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Magüi Mira: «Vivimos mirando para otro lado»

«Consentimiento» es la dura obra que hoy estrena el Centro Dramático Nacional (CDN) y que podrá verse hasta el 29 de abril en el Teatro Valle-Inclán
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«Consentimiento» es la dura obra que hoy estrena el Centro Dramático Nacional (CDN) y que podrá verse hasta el 29 de abril en el Teatro Valle-Inclán.
Se abre el telón y aparecen siete actores interpretando una historia que se vive en las calles y que copa un sinfín de titulares, sobre mujeres acosadas y violadas, que aborda la violencia sexual e inquiere en relaciones donde los silencios chillan, aunque en ocasiones no se oigan nada. ¿No es no? ¿Cuándo no es sí? ¿Pueden disfrazarse los «noes» de «síes»? Pero, sobre todo, ¿quién decide si se consintió o no? «Consentimiento» es una obra que desnuda la verdad y arremete, con un humor hilarante, contra una ley obsoleta e injusta. Dirigida por Magüi Mira –que en 2016 recibió la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes–, constituye el espejo de una vida superficial, muy desequilibrada, poco comprometida e inmadura. El telón no se cerrará hasta el 29 de abril, en el Valle-Inclán.
¿Qué aprende el espectador?
–Se entretendrá, reirá y gozará durante algo más de dos horas. Pero no le daremos ninguna lección porque planteamos unos hechos que no tienen solución. Las cosas cambian a mucha velocidad y estamos soportando situaciones muy surrealistas e injustas.
–Explíquese, por favor.
–No somos conscientes de una tragedia que nos arrasa: la falta de empatía. Y es que vivimos mirando hacia otro lado. Espero que la obra haga pensar al público y le convenza de que, a lo mejor, hay que vivir de forma menos superficial.
–¿A qué debe su poder la palabra consentimiento?
–Suele estar en manos de expertos. Porque, ¿quién decide si la mujer consiente o no?
–¿Por qué no se contesta?
–Pues deciden los abogados y los jueces.
–Pero no es la suya una obra jurídica...
–No, es una obra caleidoscópica, de colores, que explica lo que ocurre con la ley que decide las penas de los acosos y violaciones a las mujeres.
–¿Consentimos demasiado?
–Absolutamente. Somos unos consentidores. Y eso no lleva a buen puerto.
–¿Y si no consintiéramos tanto?
–Tendríamos una sociedad más justa y equilibrada. Y, en definitiva, viviríamos mejor.
–¿Qué no deberíamos consentir y consentimos?
–Que en los juzgados no haya wifi y sigan funcionando con fax, por ejemplo. O la forma de aplicar algunas leyes. O el reparto de presupuestos tan absurdo que se hace. ¿Por qué consentimos que los diputados tengan pensiones de lujo y un régimen diferente al nuestro?
–¿Es ésta una obra que desnuda la verdad?
–Exactamente. Ahí la ofrecemos, en una bandeja, para que cada uno la vista según su opinión, ética y conveniencia; porque al final todos somos muy nuestros. Nosotros la dejamos desnuda.
–¿Y qué tipo de prendas suele llevar?
–La verdad se viste con colores llamativos, fosforitos, con purpurina... A mí, en cambio, me gustaría que fuera con un vestido completamente transparente.
–Como directora, ¿qué no consiente sobre el escenario?
–La falta de verdad y de trabajo en equipo.
–¿Y como actriz?
–Que me bloqueen, que me griten... Y algunos directores siguen haciéndolo y presionando y gritando no se puede crear arte. Y el teatro lo es.
–¿Usted prefiere dirigir o que la dirijan?
–Dirigir es tener el privilegio de capitanear un viaje, de contar una historia según se vea, sienta y entienda. Dirigir, al fin y al cabo, es convencer –no imponer–, ya que te pasas el día tomando decisiones. Que te dirijan, por otra parte, es dejar toda la responsabilidad a quienes dirigen.
–Y eso, en cierto modo, ¿no es consentir?
–Pero si se consiente porque se quiere es maravilloso. Yo solo consiento lo que quiero consentir. Lo que no se puede admitir es que te obliguen a consentir o que digan que has consentido cuando no lo has hecho.
–Oiga, usted dirigió «El discurso del rey» y no puedo resistirme a recordárselo, no precisamente por la obra...
–(Risas) Creo mucho más en los hechos, en los programas y en las cosas concretas que en los discursos, que al final es marketing para distraer a la peña.
–La típica: ¿prefiere el cine, el teatro o la televisión?
–Donde esté el contacto directo con el público... Eso no tiene precio y está en el ADN de cualquier ser humano que sale del vientre de su madre. No obstante, las cámaras también permiten cosas extraordinarias, como contar una historia y que quede guardada para siempre. Nosotros tenemos que sudarlo cada día.
–¿Hay alguna pregunta que no hubiera consentido en esta entrevista?
–Suelo encajarlas bastante bien. Me hubiese gustado que me hubieras hecho alguna pregunta para responderte: eso no te lo consiento. (Risas) Pero lo cierto es que soy muy consentidora, para bien y para mal.