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Nada en la azotea

Poesía

Nada en la azotea
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Cuando, en 1989, Álvaro García descollaba con su primer poemario, «La noche junto al álbum» (premio Hiperión), con reflexiva voz propia, en una época de poéticas polarizadas, nada hacía presagiar que esa imagen, de Eliot, devendría en antigualla. ¿Quién se recrea ya en la nostalgia de un analógico álbum de fotos? Más negro que aquella noche es el radiante mediodía actual, en una vacía azotea sureña, que igual podría ser un cementerio, entre cristales y fotos rotas. «Sol de óxido y de cal de la azotea, / triángulo de mar, jardín con tumbas»; así arranca el poema inicial, que da cuenta del sincretismo de García: filosófico y lírico, metapoético y narrativo, simbólico y vivencial. El uso del endecasílabo (casi todos los poemas son sonetos) vuelve más cáustica la descripción del arrumbamiento ante la zarrapastrosa existencia. A cada nuevo poemario se estrecha la angostura para el respiro, pero también se concreta. (Sólo) «Amando y escribiendo rompo el pacto», que han suscrito el tiempo y la muerte. Entonces, «¿Por qué estar piel con piel no nos asombra?», se reivindica. En un mundo sin sentido, en ninguno de los dos sentidos de la palabra sentido –entre «teléfonos pegados a la piel» y «conexiones mínimas», bajo «el sol negro de los coches oficiales»–, una cierta redención sólo puede darse por desacumulación y desalojo, drenaje literario y narcotización erótica, conscientes de que «son una sola cosa el tiempo y el espacio».