Boxeo

Ardy esquiva su pasado

Un momento del combate
Un momento del combatelarazon

Se convierte en el nuevo campeón de España de los supergallos al derrotar a Maravillita Sánchez a los puntos. Ronny Landaeta retiene el título de los supermedios al noquear a “Flaco” Romero en el segundo asalto

“Prefiero ganar por puntos y no hacer daño a nadie y que nadie me lo haga”, decía, incapaz de celebrar la victoria, Ronny Landaeta, el “Llanero”. Acababa de retener el campeonato de España de los supermedios por un KO estremecedor en el segundo asalto ante el “Flaco” Romero. Un crochet de derecha tumbó al aspirante, hacia el que rápidamente corrieron las asistencias. Cuando se levantó, la única preocupación de Ronny era conocer el estado de su rival. El público aplaudió el coraje de Romero y la deportividad de Landaeta, dos caballeros por encima de cualquier tipo de competitividad. El campeón continúa siéndolo. Y continúa invicto.

El de los supermedios era el combate que cerraba la velada. Antes, Álvaro Rodríguez, “Ardy” y David “Maravillita” Sánchez peleaban por el título de los supergallos que estaba vacante.

Un minuto, Ardy, un minuto”, gritaba desde la esquina su preparador, Jero García, mientras el boxeador correteaba por el ring zafándose, bien por la derecha, bien por la izquierda, de los puños de su oponente, que acabó persiguiendo fantasmas y con los hombros cansados de golpear el aire. Ardy ofreció su cara como cebo y su adversario picó. Ardy, que es de esos púgiles a los que le gusta arriesgar, combate con la guardia baja, con la mano izquierda mirando al suelo, con más confianza en sus piernas, que son su golpe secreto, y en una esquiva infalible que acaba hundiendo la moral del contrario y que deja en el contrario el mismo sinsabor que los directos que entran por sorpresa por el centro de la guardia.

En la memoria del público de la sala Mandalay del Casino Gran Madrid todavía estaba presente su último intento de conquistar el campeonato de España de los supergallos contra el canario Cristian Rodríguez. En aquella ocasión, su rival consiguió cortarle el aire y cercenarle las piernas con un golpe en el hígado que le dejó sin aliento y el ánimo tocado. Ardy dejó de correr y Cristian le cazó para derrotarlo a los puntos en un final dramático. Este recuerdo ayer presente entre los aficionados que le animaban y que le recordaban que un combate es más que un asalto, que respetara su boxeo y que no entrara en distancias inconvenientes para él. En la pelea de ayer había algo de pequeña revancha consigo mismo, y no sólo con su rival; algo de no repetir la historia vivida en esas carreras por el cuadrilátero en el décimo asalto, como si huyera de los errores que había cometido en el pasado. Ardy llegó entero a ese round definitivo para desquitarse de esa mancha, dejar el pasado donde corresponde, que es ayer, y gritar su triunfo subido a las cuerdas del rincón como si desde Torrelodones pudieran escucharle en el Lucero, que es su barrio.

Terminó entero el combate, con las rastas de su melena intactas y la única preocupación de que la coquilla dejara de molestarle. “Se me subía y había que bajarla”, confesaba después del combate. Sin fuerzas, sin éxito, Maravillita intentaba encontrarle el rostro, pero siempre en el lugar donde estaba un segundo antes, mientras Ardy se colocaba el calzón, ballesteaba y dejaba que los zurdazos y las derechas sonaran por encima de su cabeza como si se trataran de aviones lejanos que no tenían nada que ver con él.

El nuevo campeón cuida la estética a su manera, en el peinado, en los tatuajes que recorren su piel y en el calzón con la bandera de España, como si para subir a la lona tuviera que convertirse en otra persona, en alguien distinto al chaval que luego se sacaba fotos con los admiradores que le buscaban en los corredores y pasillos del Casino para hacerse un selfie con él y con el cinturón que le acredita en el nuevo campeón de España.

Pero lo que se presenció en esta velada es el espectáculo que acostumbran a dar los boxeadores pequeños de los supergallos, unos tipos exprimidos hasta la última gota de grasa para dar el peso y con el coraje de un Seal. Unos muchachos con reflejos de cine, velocidad de Ferrari y la astucia de que se gastan los seres habituados a sobrevivir en el desierto. Maravillita depositó su fe en la fuerza que se intuía contemplando su musculatura y Ardy, en la inteligencia boxística, como si las cuerdas fueran un sinónimo de ajedrez. Maravillita salió del rincón con el empuje y las ganas que gastan los toros y Ardy, con la templanza de un banderillero, dispuesto a colocar sus golpes, a conectar sus puños sin que las astas de su adversario le tocaran los costados y le castigaran las mejillas, que ayer llevaba ya bien rasuradas.

El motor de un boxeador es la confianza en sí mismo. Ardy lo sabía y, a base de meter nudillos, acabó reduciendo la de su contrario a la turbia nebulosa de los sueños. Hacia la mitad del combate, Maravillita, un guerrero que no se daba jamás por vencido, comenzó a entender que el aire es necesario para respirar y que para continuar requería mucho más oxígeno del que había en la sala. En definitiva, su rapidez se convirtió en algo previsible y sus puños llegaban con menos confianza, aunque sonaran fuerte. El campeonato se le iba. Los jueces lo confirmaron poco después por decisión unánime. Ardy ya es campeón de España.