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Tina Modotti, la hoz y la cámara

larazon

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Se expone por primera vez en España la obra de la «musa comunista» que dejó Hollywood para retratar el México de los años 20
Tina Modotti fue algo así como una musa de la izquierda suramericana durante los años 20, la mujer que abandonó Hollywood (donde actuó en tres filmes mudos y posó repetidas veces como modelo de revista) para ponerse, cámara al hombro, del lado del «pueblo». A su muerte en 1942, ocurrida sospechosamente en un taxi, Pablo Neruda le lanzó en guiño de camarada en verso: «¿Oyes un paso, un paso lleno de pasos, algo/ grande desde la estepa, desde el Don, desde el frío?/¿Oyes un paso de soldado firme en la nieve?/Hermana, son tus pasos».
Aunque su tránsito por el arte y la vida fue fulgurante –apenas quedan 150 de las escasas 600 instantáneas que llegó a producir antes de su prematura muerte con 45 años–, su figura y su obra siguen despertando interés desde que en 1977 el MoMA la rescatara con una retrospectiva. Ahora, dentro del programa de PhotoEspaña, la Fundación Loewe trae por primera vez a nuestro país su trabajo en una muestra individual con obras cedidas por la galería neoyorquina Throckmorton. «Toda su vida fue una discusión entre la verdad y el arte para sacar a la luz lo que pasa inadvertido», explica María Millán, comisaria de la exposición.
Un brigadista en España
En realidad, es imposible entender la figura de Tina Modotti, nacida en Udine en 1896, en el seno de una familia humildísima, sin atender a su militancia política: fue abierta y declaradamente comunista y nunca rehuyó los «fregados» propios de aquella profesión de fe: desde las manifestaciones pro Sandino o a favor de la liberación de Sacco y Vanzetti hasta sus años de brigadista en la Guerra Civil española. Tampoco fue ajena a complots sonados de aquella época. Uno de ellos, el que acabó con la vida de su novio Julio Antonio Mella, líder estudiantil cubano, motivó su salida de México tras seis años de intensa vida intelectual, sentimental y artística en el país azteca.
A Modotti no se la entiende sin el comunismo, cierto, pero mucho menos aún sin la palanca de cambio que México y Edward Weston operaron sobre su gran pasión: la fotografía. En sólo seis años, su manejo de la técnica y su cosmovisión artística viraron desde los estetizantes bodegones modernistas hasta el retrato esmerado, natural pero nunca banal, de la vida campesina. «Trato, no de producir arte, sino fotografías honestas, sin distorsión ni manipulación», decía.
Entre medias, había adquirido oficio y pericia con la cámara gracias a Weston, reputado fotógrafo con el que viajó como pareja a México, y había trabado amistad con la intelectualidad azteca –especialmente con los muralistas y con Frida Kahlo– y con todo los poetas y artistas que pasaban por el DF. El resto, lo añadió ella: su predilección por las gentes sencillas, la artesanía, los titiriteros, las manifestaciones campesinas y sus aparejos: «La hoz, la bandolera y la guitarra», título de una de sus instantáneas más simbólicas... «Con el mundo campesino entra en contacto con sus orígenes humildes en Italia», señala Millán, quien recuerda que «aquellos seis años de intensa vida política, social y personal en México le permitieron desarrollar un proyecto y un estilo propios».