Nueva York
Carlos Soria: «No tengo secretos. Desayuno ajo, cecina y Pavo»
Hace poco le han operado del menisco, pero eso no ha sido más que un incentivo más para entrenarse más fuerte y el 31 de agosto volver a subir una montaña. En mayo subió el Kanchenjunga (8.586 metros), la tercera montaña más alta del planeta. Es el hombre de mayor edad en subir esa cima. Ha subido 12 ochomiles. Allí arriba no parece de la tercera edad.
-¿Qué significa eso de «tercera edad»?
-Es cuando la gente se va haciendo mayor, supongo... Pero la segunda edad, cuándo empieza; y la primera, a qué años es. Cuando tenía 52 años fue el momento que más fuerte he estado mi vida. Subí mi primer 8.000, pase de Pakistán a China y subí una montaña de 7.500 metros. Ahora hay un «boom» de correr y de montar en bicicleta, pero me parece que una edad fantástica para hacer fondo son los 50, si te cuidas. Lo de la edad, está ahí, en el carné de identidad y te pone límites, pero si luchas por estar mejor, siempre estás mejor.
-¿Por qué espero hasta los 52?
-A los 23 años, en los Alpes hice una ruta muy difícil. No me he dedicado al deporte, si no a trabajar, a criar cuatro hijos con un negocio de tapicería. Aunque siempre encontraba hueco para ir a la montaña. La jubilación es lo mejor del mundo. Hay mucho por vivir y se pueden hacer cosas que no has podido hacer antes. El día que me jubilé, me tenían que operar porque se me puso una sonrisa que no se me iba. Cada persona tiene una vida de una forma y se toma la jubilación como puede. Yo trabajé desde los once de encuadernador y luego fui tapicero y he hecho cosas muy interesantes, fuera de España, en Nueva York, en una estación de esquí. Trabajé de tapicero, pero nací alpinista.
-¿Cuándo se enamoró de la montaña?
-A los 14 años, en Guadarrama, con un amigo. Vi que aquello me gustaba mucho, que era mi vida. A un niño de 14 años, de posguerra, pobre, que vivía en un sitio deprimente, la montaña me daba alegrías. No tenía agua en casa y por la montaña, sin embargo, iba a conocer el mundo.
-¿De qué huye en la montaña?
-No huyo de nada. Hay veces que estás harto o agobiado porque tienes mucho o poco. El trabajo siempre es así, siempre he vivido una crisis permanente. Pero cuando vuelvo a casa de la montaña lo hago encantado. Desde que me jubilé vivo al lado de la montaña, antes vivía en la M-30. Es una pena que no haberme jubilado antes.
-No huye, ¿pero qué busca?
-Busco estar a gusto y hacer las cosas que más me satisfacen, pero no soy infeliz cuando no estoy en las montaña.
-¿Qué le ha enseñado?
-Muchas cosas: a no preocuparme por chorradas, a vivir más contento, a ver que hay gente que vive en peores condiciones que tú, que esto no está tan mal, relativizas, conoces gente.
-¿Es más difícil bajar o subir?
-Bajar siempre cuesta mucho trabajo, es lo más peligroso. Hay que bajar con mucho cuidado y tienes que reservar fuerzas para eso. No sólo consiste en subir. Mi mayor logro es que llevo años subiendo montañas y nunca me han rescatado.
-Supongo que en verano va a la playa.
-A la playa voy en invierno, porque a mi mujer le gusta mucho. Voy a Campello. No me gusta estar quieto en la playa. Eso sí, vamos a comer arroz, que me encanta.
-Cuando cuenta que va a subir un ocho mil, ¿qué le dicen en su casa?
-En casa piensan lo mismo que yo. A mi mujer la conocí en 1962 en la montaña, en la Pedriza. Cuando teníamos hijos íbamos en autobús a Gredos, éramos muchos, pero nunca hemos dejado de salir por eso. La vida ha cambiado mucho.
-Cuéntenos su secreto...
-No tengo. Estoy operado del menisco y el 31 de agosto voy a salir a por otra montaña. Ahora estoy moviendo todo menos esa pierna. Eso es lo que me hace salir adelante. Habría otro quejándose, pero hay que aguantar y hacer ejercicio. Cambié mi entrenamiento y ha cambiado mi condición física: me han mejorado las rodillas. Hace tres años las tenía peor.
-Pero, por ejemplo, desayuna ajos.
-Desayuno ajo con otras cosas. Arroz integral con leche de avena, piñones y pasas. El ajo es una especie de antibiótico. Cojo una rebanada de pan y le pongo aceite, cecina y pavo. El ajo lo pongo entre la cecina y el pavo. Hay un ajo negro, que antes lo hacían en China, que no te deja el sabor. Pero bueno, con un poquito de menta, se quita siempre el sabor.
-¿Se come bien en las expediciones?
-En altura se come poco: cecina, galletas, quesitos. Frutos secos, nueces, hay que comer cosas que te alimenten, pero lo más importante es beber: sopas, aguas. Si tú escuchas, el cuerpo te lo pide. En el campo base la comida te la hace el cocinero que te pone la agencia y muchas veces es el mismo. Me encanta cómo lo hace, se come tan bien que saqué un libro: «Recetas de cocina para situaciones límites».
-¿En qué se piensa allí arriba?
-Estoy concentrado en lo que voy a hacer. Ahora estamos comunicados porque tenemos wi-fi. En 1973, había unos sherpas que corrían con el correo. Hoy todo está al día, hasta los partes meteorológicos, antes mirabas al cielo. Antes también se subía con más gente. Cuando fui al Himalaya, subí con 12 o 14 personas. Ahora, gracias al BBVA, tengo mi expedición.
-¿La montaña implica pensar en lo trascendente?
-Me lo han preguntado muchas veces. Te puedo decir cosas grandilocuentes: que me encuentro a mí mismo. En realidad es que allí me siento bien.
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