, hacemos algo que nos apasiona. Hay que lanzarse porque es muy gratificante”, zanja Thibaut.