Buscar Iniciar sesión

Luis XIV, el rey que nació con dientes

Lo que parecía un milagro no fue sino una anomalía de la naturaleza. El hecho de que el bebé regio ya naciera con incisivos casi constituyó un secreto de Estado
larazon

Creada:

Última actualización:

Lo que parecía un milagro no fue sino una anomalía de la naturaleza. El hecho de que el bebé regio ya naciera con incisivos casi constituyó un secreto de Estado.
El parto de Ana de Austria, infanta de España por ser hija de los reyes Felipe III y Margarita de Austria-Estiria, ha pasado a la historia de las dinastías reales europeas por un hecho insólito: su hijo, futuro Luis XIV de Francia, vino al mundo provisto de dientes en el Palacio de Versalles. ¿Un bebé con incisivos...? En efecto, aunque todavía hoy siga constituyendo un regio secreto. Luis XIV, hijo de Luis XIII y Ana de Austria, nació el 5 de septiembre de 1638 tras veinte años de infertilidad matrimonial. No resulta extraño que muchos cortesanos atribuyesen el embarazo a un auténtico milagro del cielo, designando al futuro monarca con el sobrenombre de Dieudonné (Diosdado). Nada descuidaron los reyes ante semejante acontecimiento: votos solemnes, fiestas y peregrinaciones religiosas, piadosas prácticas, consejos de médicos y de mujeres expertas en natalicios... Hasta el doctor Juan Alonso y de los Ruices Fontecha, en sus celebrados «Privilegios para mujeres preñadas», impresos en 1606, recomendaba a las distinguidas parturientas, para impedir el aborto, que luciesen ricos diamantes, esmeraldas y finas piedras de águila.
Reliquias y cinturones
Estos preciosos aderezos tenían la particularidad, a juicio del galeno, de impedir la salida del feto hasta el momento oportuno, el cual llegaba finalmente una vez colocados sobre el muslo izquierdo de la parturienta para facilitar el alumbramiento. ¿Superstición...? Sea como fuere, Ana de Austria, además de las reliquias y los sagrados cinturones, llevaba cuajado su regio cuerpo de sartas preciosas y valiosas preseas que caían de manera espontánea por el desfiladero de sus pechos. Con todos esos adornos comenzó la función final, a las 23 horas del 4 de septiembre para ser exactos. Asistida únicamente por la célebre comadrona madame Peronne, la monarca dio a luz al futuro rey de Francia al cabo de doce horas interminables de espasmos y retorcimientos. Al verle asomarse al mundo con los dientes de leche, no faltaron quienes atribuyeron el hecho a un prodigio sobrenatural. Y es que un niño tan esperado, que aseguraba la sucesión al trono de Francia después de tanto tiempo, no podía nacer como cualquier plebeyo del reino. Pero la adulación palaciega convirtió en mérito lo que en realidad era una anomalía de la naturaleza.
En honor a la verdad, el futuro Luis XIV compartía ese portentoso «milagro» de la dentición con otros personajes que habían sido o no de estirpe regia. La relación es larga, pero puede resumirse con dignos ejemplos: Valeria, hija del emperador Diocleciano, también nació con dientes; lo mismo que Manio Curio Dentato, héroe plebeyo de la Roma antigua, o que Gnaeus Papirius Carbo, cónsul y anciano del mismo imperio. Por no hablar de Guillermo I de Normandía, padre de Guillermo el Conquistador, apodado El Diablo; o de Ricardo VI de Inglaterra, del cardenal Jules Mazarino y hasta del revolucionario francés Honoré Gabriel Riqueti, más conocido por el nombre de su título de conde de Mirabeau.
Huevo, aceite y almendras
Transcurrido el tiempo, Luis XIV se convirtió en hombre y recibió el apodo de Rey Sol, siendo monarca de Francia y de Navarra, copríncipe de Andorra y conde rival de Barcelona durante la sublevación catalana iniciada en 1643. Durante su reinado, siguió con fe la ley de la procreación brindando no pocos ejemplos a la ciencia obstétrica. En 1682 vino al mundo su nieto el duque de Borgoña, hijo de su primogénito Luis, motejado El Gran Delfín. Como el parto fue complicado, el doctor Clément dispuso una cataplasma compuesta con huevo y aceite de almendras dulces. Para evitar la inflamación del vientre de la reina María Ana Cristina de Baviera, le aplicó la piel aún caliente de un carnero negro recién desollado, de lo cual se ocupó un carnicero en una estancia adyacente. Temeroso de que la piel se enfriara, el carnicero corrió a llevarla hasta la cámara regia olvidándose de cerrar la puerta. Poco después, ante el espanto de los presentes, irrumpió en el cuarto el pobre carnero, despellejado y sangriento, expeliendo terribles balidos hasta el mismo lecho de la reina.
Fue así como Luis XIV, pese a dar tanto que sentir a sus nodrizas con los mordiscos impropios del lactante, se preocupó por extender la obstetricia con el ejemplo de su interminable prole y con las generosas recompensas repartidas entre sus médicos. No en vano, el doctor Clément recibió del monarca por su intervención en el citado parto la cantidad de 10.000 libras, la moneda francesa sustituida por el franco en 1795. Los bebes regios nacen siempre con un pan bajo el brazo.

Archivado en: