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«Ícaro», el último vuelo de Najarro

El Ballet Nacional estrena hoy un espectáculo que celebra su cuarenta aniversario a través de las más emblemáticas coreografías de danza española, además de una pieza inspirada en el mito griego y creada por el director para el primer bailarín de la compañía, Sergio Bernal
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El Ballet Nacional estrena hoy un espectáculo que celebra su cuarenta aniversario a través de las más emblemáticas coreografías de danza española, además de una pieza inspirada en el mito griego y creada por el director para el primer bailarín de la compañía, Sergio Bernal
Sobre el escenario, dos hombres y un piano. Uno de ellos parece volar cuando se mueve al ritmo que marca el pianista. Dédalo, el arquitecto del laberinto de Creta, ha fabricado alas para su hijo Ícaro y le dirige hacia la libertad. El joven se alza –una pirueta, un salto–, siguiendo sus instrucciones. Hasta que deja de escuchar la música, da la espalda al Dédalo pianista y se acerca tanto al sol que la cera que une las plumas de sus alas se derrite. El mito griego tantas veces reinventado se sube hoy al escenario del Teatro de la Zarzuela con una coreografía de Antonio Najarro y música de Dorantes, quien representa al padre que advierte inútilmente de los peligros de volar demasiado alto a su hijo Ícaro, interpretado por Sergio Bernal, primer bailarín del Ballet Nacional de España.
El solo de Bernal será la única pieza nueva en el espectáculo de conmemoración del cuarenta aniversario del Ballet Nacional de España que se estrena esta noche. Najarro, que se despide de la dirección del BNE al final de esta temporada, lo concibió especialmente para Bernal, madrileño de 28 años del que recientemente afirmó: «Es un bailarín que marcará una generación por su talento artístico y técnico».
La idea surgió hace poco más de un año y Bernal recuerda que solo hicieron falta tres días de abril para terminar la coreografía. Sobre la narrativa de la pieza, el bailarín asegura: «Todos tenemos ganas de crecer, de avanzar a pesar de las advertencias de nuestros padres. Ícaro somos todos». Además del solo, Bernal participa en «Eritaña», la pieza que da inicio al espectáculo, y a partir de la semana que viene también en «Puerta de Tierra». Ya el año pasado las representó en el homenaje que Najarro organizó en torno a la figura de Antonio Ruiz Soler, creador de ambas coreografías. Fiel a la filosofía que ha defendido durante sus ocho años de gestión, Najarro no solo honra con este espectáculo a los demás coreógrafos que han dirigido el Ballet Nacional –como Antonio Gades, José Antonio y el propio Ruiz Soler–, sino que además presenta los cuatro estilos de danza española que los bailarines del BNE dominan: la escuela bolera, la danza estilizada, el flamenco y el folclore.
Mientras Bernal nos regala unos minutos para esta entrevista en el hall del teatro, sus compañeros ensayan con la Orquesta de la Comunidad de Madrid, que les acompañará en las 14 funciones programadas a partir de esta noche. De fondo se escuchan primero unas castañuelas y, más tarde, lo que parece ser el «Zapateado de Sarasate», otra de las piezas que componen el espectáculo. De pronto, suena una gaita gallega. Al oírla, Bernal, que ha estado explicando cómo la danza debe transportar al espectador a otro lugar, afirma: «Cuando se abra el telón en este número quiero que todo el mundo huela los montes de Galicia, que se sientan en los años cincuenta, cuando la gente bailaba en las calles, y que vean las sonrisas y escuchen la fanfarria». La pieza a la que se refiere es un dúo de «Romance», una coreografía de folclore de Juanjo Linares con música de Eliseo Parra, que también la interpretará en vivo. «Si la danza no te lleva a un lugar mágico, no es arte. Es pura ejecución», añade.
De sevillanas y baloncesto
Bernal entró al BNE un año después de que Najarro asumiera su dirección y éste se cumplen siete que trabajan juntos. «A Antonio le define el respeto que tiene hacia todo el que trabaja en la compañía. Precisamente, en muchas cosas no he estado de acuerdo con él, pero siempre tuvo tiempo para escucharme, para sentarse conmigo. Esa es su mejor condición, además de que es un trabajador nato, se le quedan cortas las horas. Es lo que la dirección del BNE necesita: una persona con educación que admire y cuide a sus bailarines», afirma. En algo en que sí parecen estar de acuerdo es en la necesidad de defender la danza, a la que Bernal llama «la hermana castigada, a la que no le han dado su lugar. La danza le da caché al país, y somos los artistas los que no hacemos lo suficiente por mejorar la situación. Debemos reivindicar más nuestros derechos y, sobre todo, trabajar». En su opinión, se trata, entre otras cosas, de un problema de educación: «Si a tu hijo le educas en escuchar música, ver cine, teatro y danza, formarás a una persona a la que le gusta la cultura». Y como ejemplo, cuenta una anécdota: «En mi colegio, yo era el único que decía: “Venga, vamos a dar clases de sevillanas. Tú, tú y tú, nos ponemos a bailar”. Pero lo que había realmente era una cancha de baloncesto».
Bernal agradece a su madre el haberle inscrito, cuando tenía cuatro años, en clases de baile. «Tengo un hermano gemelo y mi madre estaba como loca, diciendo: “Dios mío, no puedo más con estos dos. Necesito tiempo para vivir”. Así que nos apuntó a sevillanas». A las dos semanas, su gemelo se cambió a fútbol. «El fútbol es una carrera de competición, como esta. El que es un gran deportista es un tipo de élite. Somos iguales. No hay que machacar ése deporte, a mí lo que me molesta es que, por definición, un chico tiene que irse a jugar al fútbol en vez de tener otra opción».
Después de aquellos años de sevillanas en el patio del colegio, Bernal estudió en el Real Conservatorio de Madrid y antes de unirse al BNE en 2012 bailó también con las compañías de Aída Gómez, Rojas-Rodríguez y el propio Najarro. Siete años más tarde, se ha convertido en la apuesta del director del Ballet Nacional, a pesar de que el bailarín explica que sus estilos son muy distintos: «Antonio trabaja la danza española de una manera más actual, mientras que yo tiendo más bien a la parte clásica». En todo caso, no duda en otorgarse el protagonismo que merece en relación a este «Ícaro»: «Una coreografía no es nada más que una secuencia de pasos unidos en un ritmo. Lo que la completa es la interpretación del bailarín o los bailarines. Antonio se ha portado muy bien conmigo en ese sentido, es decir, la creación es suya, pero me ha dado mucha libertad para decirle cómo me sentía o si algún paso no me venía bien... aunque no he querido tocar casi ninguno porque respeto su trabajo. Además, entendía que era un reto que debía asumir: trabajar algo que no está dentro de mi estilo, pero que me va a mejorar y otorgar más vocabulario».
Por otra parte, resulta imposible no notar que el tema que Najarro eligió para la coreografía de su niño estrella tiene un trasfondo de advertencia. Un detalle que tampoco se le escapa a Bernal. «A través de su música, del pulsar de las teclas, Dorantes me va contando una historia. Y yo le sigo, hasta que me salto sus palabras. Al final de la coreografía, cuando me desplomo, él se levanta y rasga las cuerdas del piano con los dedos; se trata de un “te lo he dicho” simbólico», explica el bailarín, y añade: «Estamos en un país en el que todo es muy complicado y, en particular, en una carrera en la que el tiempo vuela. Por eso necesitas ir avanzando para conseguir lo que te propones. Y Antonio me lo ha recordado mucho: “Paso a paso, todo llega”. Pero uno siempre quiere volar. En ese sentido, esta coreografía me la tomo con cuidado y con respeto, sobre todo, a mí mismo. Además, he aprendido que debes permitirte fallar porque, sino, no vas a crecer. Ícaro me ha servido para trabajar esto».

De «El cisne» a «Ícaro», hecho para volar

«¡Cuántos pájaros tengo!», bromea Bernal. Y es que además de «Ícaro», una de las coreografías con las que ha triunfado en el último año ha sido «El cisne», de Ricardo Cue. Lo especial de esta pieza es que se trata de un ballet clásico, es decir, un estilo que Bernal no tendría por qué dominar. Sin embargo, esa ha sido una de las insistencias de Antonio Najarro durante su gestión: que todos sus bailarines tengan una buena base de clásico. La explicación es sencilla, según Bernal: «La danza clásica te otorga mayor control y conocimiento de tu cuerpo, es el punto de partida para dominar cualquier disciplina». A pesar de que siempre le ha encantado el ballet, cuando Cue le propuso hacer «El cisne», admite que pensó: «Zapatero, a tus zapatos». Finalmente, se animó a presentarlo en una gala en Suiza y en apenas dos días se aprendió la coreografía. Cue creó la pieza en honor a Maya Plisetskaya, su musa y amiga, y una de las grandes bailarinas de «La muerte del cisne». Para afrontar el reto, Bernal sacó fuerzas de lo que ya conocía: «Lo que nos identifica a los bailarines de danza española es que trabajamos desde el corazón. Por eso, a ese cisne debía impregnarle toda la magia y el sentimiento posibles». Otra de las dificultades que presentaba era el hecho de ser un cisne masculino: «Cuando suena la música de Camille Saint-Saëns la gente piensa en una mujer. El reto era reconvertirlo en un hombre sin que se viera amanerado o femenino en ningún sentido». En todo caso, el resultado fue tal que, justamente hace unos días, recibió la noticia de que ha sido nominado para los Premios Nacionales de Danza de Reino Unido.