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Muere Douglas Rain, que dobló a HAL, la computadora de “2001: Una odisea del espacio”

La voz de HAL le fue encargada a Douglas Rain, un canadiense con larga trayectoria en el teatro shakespeariano, que falleció el domingo a los 90 años.
larazon

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¿Quién puede matar a un robot? Aún hoy la pregunta resulta excéntrica, excepto si ese androide es HAL 9000, la máquina que nos hizo cuestionarnos los límites de la empatía en “2001: Una odisea del espacio”. Su lenta agonía es una de las muertes más colosales del cine, capaz de dinamitar almas de granito. “Mi cabeza se va, siento que se va, siento que se va... Todo es confuso para mí... Me doy cuenta, me doy cuenta”, lamenta HAL mientras el imperturbable Bowman va desconectándolo poco a poco. Por más que suplique y gima, por más que con esa voz parsimoniosa, más humana que robótica, diga lo que todos diremos ante la muerte (”Tengo miedo”), su suerte está echada. Así hasta perder la noción por la que fue creado y acabar patéticamente sus días cantando una canción de infancia, “Daisy Bell”, que le enseñó su programador.
También las máquinas, en el lecho de muerte, regresan a la infancia. Kubrick, meticuloso hasta el extremo de la obsesión (pasó 5 años asesorándose con la NASA) sabía, como Arthur C. Clarke, que una tecnología como la de HAL (acrónimo de Heuristically programmed ALgorithmic computer) no era descabellada del todo en 1968. Ya existían ordenadores capaces de procesar datos y hasta de cantar. Pero el salto visionario, el que hace de “2001” una fantasía moderna, es esa capacidad de generar empatía por la máquina, humanizarla a través simplemente de un gran ojo y una voz elegante, sin necesidad de crear facciones humanoides, mucho antes del estremecedor “...todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia” de “Blade Runner” (1982) y el romance virtual de “Her” (2013).
La voz de HAL le fue encargada a Douglas Rain, un canadiense con larga trayectoria en el teatro shakespeariano, que falleció el domingo a los 90 años. Su mirada se apagó, suponemos, con la misma mezcla de indefensión y resignación de la máquina, desconectada por quién sabe qué dios o qué demiurgo. Kubrick, que había pensado en Martin Balsman para el doblaje, optó al final por Rain tras escucharlo en la narración de un documental llamado “Universe”. Él suplicaría con aquel “Dave, deténgase” repetido por una vida, la del robot, que antes no le había sido reconocida a una criatura formada de guarismos. “Ya sé que no me he portado del todo bien”, clama ante la llegada de la parca. Pero todo es inútil. Al igual que la partida de ajedrez que la computadora pierde al inicio del filme contra Bowman, también ésta está perdida.

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