Real Madrid
Lo reconozco, sentí envidia
El Madrid no juega finales, las gana. Lo he vuelto a comprobar. Y por tercer año consecutivo. Pero esta vez llegué muy mentalizado. Y los valientes madridistas que desafiaron los obstáculos de un viaje complicado, también. El ambiente era de absoluta superioridad. La afición ha interiorizado como nunca lo de sentirse «reyes de Europa». En la previa, mientras las caras de los ingleses eran de nerviosismo, las de los españoles eran de confianza. En la zona noble, antes del partido, nadie confiaba en una victoria del Liverpool. Jamás viví una final con un favorito tan claro. Ya durante el partido, con la lesión de Salah, perdieron el leve temor que les hacía ser prudentes. Celebraron el golazo de Bale conscientes de que el momento era histórico y acabaron sin sufrir, pudiendo cantar «campeones» mucho antes del final. Otra Champions que les refuerza. Tocó felicitar al ganador, bajar la cabeza y desear que la vida me permita vivir también un ciclo ganador del Barça en Europa.
Fiesta amarga. Aunque la fiesta no fue completa para los madridistas. Las palabras de Cristiano tras el partido corrieron como la pólvora por el Olímpico de Kiev. Muchos borraron la sonrisa de felicidad y la sustituyeron por muecas y comentarios negativos sobre el ego del portugués. Es evidente que no les sentaron nada bien sus declaraciones en plena celebración. Fue la única decepción de una noche histórica para el madridismo.
Toca reflexionar. El doblete está muy bien, pero ayer cuando veía tan eufóricos a los madridistas pensaba en algo que luego también Carles Puyol resumió con un mensaje en sus redes sociales. El mejor Barça de la historia se ha perdido demasiadas finales como la del sábado. Hay que reflexionar y definir un modelo de club que le haga sentirse fuerte y ganador en Europa. Lo reconozco, ayer sentí envidia viendo a los madridistas celebrar otra Champions.
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