Los encierros de San Fermín están cargados de gestos míticos y pequeñas supersticiones que los corredores abrazan con fervor. Además del emblemático pañuelo rojo, la blusa blanca y los tradicionales pantalones de pelotari, un objeto insólito se ha hecho un hueco en esta carrera: el periódico. Enrollado, doblado o convertido en abanico, el diario se sujeta con convicción y se convierte en un acompañante inseparable a lo largo de los trescientos metros de adrenalina y polvo.
Según narra Chapu Apaolaza en su libro 7 de julio, todo comenzó casi por azar. Corría finales de los años ochenta cuando un mozo, sin intención más allá de calmar los nervios, se presentó con un periódico en la mano. Alguien lo vio en el callejón y, entre risas, comentó que aquel retazo de papel le daba seguridad. La anécdota, transmitida “de boca en boca” por las viejas calles de Pamplona, fue calando hasta convertirse en costumbre: del simple gesto espontáneo nació una tradición que hoy se repite puntualmente cada mañana de encierro.
Guiño nostálgico
Pero el periódico no es sólo un amuleto o un guiño nostálgico; su utilidad se descubrió casi de inmediato. Al desplegarlo ligeramente—sosteniéndolo al frente como un pequeño estandarte—los corredores pueden medir la cercanía de los astados: la fuerza del viento que agita las hojas advierte del avance de los toros y permite decidir si es momento de apretar el paso o apartarse de la trazada. Asimismo, sirve para desviar la atención de un morlaco rezagado, ofreciendo un foco al que el animal tiende a dirigirse antes de retomar la carrera principal.
Aun así, el diario conserva su vertiente supersticiosa y ritual. Muchos lo alzan en el aire al unísono con el cántico a San Fermín, aquel “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón” que retumba segundos antes de que se abran las puertas. El crujir de las páginas al doblarlas, el sonido del papel sometido a la brisa mañanera y la textura áspera bajo los dedos son el preludio de la prueba de fuego: una mezcla de intuición, tradición y tensión que solo se vive en Pamplona.
Un cántico que comienza a las 7:55 y se repetirá en dos ocasiones más antes de que la suerte esté echada.
Así, lo que nació como un capricho fortuito se ha convertido en uno de los grandes símbolos de los encierros. El periódico —testigo mudo de corredores valientes y temerarios— encapsula la magia y la precaución de una carrera donde la línea entre la vida y la suerte se traza, cada 7 de julio, con tinta y superstición.