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Jan Fabre, el cerebro más sexy del arte contemporáneo

El artista belga presenta en la Galería Javier López & Fer Francés una exposición inspirada en El Bosco en la que las alas de los escarabajos son protagonistas.
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El artista belga presenta en la Galería Javier López & Fer Francés una exposición inspirada en El Bosco en la que las alas de los escarabajos son protagonistas.
Heredó Jan Fabre (Amberes, 1958) de su abuelo el gusto por los insectos. Mientras uno los estudiaba minuciosamente, el otro, aficionado «amateur» a la entomología, ha decidido hacer de ellos obras de arte. Los bichos, o al menos en parte, son la base de la primera exposición individual que presenta el artista en España, «Tributo al Congo belga» y «Tributo a El Bosco en el Congo» –en la Galería Javier López & Fer Francés desde el día 16. Hasta 10.000 cubiertas de alas de escarabajo se juntan en cada cuadro para crear composiciones que se mueven entre el verde tornasolado y el naranja cobrizo. 100%, sin aditivos y a mitad de camino entre lo sagrado y lo terrorífico, ¿no? «Es un análisis sobre la crueldad que hay en la belleza y viceversa. Es como pintar con luz por sus brillos y colores», explica.
Utiliza Fabre –que aprovecha su visita para presentar la traducción de «Diarios nocturnos» al castellano– la muestra para hacer una fuerte crítica a la política colonial de su país a base de mezclar imágenes del Congo con obras de El Bosco, «un genio», apunta. Pero ¿conoce Bélgica lo que ocurrió entonces, las masacres? El artista resopla, coge aire y contesta: «Solo en los últimos 20 años hemos empezado a hablar. Somos un país creado a base de haber extraído uranio y diamantes y la tortura que eso conlleva. Cuando hace quince años cree el techo del Palacio Real de Bruselas, con la misma técnica que aquí, metí referencias a ese pasado en forma de diamantes, trozos de elefante, calaveras... Originalmente se diseñó en blanco para ser pintado con imágenes del Congo, pero nunca se hizo por la mala conciencia».
Y es que Fabre es especialmente duro con los suyos, un país en el que dice sentirse como «un enano entre gigantes», en referencia a El Bosco, Rubens, Van Dyck... En «Belgian Rules», el último montaje teatral que ha traído a España –al Teatro Central de Sevilla–, también mete el dedo en la herida. Lo describe como un lugar «feo, pequeño, de cielo gris y lluvioso».
–Es así. Tenemos ese azul grisáceo... Es una relación de amor-odio.
–Otra que propone en el montaje es si es estúpido admirar a un niño que hace pis...
–¡El Manneken Pis! No, es poético y subversivo. Orina en los fusibles de las bombas para pagarlas.
–También toca los nacionalismos, ¿conoce el caso español?
–Sí, lo tenemos allí (risas).
–Usted ha sufrido las iras de los separatistas...
–Hace unos años, seis personas del nacionalismo flamenco, que es de extrema derecha, me pegaron una paliza cuando salía de una «performance» y cuando realicé el techo del Palacio Real estuve amenazado y tuve que cambiar de dirección cada dos meses por haber trabajado para la familia real...
–¿Qué solución le ve?
–Hay que escucharles. Ni todos son nacionalistas ni son mala gente. Hay que ver por qué buscan refugio en esa idea. No deja de ser una queja.
–Se ha dicho desde Bélgica que España no ofrece garantías democráticas, ¿es así?
–Es que se hizo muy mal al dar la imagen de que la Policía pegaba a la gente que iba a votar.
De vuelta a la escena, si en «Belgian Rules» el montaje se alarga hasta las cuatro horas, lo que llega a Madrid en enero son palabras mayores: «Mount Olympus», en Canal. Prepárense para estar despiertos durante 24 horas, «yo lo voy a estar», invita el belga, que reconoce que el espectador «no solo aguanta, sino que da ovaciones de 38 minutos, en Sevilla, en París de 43, en Belgrado de 47...». Lo estrenó en Berlín con el miedo de que «se quedaran 15 en la sala, pero por suerte se quedaron. Es un intercambio de energía entre el escenario y el patio de butacas».
–Se presenta como «la cara oscura de la tragedia griega», pero viendo los vídeos no parece algo tan negro.
–Es una gran fiesta de la condición humana. Todo lo que uno lee en las tragedias griegas pasa hoy: amor, revancha, traición, nacionalismo... Es lo mismo.
–¿Ha encontrado los límites de la escena?
–No existen, es una cuestión de confianza entre las partes.
–Los que lo han visto hablan de «éxtasis» y «shock», ¿cómo se define un proyecto así de gigante?
-Como una catarsis, que fue lo que intenté explicar cuando empecé.
–Cerramos: ha quemado dinero, puso una placa en su calle para conmemorar su propia figura, ha usado su sangre... ¿qué le falta?
-(Risas) Hacer nuevas esculturas en Carrara alrededor de la idea del cerebro humano porque para mí es la parte más sexy del ser humano. Sin imaginación no hay erección.

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