«Panorama desde el puente»: Miller con aire de comedia
Autor: Arthur Miller. Director: Georges Lavaudant. Intérpretes: Eduard Fernández, Francesc Albiol, Mercè Pons, Marina Salas... Teatros del Canal (Sala Verde). Madrid. Hasta el 26 de febrero.
Con dirección del francés Georges Lauvandant llega otra obra desde Cataluña con la firma del gran Arthur Miller. A Las brujas de Salem se suma ahora en la cartelera madrileña, pues, este «Panorama desde el puente» que cuenta con el reclamo comercial del popular Eduard Fernández como protagonista. La tragedia de los inmigrantes ilegales que llegaban a EE UU seducidos por el sueño americano se cruza, en este soberbio drama estrenado en 1955, con la tragedia personal de Eddie Carbone, un modesto estibador asentado en Brooklyn que vive con su mujer y con su sobrina, y cuyo amor por esta última da síntomas de traspasar peligrosamente los límites del cariño cuando ella empieza a despertar esplendorosamente a la juventud. En un constreñido marco social y familiar, donde la comunidad fija su propio código de honor y donde la palabra dada impera más que la ley, Carbone irá arruinándose moralmente, dominado por su lado más posesivo e irracional, hasta llegar a la traición y la delación de dos inmigrantes que cree que pueden desestabilizar la seguridad de su mundo enfermizo. Si bien Lavaudant consigue contar la historia con el tempo que conviene a un conflicto cuyo clima ha de ir calentándose, como es habitual en el teatro de Miller, hasta convertirse en un fatal hervidero, no acierta tanto el director con la intensidad emocional de ese conflicto. Y no lo hace porque parece haber dejado hasta las últimas consecuencias que los actores hagan sus propias e individualizadas lecturas de los personajes, sin una clara línea por su parte que dé cohesión a la interacción de todos ellos. Al menos, esa es la sensación que da tras ver el llamativo desajuste que hay sobre las tablas en los registros interpretativos de los cuales han de echar mano unos actores algo descolocados que, a veces, parecen estar trabajando en funciones distintas. Especialmente significativo es el caso de Eduard Fernández: no es tanto que su trabajo sea bueno o malo, sino que está supeditado a una lectura cuando menos extraña del personaje protagonista, en la que se concede más importancia a su chulesca comicidad y a su desparpajo verbal que a la zozobra de su alma atormentada. Tanto es así que, en algunas escenas que debían caracterizarse por su pavoroso dramatismo, el público prorrumpe en risas viendo cómo se desenvuelve Carbone.