Así es el golf para pobres

El disc golf, modalidad «low cost» del deporte de las elites, arrasa en todo el mundo. Ahora llega a España, donde cada día suma nuevos adeptos locos por lanzar el «frisbee»

Al golf tradicional le ha salido un imitador. Resulta muchísimo más económico, es (dicen) igual de divertido y genera la misma adicción. Se llama disc golf y, aunque lleva años arrasando en Europa y Estados Unidos, ahora es cuando empieza a causar sensación en nuestro país. A principios de julio arrancó en Madrid la Copa de España, pese a que la capital aún no cuenta con un campo permanente. Y mientras el Ayuntamiento se lo piensa, los forofos de esta versión «low cost» del deporte de Jon Rahm lo practican todos los domingos que pueden en la Casa de Campo o en algún otro parque madrileño, como el Emperatriz María de Austria. Allí es donde, en una achicharrante tarde de verano, se prestan a explicarnos esta modalidad algo marciana.

Jorge Berástegui se enganchó en 2010 en Noruega. Pasaba el verano del año de Erasmus buscando trabajillos para pagarse sus cosas cuando se topó con unas cestas «que parecían trampas de animales» colocadas estratégicamente en una amplia extensión verde. Con solo tirar dos «fresbees» se enamoró de una actividad «muy técnica pero que te permite disfrutar desde el primer segundo». Ahora es el presidente del Madrid International Disc Golf, que fundó en 2017 para poner en contacto a todos los fans de un deporte que ya se juega de manera habitual en 40 parques públicos repartidos por todo el mundo. Y en más de una veintena de grandes ciudades en Europa.

A pesar de que no se puede saber a ciencia cierta cuántos son los aficionados, los últimos datos de la PDGA (Professional Disc Golf Association) sobre los federados dejan claro que esto acaba de empezar. Y va a más. Si en 2019 se contabilizaron 53.000 miembros activos en todo el mundo, el año pasado, pese a la maldita pandemia, llegaron a 71.000. En la web del club madrileño se explica cómo se juega: igual que el golf tradicional pero, en vez de usar bolas y palos, los jugadores lanzan un disco volador y, en vez de hoyos, hay canastas donde meter los discos gracias a unas cadenas que facilitan que se quede atrapado. Igual que su hermano «rico», se trata de hacer el campo con el menor número de lanzamientos posible.

Así es el golf para pobres
Así es el golf para pobresDavid JarLa Razon

Mientras lo explica, a Berástegui se le ilumina la cara. Este profesor de Educación Física dice que «lo puede practicar todo el mundo, tenga la edad que tenga. La dinámica es muy fácil, llegar a ser bueno ya es otra cosa. Además, es barato, se respira aire puro y no requiere de una gran forma física». También le chifla porque «es una forma distinta de viajar para mucha gente. Somos pocos aún, pero muy apasionados». Su novia es una de las pocas que lo juega porque, al menos de momento, es España en más un deporte masculino.

Mientras se coloca en posición del Discóbolo en este parque carabanchelero, Berástegui continúa enumerando bondades: «Siento que voy a poder estar haciéndolo toda la vida, no es nada lesivo para el cuerpo. Puedes estar 30 años compitiendo tranquilamente». Es innegable que esta modalidad resulta mucho más económica que el golf de toda la vida. Salir en un campo municipal de Madrid puede costar en torno a los 60 euros en fin de semana. Pero para ello hay que estar federado y estar en posesión de un «handicap», esto es, haber jugado ya mucho o haber tomado clases de un profesor que lo atestigüe. Además, un conjunto de palos puede costar entre 500 y 2.000 euros sin que tampoco sean de primer nivel. Y luego está la ropa; solo con que aparezca el término «golf» cualquier prenda se dispara.

Algunos jugadores de este grupo que nos sirve hoy de cicerone llevan ropa técnica, pero más parecida a la que se puede usar en cualquier paseo por la montaña. El carrito, que no es imprescindible, puede costar unos 350 euros y sirve, además, para sentarse y tomarse un respiro y también alguna que otra cerveza. El ambiente entre estos jugadores que en su mayoría ya han cumplido los 40 es de sana competencia y mucho buen rollo. Entre los que quedan en domingos alternos hay muchos expatriados de distintas nacionalidades porque, como suele ocurrirnos, los españoles nos subimos tarde al carro.

Fuera de nuestras fronteras, donde en la actualidad contamos con siete campos permanentes, el disc golf lleva décadas arrasando. En Finlandia, por ejemplo, ya hay más instalaciones de esta modalidad «low cost» que de los «pata negra». En total, cuentan con cerca de 700. Otros países como Alemania, Reino Unido o Suecia a han experimentado un crecimiento exponencial con miles de seguidores. En Estonia, en solo dos años han pasado de tener dos campos a 60.

Así es el golf para pobres
Así es el golf para pobresDavid JarLa Razon

EE UU, donde hay más de 6.500 lugares fijos para la práctica, es el país donde los discos voladores tienen más predicamento. Por algo allí surgió en la década de los 60 el «fresbee» tal y como lo conocemos hoy. Su inventor fue Ed Headrick, más conocido como «Steady». Este ex combatiente de la Segunda Guerra Mundial, se reconvirtió luego en inventor de juguetes sin sueldo. Como nadie quería contratarle, se prestó a comenzar a trabajar para demostrar lo que valía. Y vaya que lo hizo. Su primer encargo fue idear una manera de aprovechar los excedentes de otro juguete pasado de moda: los Hula Hoop.

Después de dejar la compañía, Headrick se lo montó por su cuenta para poder dedicar todas sus energías a una nueva obsesión: el disc golf. Junto con su hijo, en 1976 alumbró la primera compañía dedicada enteramente a este deporte que se juega en plena naturaleza y en el que los obstáculos a sortear son los que da el terreno; desde árboles enormes a bancos de arena o cualquier otro accidente orográfico.

Este año, un cuarto de siglo después del arrojo emprendedor del padre del «fresbee», un deportista estadounidense ha firmado un contrato de diez millones de dólares para practicar de su invento. Y a finales de junio se hizo viral un video de la última jornada de la Copa del Mundo en la que James Conrad logra encestar un disco en la cesta número 18, la última, a más de 70 metros de distancia. En las imágenes puede verse a los miles de espectadores cómo rugen ante la gesta épica, el sonido no se diferencia mucho del que se puede escuchar en un torneo profesional del «otro» golf. Los comentarios del periodista que retransmite la final no dejan lugar a dudas sobre el tamaño de la hazaña: «¡Dios mío, es increíble! ¡No he visto nada igual en toda mi vida!». En el campo, Conrad da, literalmente, saltos de alegría mientras se abraza con el público que lo rodea. Es un tipo con coleta, no tiene pinta de golfista, pero es que este deporte es así. ¿Quién quiere tradición cuando puede haber mucha, mucha, diversión y a un precio de risa?