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"Los remedios": El disparatado camino hacia uno mismo

larazon

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Autoría: Fernando Delgado-Hierro. Dirección: Juan Ceacero. Intérpretes: Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro. Teatro Exlímite, Madrid. Hasta el 3 de noviembre.
Como de una coctelera bien agitada, en la que se hubieran introducido previamente los más variados ingredientes, parece haber salido esta curiosa función con la que la madrileña Sala Exlímite (antigua Kubik Fabrik) está tratando de reincorporarse al circuito teatral de la capital.
Podría decirse que la obra cuenta la historia de amistad a lo largo del tiempo de dos personas que crecieron en el modesto barrio sevillano de Los Remedios y a los que une, además del roce y el trato continuos en su desarrollo como personas, el amor por la interpretación y el teatro. En cuanto que esos dos personajes se corresponden, en realidad, con los dos actores que los encarnan –Fernando Delgado-Hierro y Pablo Chaves–, la pieza se convierte en una suerte de autoficción o documental simulado –incluso se proyectan abundantes imágenes de los dos protagonistas en distintas etapas de su vida en común– que se expresa sobre el escenario de una forma nada convencional: la dramatización pura se puede convertir a veces en performance, y esta no tiene reparos tampoco en reconvertirse de nuevo al drama, amoldándolo y reutilizándolo a conveniencia para romper la cuarta pared, si es necesario, e interpelar al público casi directamente. En ese camino, que en un sentido profundo no deja de ser el recorrido de los dos personajes hacia sí mismos para depurar su propia identidad y para dotarla de significación de acuerdo a la intrahistoria en la que se han forjado, el público podrá escuchar algunos fantásticos diálogos –como el de la abuela filosofando en el asilo sobre el teatro, o el que gira en torno a la existencia de Dios– y otros monólogos no menos ingeniosos –el de los niños muertos, el de la sirvienta negra o el de los toros serían algunos ejemplos– que alimentan una obra que está firmada por el actor Delgado-Hierro. La ironía y la ternura que a partes iguales rezuma el texto se refuerzan en algunas escenas dirigidas por Juan Ceacero con desparpajo y talento, como la del sueño que tiene uno de los personajes con un nazareno. La necesidad de cariño que todos tenemos, la belleza que encierra en sí misma esa virtud que es la humildad o la insalvable distancia ideológica que hay entre distintas generaciones son algunos de los temas que salen a la luz en una bonita función a la que, quizá, le falta un poco de cohesión dramatúrgica y de ritmo en su desarrollo.