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Regreso al Futurismo

Convulsionó a la Europa de principios del siglo XX y se convirtió en un ruidoso estallido de color, una provocación en todos los órdenes de la creación
larazon

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Solamente faltó que las avionetas de formas redondeadas, un tanto voluptuosas, firmadas por Giacomo Balla se saliesen del lienzo para, tras un vuelo rasante y con los motores rugiendo y a punto de estallar, tomaran tierra en una de las rampas de la rotonda que diseñó Frank Lloyd Wright, esa infinita espiral que vertebra el Museo Guggenheim del Upper East Side de Nueva York. Quizá que los ciclistas de Mario Sironi invadieran con sus dos ruedas el edificio en una carrera infernal, a velocidad de vértigo hasta derrapar en la entrada principal. O que a los bailarines mecánicos de Fortunato Depero se les ocurriese jugar por un momento a ser trapecistas encaramados en los muros del edificio. El Futurismo habría tomado, literalmente, Nueva York, un desembarco, valga la expresión, a toda pastilla. Fiel a la idea que Filippo Tommaso Marinetti expuso en su manifiesto, que se puede ver en la primera rampa, de que le parecía mása bello y conmovedor un coche de carreras circulando rápidamente que la Victoria de Samotracia, se presenta «Italian Futurism, 1909-1944: Reconstructing the Universe», la primera gran retrospectiva en Estados Unidos sobre uno de los movimientos capitales en la Europa del siglo XX que se inaugura hoy y se podrá ver hasta septiembre en Nueva York.
Moderno e insurgente
Con más de 360 trabajos de más de 80 artistas, entre arquitectos, diseñadores, fotógrafos y escritores, se examina de forma multidisciplinar este movimiento desde su nacimiento en 1909 –con la publicación del citado manifiesto– hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. «Para ser futurista en la Italia de principios del siglo XX había que ser moderno, joven e insurgente. Inspirado por las pautas de la modernidad –ciudad industrial, máquinas, velocidad y vuelos–, los defensores del Futurismo exaltaron lo nuevo y perturbador. Vieron que había que revitalizar lo estático, la cultura decadente y una nación impotente que miraba al pasado en busca de su identidad. El Futurismo empezó como un ''avant-garde'' literaria y la palabra impresa se convirtió en alimento vital para este grupo de verdaderos transgresores . Manifiestos, poemas de palabras en libertad y diarios fueron intrínsecos a la diseminación de sus ideas», asegura Vivien Greene, comisaria de la exposición del Guggenheim en la que trabaja desde 2007, aunque la ha tenido en mente desde que empezó a trabajar en el museo hace veinte años.
De esta manera Greene ha querido arrancar con una exploración del manifiesto como forma de arte. Para ello, ha contado con el de Umberto Boccioni de 1912 y sus estudios de botellas y bloques también de ese año, con el que el visitante empieza ya a sentir el movimiento y la velocidad tan característicos del Futurismo (¿hay algo más provocador hoy, en pleno siglo XXI, que ese texto que escribió Marinetti y que en su momento levantó ampollas? ¿Qué habría pasado si esta pléyade de revolucionarios creadores se hubieran dado un paseo por ARCO 2014 con sus cacharros y sus grafías endiabladas? Seguramente lo habrían animado bastante). Son estos textos fundamentales para la comisaria, que considera a las figuras clave de este movimiento más escritores que artistas. Quizá, porque pueda parecer más sencillo escribir que pintar, esculpir o fotografiar. Sin duda, la escritura fue el gran vehículo para hacer llegar sus ideas más allá de las fronteras de Italia. Para la exposición, ha contado con setenta piezas entre manifiestos, libros o diarios.
Una vez que se entra en la vertiginosa rotonda el visitante se mete de lleno en la progresión del movimiento con su expansión en progresión geométrica hacia la arquitectura, moda, diseño, utensilios de cocina, poesía e incluso juguetes. Mareante, apabullante, impresionante. En la segunda rampa, destaca el óleo sobre lienzo de Umberto Boccioni «Simultaneous Visions» (1911) y la pieza de Gino Severino «Memories of a Trip», fachada en 1911.
Durante el trayecto se traslada a las evoluciones en estilo de espacios fracturados de los primeros años del siglo XX hasta las máquinas de las dos primeras décadas, y después a las formas líricas de los treinta. Sin olvidar la importancia de la capacidad de volar que llevó a los futuristas al imaginario de la aviación con «aeropittura», de la que destacan una pieza de Osvaldo Peruzzi, precedida en la exposición por las fotos collage de avionetas que firma Bruno Munari.
El cine de Jean Sachs
La propia comisaria reconoce que la exposición posee grandes elementos visuales y cacofónicos: «El Futurismo estaba apuntalado por paradojas. Era antifemenino, pero tenía en sus filas mujeres muy activas. Quería una ruptura entre la alta y la baja cultura, aunque valoraba la pintura por encima de todas las formas de expresión. Glorificaba la máquina, sin embargo, se alejó del medio mecanizado. En 1929, los artistas que habían denunciado las instituciones tradicionales vieron a su líder, Marinetti, miembro de la Academia de Italia», asegura la comisaria. La exposición, una de las más impresionantes que se hayan exhibido en el Guggenheim de la ciudad de los rascacielos, también incluye, como otro de sus grandes hallazgos, tres películas encargadas al director de documentales Jen Sachs, que utiliza imágenes de archivo, fotografías, textos, declamaciones grabadas y composiciones musicales para representar el trabajo de los futuristas. En una película, aborda sus actuaciones llamadas «serata futurista», que unió lo más alto y lo más bajo de la cultura de formas radicales y rompió las barreras entre espectadores y artistas.