Festival de Venecia

Mostra de Venecia: El “lobby” feminista politiza la inauguración

El festival abre su nueva edición con la cinta que el japonés Hirokazu Kore-eda ha rodado en occidente protagonizada por Catherine Deneuve y Juliette Binoche.

Las francesas Juliette Binoche y Catherine Deneuve protagonizan la última película del director Hirokazu Kore-eda / Efe
Las francesas Juliette Binoche y Catherine Deneuve protagonizan la última película del director Hirokazu Kore-eda / Efelarazon

El festival abre su nueva edición con la cinta que el japonés Hirokazu Kore-eda ha rodado en occidente protagonizada por Catherine Deneuve y Juliette Binoche.

Si se trata de crear tendencia, la fiesta que la revista «Variety» celebra en el hotel Danieli la noche antes de que empiece la Mostra de Venecia es una cita indispensable. Su título, «All about “Mujeres”», parecía una declaración de principios: no solo explicaba el leitmotiv del menú degustación, organizado en torno a la obra de Pedro Almodóvar, que hoy recibirá el León de Oro honorífico a toda su carrera, sino que ponía sobre la mesa el tan publicitado tema de la igualdad de género en la selección de películas por parte del Festival. Alberto Barbera, director artístico de la Mostra, sigue defendiéndose de los colectivos feministas que le acusan de pasarse por el forro las cuotas, aunque se note el esfuerzo por mejorarlas respecto al año pasado: la proporción de cineastas ha subido del 20 al 23 por ciento (con solo dos títulos de veintiuno a competición, y uno, «Lingua Franca», en la sección Orizzonti, dirigido por una directora transgénero), algo que, por ejemplo, comparado con el Festival de Londres, cuya selección oficial tiene seis películas de diez dirigidas por mujeres, es una nadería. ¿ Y a quién se le ocurre, claman desde el #metoo, cuando Woody Allen tiene que emigrar a España para financiar su próximo filme, que un prófugo como Roman Polanski, con el drama histórico «El oficial y el espía», compita por el León de Oro? No sabemos si los estudios de Hollywood han restringido suavemente su presencia en esta 76ª edición de la Mostra porque la irrupción de Netflix les parece competencia desleal –sobre todo desde que el peligro, en la temporada de premios, es real: recordemos que «Roma» ganó el León de Oro en 2018– o porque, como declara Barbera, el cambio radical del paisaje corporativo en Hollywood o lo que es lo mismo, la Disney aspirando a convertir el negocio en un monopolio ha causado una falla en la producción de películas norteamericanas de calidad.

Duelo de divas

Netflix está al quite, como demuestra la inclusión del thriller económico «The Laundromat», la primera vez que Soderbergh trabaja con Meryl Streep, y «Marriage Story», de Noah Baumbach, con Scarlett Johansson, a competición. Lo que no quita que dos de los títulos más esperados de esta edición vengan de Hollywood: «Ad Astra», la conradiana fábula existencial en la que James Gray lleva trabajando siglos, con Brad Pitt como protagonista y productor ejecutivo, y «Joker», en la que Joaquin Phoenix retoma el personaje que bordó, a título póstumo, Heath Ledger, y que, contra todo pronóstico, va a concurso. ¿Preguntas en el aire? Unas cuantas. ¿Qué habrá hecho Olivier Assayas con Penélope Cruz en «La red avispa»? ¿Dará el pego Kristen Stewart como Jean Seberg en el biopic que se presenta fuera de competición? ¿Será «Madre», la secuela del corto nominado al Oscar de Rodrigo Sorogoyen, ahora en Orizzonti, tan tensa y musculada como su premisa? No debe de extrañarnos, pues, que la elección de «La verdad», con la que Barbera decidió inaugurar la Mostra, supusiera un gesto que reafirmaba su política de programación.

Si en los últimos años se consideraba que Venecia se había convertido en la plataforma de las películas que iban a arrasar en los Oscar, en esta edición ha preferido ampliar su radio de acción al cine de autor accesible y premiable con el primer filme que el japonés Hirokazu Kore-eda rueda en Occidente, después de ganar la Palma de Oro con «Un asunto de familia». Vale, dice Barbera, no está dirigida por una mujer, pero es claramente una película sobre mujeres, y vaya dos: Catherine Deneuve y Juliette Binoche. Imposible encontrarle un título más adecuado a la estupenda «La verdad». En apariencia es una comedia dramática sobre las disfuncionales relaciones entre una diva de la interpretación, Fabienne (Deneuve), y su hija guionista (Binoche), coaguladas en el momento en que la primera acaba de publicar su autobiografía y está a punto de rodar un filme de ciencia-ficción. Decimos «en apariencia» porque «La verdad» se disfraza de clásico filme de Kore-eda, experto en familias heterodoxas, para hablarnos de la vida como puesta en escena. En ese sentido, es lo más parecido a «El tercer asesinato», aquel singular e incomprendido thriller procedimental inspirado en «Rashomon» que Kore-eda haya rodado nunca. Si la memoria, dice el cineasta japonés, edita y deforma los hechos a gusto del que los cuenta y del que los escucha, ¿de qué hablamos cuando hablamos de verdad? ¿No podemos encontrar en una mentira la emoción auténtica de un vínculo, de un lugar en el mundo donde, de repente, nazca una posibilidad de comunicarse? ¿No estamos condenados a ser actores en nuestra propia vida, no interpretamos un rol cuando estamos en familia? ¿Vivir no significa reescribir un diario íntimo, borrar un mapa para dibujar otro sobre sus huellas? Una de las virtudes del mejor cine de Kore-eda es la ligereza. Era difícil mantener ese tono liviano cuando estaba dirigiendo en un país que no es el suyo, sin conocer la lengua que hablaban las actrices, con un traductor al lado.

Lengua afilada

«La película se basa en una obra de teatro que escribí en 2003 y que transcurría en un camerino», explicó en rueda de Prensa. «Fue Juliette quien me convenció para rodarla en Francia, y la historia derivó hacia la relación entre una madre y una hija». Añade Binoche: «Hace catorce años que quería trabajar con él. Y con Catherine, a quien admiro desde pequeña, a la que considero la auténtica encarnación de la feminidad. He cumplido un sueño por partida doble». «Fabienne soy yo, es un personaje que comprendo absolutamente». Habla bien de Deneuve que admita ese juego de espejos, cuando Fabienne no es precisamente un modelo a seguir. Podría ser una Bette Davis vestida por Yves Saint-Laurent, tiene una lengua afilada, es manipuladora y siempre necesita alguien que esté a su servicio, y le cuesta admitir que tuvo mucho que ver con el hecho de que su mejor amiga, también actriz, se suicidara. Y, sin embargo, la autoridad de la Deneuve radica en potenciar su ternura desde esa distancia que la caracteriza.

No importan tanto la envidia y la tiranía servida en forma de réplicas venenosas, como la vulnerabilidad de una actriz que pierde la memoria y tiene que aprender a reconciliarse con su hija sin dejar de mentirle. Era difícil prever que tanto Deneuve como Binoche cupieran en el humilde universo de Kore-eda. Pero el milagro se produce, y la vida emerge de los pequeños detalles de la ficción. Un periodista complaciente, una muerte que se olvida, un collar que se rompe, una melena por cepillar, una tortuga que aparece y desaparece. En definitiva, un oficio de fantasmas.