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Pericles en boca de Trump

Desde su elección como candidato republicano, al presidente de Estados Unidos se le viene tildando de «demagogo». El origen de esta palabra proviene de los políticos atenienses que buscaban ganarse al electorado merced a su retórica, buena presencia o engaños. Para varios de sus contemporáneos e historiadores actuales, Pericles fue el gran demagogo de su época y su ascenso al poder guarda parecidos con el de Trump
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Desde su elección como candidato republicano, al presidente de Estados Unidos se le viene tildando de «demagogo». El origen de esta palabra proviene de los políticos atenienses que buscaban ganarse al electorado merced a su retórica, buena presencia o engaños
El reciente presidente de Estados Unidos, Donald Trump, desde que fue postulado como candidato por su partido a su elección en parte sorpresiva, ha sido calificado reiteradamente como demagogo, trazando un paralelo histórico a veces demasiado a la ligera con la antigua democracia ateniense. Merece por ello la pena acercarnos a lo que era un demagogo, según la etimología, simplemente un «líder popular», o alguien que «lidera al demos». Habitualmente se relaciona a los demagogos con los sofistas, o al menos con el clima educativo que en pleno siglo V a.C. había creado la sofística en el marco del sistema ateniense. Aunque los sofistas han sido últimamente reivindicados en el contexto democrático por algunos autores, superando la imagen negativa que transmiten los diálogos platónicos, este clima queda indisolublemente ligado a una época que produce literatos como Eurípides (con su cuestionamiento de la moral tradicional) y políticos como Cleón (con su desfachatez y falta de escrúpulos).
Este es el ambiente de los demagogos que ridiculizará en sus comedias Aristófanes y a los que los historiadores antiguos como Tucídides atribuyeron los desastres políticos de Atenas durante la guerra del Peloponeso. Lo característico del demagogo era su capacidad de conseguir que la asamblea popular votase favorablemente sus propuestas merced a su retórica, su buena presencia o sus engaños. El problema de la soberanía popular siempre ha sido el del voto dirigido, por falta de cultura política, y el de la falta de información a los votantes por engaños u omisiones deliberadas. Este era un terreno abonado para individuos como los demagogos, que utilizan su capacidad de influir psicológicamente sobre las masas al servicio de sus propios intereses, más o menos inconfesables. Pero lo malo del demagogo es que era una figura que estaba dentro de la legalidad constitucional y democrática.

Argucias sofísticas

En la antigua Atenas de hecho había quienes estimaban al propio Pericles, un brillante orador que encandiló al pueblo con sus propuestas y buena presencia, como un demagogo más. En el fondo, había tenido éxito en el desempeño de su cargo y en arrastrar los ánimos de la asamblea con todo tipo de argucias sofísticas. Pero las fuentes más favorables a él afirman que no hizo esto a través de halagos sino que llevó al pueblo por el buen camino mediante la educación como medio de seducirlo, como sus maestros sofistas. En todo caso, el desempeño de más alta magistratura militar, la «strategía», era el ansiado objeto de deseo de cualquier manipulación de la soberanía popular, pues este cargo, electivo (no por sorteo) y prorrogable le otorgaba un importante poder personal al margen de lo que pudiera conseguir en la asamblea. Por eso tal vez se puede comparar el éxito de Trump al seducir a los votantes con el del cultivado Pericles, que logró su objetivo, o más adecuadamente, con el del más arrogante y cruel demagogo que nos ha transmitido la historia antigua: Cleón de Atenas.
Cleón, feroz adversario de Pericles, es la figura polémica con inclinaciones más populistas de la antigua democracia, una especie de «Donald Trump» de la política ateniense. En los duros días de 430 a. C., tras el fracaso de Pericles en su expedición al Peloponeso y en medio de la terrible peste, Cleón se alzó como el gran opositor de Pericles y le acusó de malversación de dinero público. A la muerte del gran estratego, Cleón pasó a ser el hombre fuerte del estado, rigiendo sus destinos precisamente en los momentos clave de la Guerra del Peloponeso. Su origen humilde en la clase de comerciantes enriquecidos y su modales rudos habían engendrado una elocuencia vulgar pero efectiva que sabía cómo arrastrar los ánimos de las masas a grades voces y con consignas claras. Conjugó estas habilidades con una política de aumento de las subvenciones a las clases más populares, que le hizo muy apreciado por los pobres. Bajo su égida aumentaron las delaciones y las sospechas de que los nobles, a través de diversas sociedades secretas, conspiraban contra la democracia. Su odio a la aristocracia era solo comparable al que sentía contra Esparta. Y de hecho gran parte de sus errores políticos fueron dictados por esa irracionalidad contra el enemigo tradicional de Atenas, que le cegó a la hora de tomar decisiones y de mover al pueblo a votarlas.
En 427 a. C., Cleón evidenció cómo era la política de un demagogo cuando propuso a la asamblea una medida extrema: pasar a cuchillo a toda la población masculina de la isla de Mitilene, que se había rebelado contra Atenas. Así, la facción más dura de la asamblea se impuso y convenció al demos para que se exterminara a la población de Mitilene, pero, cuenta el historiador Tucídides, «al día siguiente, pensando más sobre ello, muchos se arrepintieron de lo que habían acordado, considerando cruel el decreto y pareciéndoles algo horrible mandar matar a todos los de un pueblo, sin diferenciar de los otros los que habían sido responsables y autores del problema». Sin embargo, al fin se impuso parcialmente su parecer y un millar de los principales líderes de Mitilene fueron asesinados cruelmente. Estos y otros testimonios mostraban que el pueblo, llevado por demagogos, tomaba decisiones terribles, quizá demasiado precipitadas, que luego se demostraban irreversibles. Y también resaltaban los defectos del sistema asambleario, que convirtieron paradójicamente el sistema democrático de Atenas en una polis tyrannos: algunos llegan a achacar a dicho sistema la ruina final de la ciudad en esta última guerra, en manos de demagogos como Cleón. Por su culpa, por ejemplo, se perdió la oportunidad de cerrar una paz ventajosa en 425 a.C. con la rival de Atenas que pusiera fin a la calamitosa guerra. Ese mismo año logró fama en su política de humillar a Esparta y convenció a la asamblea para que enviara una fuerte contingente a Esfacteria, logrando capturar y llevar presos a Atenas a muchos espartanos gracias a la pericia del general Demóstenes.
Pero Cleón fue sobre todo recordado, como hace también la literatura antigua en la comedia, por sus malas artes en torno a la política, con acusaciones, delaciones y procesos por corrupción que obstaculizaban la marcha del gobierno. Otro ejemplo es el proceso que impulsó contra el estratego Laques por la fracasada expedición a Sicilia, otro de los desastres de la guerra para Atenas. Parece que él desató una suerte de «caza de brujas» como en tiempos del senador McCarthy y llenó la ciudad de espías e informantes a su servicio. Otros investigadores afirman que si pensadores como Tucídides o el comediógrafo Aristófanes cargaron las tintas así contra él se debió a enemistad personal, porque ambos habían sido denunciados por Cleón. Tampoco era simpático a los aliados de Atenas, no solo por el episodio de Mitilene, sino porque seguramente se debió a él el aumento del tributo que debían pagar. Al fin, cabe decir en su honor que falleció en combate en la Batalla de Anfípolis y su muerte, en cierto modo, allanó el camino para que Atenas y Esparta firmaran una paz, siquiera breve, la de Nicias de 421 a. C.

Desprecio al aristócrata

Se puede ver en la trayectoria de este político a un Trump de la antigua Atenas, a un demagogo de origen humilde en la clase media enriquecida por el comercio que consiguió el poder gracias a una oratoria violenta y populista, que excitaba a las clases populares y se jactaba de despreciar a los aristócratas, como aquellos que habían usurpado el poder de la verdadera «gente», y así como a todos los intelectuales amigos de Pericles y sus sofistas. A corto plazo, parece que los pobres de Atenas se beneficiaron de sus políticas, recibiendo subvenciones que se pagaban gracias a los onerosos impuestos a los aliados de Atenas. También consiguió implicar al ejército en alguna que otra acción brillante contra Esparta. Pero a medio y largo plazo, como ha ocurrido a menudo con las recetas populistas en la historia, tanto su política interior como la exterior, de humillación de los aliados y no apaciguamiento con Esparta, fueron letales para Atenas, que acabó sola, derrotada y arruinada.

EL «IMPEACHMENT» QIUE LOGRÓ APARTARLE DEL PODER

En 430 a.C. el populista Cleón se destacó por lograr apartar a Pericles del cargo por una suerte de «impeachment». Después de que el estratego hubiera logrado mover una flota para atacar el Peloponeso, estalló una peste de la que muchos culparon a las medidas de Pericles, que se defendió en un discurso que transmite Tucídides. Cleón supo canalizar el resentimiento de parte del pueblo contra él incoando un proceso por mala administración de fondos públicos. La asamblea al fin votó en su contra y el proceso acabó con el cargo de estratego de Pericles, que tuvo que pagar una fuerte multa de entre 15 y 50 talentos.