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«El padre»: Vehículo de lucimiento para Alterio

Autor: Florian Zeller. Dirección: José Carlos Plaza. Intérpretes: Héctor Alterio, Luis Rallo, Ana Labordeta, Miguel Hermoso... Teatro Bellas Artes. Madrid. Hasta el 27 de noviembre.
larazon

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Si no fuera porque el texto está firmado por el francés Florian Zeller, bien podría parecer que esta agridulce comedia que ha llegado al Bellas Artes había sido escrita expresamente para el lucimiento de su principal protagonista, el veterano Héctor Alterio. La obra, que trata el tema del Alzheimer –o, al menos, del deterioro de las funciones cognitivas en la vejez, ya que no se especifica–, presenta como principal y atractiva novedad el hecho de que toda la acción dramática dimana del tristemente desbaratado cerebro del protagonista. Este interesante y privilegiado posicionamiento del espectador con respecto al espectáculo hace que el público entre rápidamente en el juego teatral que se le plantea y tienda puentes al personaje principal para tratar de averiguar cómo opera su fallida razón. Sin embargo, no dura mucho el encantamiento: el desarrollo va mostrando una serie de fallas, semejantes a las del intelecto del protagonista, que hace que el conjunto decaiga. Hay escenas insertadas de manera un tanto tramposa, como la de la pesadilla; otras que no están enlazadas con la suficiente cohesión y agilidad, y alguna información artificiosamente escamoteada para crear suspense. En la dirección, José Carlos Plaza se muestra más seguro cuando pisa por los caminos que ha transitado en los últimos tiempos y que son los del espectáculo comercial al uso; en ellos sí crea el clima adecuado para que Alterio pueda lucirse en un personaje entrañable que sirve de eje a una función que, a pesar de las citadas trampas, se hace amena y deja el poso de conmiseración que el autor y el director buscan. Cabe destacar la ingeniosa concepción de la escenográfica, firmada por Francisco Leal, en la que los elementos van desapareciendo paulatinamente de la vista del espectador, como desaparecen los recuerdos y los mimbres racionales en la cabeza del protagonista.