Caso Pistorius
Cara a cara con «Blade Runner»
El día que conocí a Pistorius tuve que esperarle hora y media. Fue el tiempo que le llevó desde que cruzó la meta hasta conseguir meterse en la zona mixta. Me quedó claro entonces que iba a entrevistar a una «estrella». Y, francamente, creo que estaba encantado con el circo que se montaba a su alrededor cada vez que salía al tartán del estadio olímpico de Londres. Me habían advertido de su arrogancia. Pero no puedo decir que fuera soberbio, altivo o maleducado, porque mentiría. Intentaba atender a todos los medios e incluso posaba ante las cámaras de los teléfonos móviles que se saltaban las normas de no hacer fotos. Se le notaba cómodo. Así que no me creí el discurso de su jefa de prensa: «Le gustaría pasar inadvertido y hablar sólo de la carrera». En días normales tenía una media de 30 peticiones de entrevistas. Durante los Juegos, más de 200. No me extraña, por tanto, que la fama se le subiera a la cabeza. En cierta manera me recordó a los niños prodigio de Hollywood. Tan acostumbrados a que todos les doren la píldora que luego no aceptan dejar de ser los protagonistas. Lo que le pasó en los Paralímpicos fue una pataleta. No llevó bien que Alan Fonteles Cardoso le arrebatara el primer puesto. Pidió que revisaran sus paletas por considerar que le daban ventaja. No me sorprendió. Me explicó que «nació con un don y no podía desperdiciarlo» y me dio la impresión de que se creía el único «Blade Runner». Cuando terminó la carrera con el brasileño, gritó: «No ha sido justo», aunque luego le felicitó ante las cámaras. Me hace pensar si el niño bueno, religioso y hasta ruborizado por tanta atención que me mostró era sólo una fachada.
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