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El documental que Weinstein no quiere que veas

Úrsula Macfarlane dirige «Intocable», el primer documental sobre la vida del productor de cine en el que se muestran los daños colaterales de sus métodos a través del testimonio de denunciantes, periodistas y compañeros de profesión
larazon
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En ese Nueva York de mediados de los noventa en el que la profusión de fiestas exclusivas plagadas de grato esnobismo y el desfile interminable de caras exitosas iluminadas por las luces intermitentes de las cámaras de Richard Avedon o Nick Waplington se convertían en los pilares de la noche americana, masturbarse en el baño de un hotel detrás del cuerpo de una joven canadiense que previamente había sido obligada a contemplar su cara en el espejo mientras se llevaba a cabo la acción podía llegar a asumirse como algo reglamentario y natural en el ascenso profesional de la carrera de una actriz que estaba empezando.
Sin embargo, mirado con los ojos del presente, semejante episodio podría ser comparado con una de esas perturbadoras escenas de película de serie B que, de lo malas que son, no necesitan más de dos días para desaparecer de la cabeza. Por desgracia, esto no es una película. Ni lo fue. Y a su protagonista, mejor dicho, a sus protagonistas, no se les olvidó. «Me dijo: “solo quiero mirarte”. Puso su mano en la parte trasera de mi cuello y me mantuvo allí observando mi propia imagen mientras se tocaba. Me resultaba complicado creer que esa era yo. Pero recuerdo mirarme en el espejo y verle por encima de mi hombro derecho, mientras pensaba: si me quedo quieta, quizá todo esto desaparecerá o quizá desapareceré yo. Imagino que estaba demasiado afectada para moverme», reconoce la actriz Erika Rosenbaum durante uno de los testimonios más explícitos que se pueden escuchar en el documental «Intocable», que se estrena el viernes.
Nueve meses después de que se produjera la primera acusación hacia el productor Harvey Weinstein por abusos sexuales y habiendo pasado ya un año de la salvaje irrupción del #MeToo, la cineasta y documentalista británica Ursula Macfarlane construye ahora una parábola cinematográfica producida por el oscarizado Simon Chinn (artífice de obras tan exitosas como «Searching for Sugar Man» o «Man on Wire», que narra la historia del acróbata Philippe Petit y su artística hazaña de suspensión sobre un delgado cable que unía las Torres Gemelas del World Trade Center) en la que se reconstruye con ayuda de declaraciones, entrevistas y testimonios –tanto de las denunciantes como del entorno más cercano del magnate– la verdadera historia del espectacular ascenso y posterior caída de alguien que se dirigía a sí mismo como «el sheriff del pueblo».
Weinstein estuvo viviendo un tiempo en el complejo de apartamentos de protección oficial de Electchester (Queens), en el contexto de una infancia plagada de pequeños conatos de marginalidad debido a su carácter tímido, inseguro y acomplejado, en la que siempre estuvo presente un desarrollo bastante deficiente de sus habilidades sociales. No salía en las obras del colegio, ni practicaba deporte, ni sobresalía en nada. Cuando entra en la universidad, la antipatía que genera en sus compañeros se multiplica de forma considerable por «resultar alguien repulsivo. Lo que ponía a la gente de los nervios era que iba por ahí como si fuera el Padrino», tal y como reconoce Dave Channon, antiguo compañero de la infancia. Pero tenía algo que, lejos de consolidar su faceta mafiosa, afianzaba su posibilidad de convertirse en un genio; la pasión. Una pasión por el cine que más tarde terminaría materializándose en una exitosa productora impulsora del cine independiente con sede en Tribeca como Miramax, cuyo nombre se inspiró en la fusión del de sus padres (Miriam y Max Weinstein).

La técnica del masaje

Sus aspiraciones de éxito con las películas que quería hacer siempre estuvieron presentes a lo largo de toda su trayectoria profesional. La ambición, el poder, la realización siempre insatisfecha de que lo conseguido no era suficiente en comparación con todo lo que quería conseguir le persiguieron desde el momento en el que una compañía como Disney ficha a Miramax y le sirve en bandeja tanto a él como a su hermano Bob la posibilidad de apostar por proyectos con dinero ajeno. Tenían que apostar, y apostar se les daba bien.
A lo largo de casi dos horas de filme, Ursula Macfarlane dibuja de manera prodigiosa cómo toda esa obsesión por consagrarse dentro de la Meca del cine, acaba extrapolándose de manera perniciosa a los comportamientos personales que Weinstein desarrolla con las mujeres. En palabras de la directora, se trata de una película «dividida en tres actos, a modo de estructura de tragedia griega». Cuando Weinstein quería algo, lo quería al momento. Sin contemplar la premisa del tiempo, detenerse en si era factible o calibrar la predisposición o el consentimiento del que tenía delante. Algo que Zelda Perkins, asistente de Harvey durante su etapa como propietario de Miramax, conoce bien. La británica entró a trabajar en la oficina de Londres con apenas 23 años y no tardó mucho en detectar la anormalidad repulsiva de las actitudes que el de Queens manifestaba.
La aparentemente inofensiva técnica del masaje, es algo en lo que coinciden más mujeres a lo largo del documental y la pérfida muestra de cómo el productor actuaba de una forma perfectamente calibrada y sistematizada: empezaba a dar toques de atención a través de la exigencia de contacto físico para, después, terminar sometiendo a la mujer a sus deseos más inmediatos con amenazas y chantajes profesionales de por medio. Por resumirlo; o te acuestas conmigo o consigo que no te contrate nadie más en la vida. Y lo espeluznante es que tenía las suficientes herramientas y la influencia necesaria para conseguirlo.

Obsesión por el Oscar

A la pregunta de si el productor es un monstruo o una víctima de su propia conducta, Macfarlane se muestra segura: «Me gustaría haber podido hablar con él de forma directa. Haber sabido qué se movía exactamente dentro de su cabeza cuando hizo lo que hizo. Las víctimas aquí son las mujeres que sufrieron esos abusos. Cuando empezamos con este proyecto me di cuenta de que resultaba más oportuno mostrar la patología de un hombre cuya finalidad a lo largo de la vida había sido acaparar poder. Todo ello a través del abuso de los vulnerables y del encubrimiento de sus escándalos. No sé si Weinstein era un monstruo, pero se parece bastante a uno».
Desde el punto de vista autorreflexivo de periodistas, ex compañeros de trabajo, amigos de la universidad y cómplices profesionales, descubrimos la atrayente y arrolladora personalidad de un hombre que tenía la tramposa virtud de convertir cualquier asunto en posible. Simplemente hacía que las cosas sucedieran. Weinstein ofrecía la posibilidad de convertirse en estrella a todo aquel que quisiera cumplir su sueño conectándolo de forma directa con el poso cultural de EE.UU. Y para ello se servía de una concentración inabarcable de poder que Jack Lechner, el director de desarrollo de Miramax, ejemplifica de la siguiente manera: «Harvey estaba obsesionado con los Oscar. Entendía muy bien el valor económico de cada película premiada y por eso fue el primero en dirigir a un equipo de expertos centrado en la ceremonia. Una nominación anual durante diez años seguidos no es casualidad. Todos daban las gracias a Harvey. Organizar fiestas, ofrecer regalos a miembros de la academia, sesiones privadas con los directores o los actores, una cena de lujo después... Todo eso fue obra de Harvey». Esta no es la historia de un hombre. Este es el relato de una industria que tardó treinta años en despertarse y cuyo final desgraciadamente, en términos de justicia, está aún por escribir.

¿Cuánto tiempo hace falta para considerar a alguien culpable?

Más de 80 mujeres, incluidas celebridades como Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Mira Sorvino o Rose McGowan acusaron en el año 2017 a Harvey Weinstein de abusos sexuales. La agresión a una asistente de producción cometida en 2006 y la violación en 2013 de una mujer cuya identidad sigue permaneciendo en el anonimato eran por el momento los dos únicos delitos por los que Weinstein estaba imputado. El 9 de septiembre era el día previsto para que diera comienzo el último juicio contra él, pero quedaba aplazado hasta el 6 de enero por la aparición de nuevas acusaciones contra el productor por parte de la actriz Annabella Sciorra, quien denuncia una violación producida en 1993. El equipo de abogados de Weinstein tiene ahora cuatro meses para preparar la defensa.