Libros

Libros

Hispanofobia, una cuestión de envidias

María Elvira Roca Barea firma un volumen en el que traza los puntos en común entre los grandes momentos hegemónicos de España, Roma, Rusia y Estados Unidos, y reflexiona sobre las falacias que los Estados rivales lanzan sobre los diferentes imperios para desmerecer su labor y acrecentar las leyendas negras

El flamenco Theodor de Bry (1528-1598) realizó varios grabados como éste para ilustrar la supuesta historia de la destrucción de las Indias
El flamenco Theodor de Bry (1528-1598) realizó varios grabados como éste para ilustrar la supuesta historia de la destrucción de las Indiaslarazon

María Elvira Roca Barea firma un volumen en el que traza los puntos en común entre los grandes momentos hegemónicos de España, Roma, Rusia y Estados Unidos, y reflexiona sobre las falacias que los Estados rivales lanzan sobre los diferentes imperios para desmerecer su labor y acrecentar las leyendas negras

Fobia: «Rechazo», «aversión exagerada a alguien o a algo» o «temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión». Una u otra, depende de la acepción de la RAE que se escoja. Para María Elvira Roca Barea es «una consecuencia más de la existencia de cualquier imperio». Un principio de acción-reacción como el que se puede ver en todo vecindario. «Algo inherente al ser humano. Nos provoca molestia la eminencia, todo aquel que destaque por encima de los demás. Ése que, de repente, aparece con un Mercedes... ¡No ha tenido suerte ni ‘‘ná’’ en la vida!», compara. Es el ejemplo que utiliza la autora de «Imperiofobia y Leyenda Negra» (Siruela) para acercar su ensayo a la gente. Y parece que funciona visto el ritmo de ejemplares a los que se ha dado ya salida.

«Perdona, ¿sabes por qué se está vendiendo tan bien?», pregunta con toda la humildad del mundo. La misma que la sonroja cuando sale en la conversación que ha dado clases en la Universidad de Harvard. «Es más importante destacar que enseño en un instituto español», un verdadero «campo de batalla» en el que dar cabida a gente que no quiere estar ahí. Esa modestia es la que ha empleado en su ensayo sobre los imperios que la pillan «más a mano»: Roma, Rusia, Estados Unidos y el español, que no falte. Concretando más: delimitar los puntos en común de todos ellos y las envidias –«racismos», dice– que surgen a su alrededor como un elemento más de su grandeza. Grandes hegemonías en las que reconoce no haber profundizado para saber los motivos de su crecimiento más allá de «un momento de explosión para el que hay que estar preparado y saber aprovecharlo. No basta con chocarse con un nuevo continente para crear un imperio, hay que trabajarlo durante generaciones». Imperio como un proceso de expansión «con más de un siglo de duración que lleva consigo un crecimiento demográfico, una mejora de las comunicaciones, integración y mestizaje...», define.

- Desmerecer al rival

En el caso propio de las «fobias», se trata de la Leyenda Negra que acompaña a todo lo español desde el siglo XVI y que todavía hoy sigue viva. «Es excepcional, casi milagroso, que se haya aguantado desde entonces, porque ha significado un lastre enorme», comenta Roca Barea. Carga que, «por supuesto», no tiene fundamentos. Si los imperios se sustentan en hechos, las envidias, imperiofobias en este caso, lo hacen en sentimientos y propagandas. Desmerecer al rival para engrandecer al emisor de la falacia. Así lo han mantenido los franceses desde tiempos de Voltaire a Sartre y parece que les ha funcionado. «Ellos son los grandes aspersores de la imperiofobia. Lo hicieron con los rusos, comenzaron el antiamericanismo y consolidaron la Leyenda Negra. El hecho de que no fueran capaces de alcanzar un imperio propio les llevó a proyectar de una manera muy eficaz sus historias contra todos los demás con los que han convivido. ¡Y eso que con Napoleón tuvieron su momento! Pero no supieron aprovecharlo». La Ilustración francesa ahí se movió como nadie y la española, heredera de ésta, se hizo con sus tópicos casi por inercia.

El propio Voltaire, mientras esparcía la hispanofobia a manos llenas, decidió que su dinero no iba a la nueva Francia ni a las prósperas colonias británicas, «sino a Cádiz», explica la autora. Lo tuvo allí durmiendo y produciendo renta porque el comercio de Indias era el más rentable y le ofrecía una seguridad jurídica como ningún otro. Así que lo dejó en la Bahía durante décadas mientras le rendía beneficio y él escribía que España era algo así como « un nido de ladrones que no había hecho más que llevar destrucción y muerte al otro lado del mundo».

¿Y existió dicho genocidio? «Es algo que introdujeron en la Leyenda Negra desde el inicio de la guerra de los Países Bajos en 1568. Después ya se sumaron a ello en la Ilustración, con el liberalismo y partes de la izquierda. Hasta que llegó a formar el discurso de los indígenas. De hecho, ahí seguirá porque resulta más fácil echar la culpa a la Historia que a la responsabilidad propia. Es una forma de quitarse de las desdichas del presente», explica Roca Barea.

Algo con lo que el fraile dominico español Bartolomé de las Casas no estaría muy de acuerdo con su «Brevísima relación de la destrucción de las Indias», de 1552: «Tenia este esta costumbre, que cuando iba á hacer guerra á pueblos ó provincias, llevaba de los ya sojuzgados indios cuantos podía, que hiciesen guerra á los otros; y como no les daba de comer á diez, y á veinte mil hombres que llevaba, consentíales que comiesen á los indios que tomaban, y así habia en su real solenísima carnicería de carne humana, donde en su presencia mataban los niños y se asaban, y mataban el hombre por solas las manos y piés, que tenían por los mejores bocados». Una tesis construida sobre datos falsos, para Roca Barea –cada español que estuvo en América de 1492 a 1810 tendría que haber matado a 14 indios al día–, que desde los Países Bajos y las islas británicas tomaron como buena para atacar al Imperio hegemónico (1492, llegada a América-1898, pérdida de todos los territorios de ultramar) de entonces –a lo largo de la Historia sólo tres imperios han estado por delante en extensión: el británico (31 kilómetros cuadrados), el mongol (24) y el ruso (23). El español, a mediados del siglo XVIII sumó 20–. Aunque la hispanofobia surgió con la proyección española en Italia, que pronto habló de los «bárbaros» y todavía en la crisis de 2007 «se aludió a los viejos tópicos de la Leyenda Negra como un país atrasado. Más cerca de África que de Europa».

- Sangre corrompida

De esa forma se cumple con el abecé de las «envidias» ajenas, en el que se apunta a la sangre corrompida. Si en el caso de Roma se aludió al origen de ladrones de Rómulo y Remo, en España se hablaba de la contaminación de los pueblos judíos y musulmanes. En el XV citaban a los españoles como «marranos» directamente. Un fenómeno al que se suma el propagandístico con el ejemplo de que la expulsión de los judíos de la Península parece la única de la historia de Europa –nazis al margen–, y obviando las del resto del Viejo Continente, de norte a sur.

«Imperiofobia» se apoya en la idea de que «nadie aguanta en el poder a base de perjudicar al de debajo». Una relación en la que de primeras es inevitable el enfrentamiento, pero en el que después «no tiene cabida la aniquilación». Una cuestión de sentido común: ya pasó con los romanos que llegaron a la Península, «era obligatorio el entendimiento porque no se podía estar repoblando cada territorio conquistado –apunta Roca Barea–»; y sucedió con la llegada a América. Es uno de los paralelismos que encuentra el ensayo entre los diferentes imperios. «No se puede quitar más de lo que ofreces. Consolidarse a base de crueldades es una milonga que no dura más de cinco minutos. Si quieres mantenerte debes establecer un diálogo o si no el ejército no podrá conservar el orden más de 20 o 30 años».

La «fiabilidad» de los tribunales de la Inquisición

María Elvira Roca Barea –en la imagen– no demoniza a la Inquisición. Esa visión que tiene una gran mayoría de personas, en el imaginario de la autora de «Imperiofobia y Leyenda Negra» se suaviza. Habla de «tribunales fiables», al menos más que otros. Como el de Calvino, que sólo en Ginebra mandó ejecutar al 5% de la población: 500 de 10.000 en 20 años. Hecho que no ha pesado para tener todavía hoy una estatua en su honor. O Isabel I de Inglaterra, «que también contó por miles» los muertos en su nombre, explica. Así, los 1.300 condenados que se le otorgan a la Inquisición española se quedan en agua de borrajas porque «era un sistema reglamentado para los delitos como el abuso de menores, las falsificaciones o el proxenetismo –más lo religiosos incluidos–». Por ello, Roca Barea defiende que «ofrecía una serie de garantías al acusado que no se podía ver en otras partes. El derecho procesal católico le debe mucho a la Inquisición porque instauró un sistema judicial en el que se instruían los casos, y existían las figuras del juez y de los abogados defensores», completa.

EE UU, centro de las fobias del siglo XXI

De las tesis anti americanas de la Ilustración francesa deriva la imperiofobia a la que se ve sujeta hoy en día Estados Unidos. «Sólo hace falta ir a un bar para ver que todo el mundo ‘‘sabe’’ del tema y se siente autorizado para hablar», comenta Roca Barea. La filóloga denuncia que parece que el «estadounidense es muy criticado, pero luego es el que tiene que venir a arreglar los barullos que montamos en Europa. Ya pasó en la IIGM y no se le dio ni las gracias porque era lo que se esperaba. Y ahora con la OTAN todo el mundo tiembla cuando Trump arremete contra ella». Un país en el centro de la imperiofobia al que augura un final –«que yo no veré, por supuesto»– porque «todas las hegemonías colapsan antes o después. Y una vez llegado este punto es imposible levantarse, no tiene retorno», cierra.

«Imperiofobia y leyenda negra»

Mª Elvira Roca Barea

Siruela

460 páginas,

26 euros