Tour de Francia
Oxígeno para Contador
Majka triunfa en Cauterets tras desatarse en el Tourmalet y exhibirse en solitario.
Camino del mal retorno, así se traduce literalmente Tourmalet. La montaña maldita. La que te vuelve loco. La épica y la leyenda. Los caminos impracticables para el ganado por los que se atrevió a subir Alphonse Steinés en 1910 después de convencer a Henri Desgrange, el dueño del Tour entonces, para extender hacia las montañas del sur de Francia la ronda gala y darle así más emoción. «Atravesado Tourmalet. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop». Ese telegrama le mandó Steinés a Desgrange cuando bajó de la montaña maldita. Mentira. Casi se muere allí arriba. Steinés contrató a un chófer para que le subiera. Había cuatro metros de nieve. Se negó. «Da la vuelta, baja y vete a buscarme al otro lado del puerto, a Baréges», le dijo Steinés. Acabó dándole una moneda de oro a un pastorcillo para que le guiara hasta la cumbre.
Era noche cerrada y el pastor quería darse la vuelta. Steinés le ofreció un buen montante de dinero. «Si no vuelvo con las ovejas mi patrón me mata», le respondió. Se dio la vuelta y lo abandonó a su suerte. En plena oscuridad y en medio de una tormenta. Carne fresca para los osos salvajes que campaban por el Tourmalet. Ayer, más de cien años después del maravilloso descubrimiento de Alphonse Steinés, un oso desatado salió de caza. Va en bicicleta y en la montaña trepa como nadie. Es polaco y se llama Rafal. Su apellido es el del gruñido de un animal salvaje, hambriento de carne. Es el grito de un guerrero de casta pura: Majka.
Con el ánimo aterido y la cabeza gacha, como ya pedalea la mayoría de los que en Utrecht se llamaban favoritos después de la machada de Froome en la Pierre Saint Martin, el viento en la salida de Pau favorecía a los valientes. Como el incansable Thomas Voeckler, como Serge Pauwels o Morabito. Como Daniel Martin, que saltó en el Aspin como un cohete y logró conectar con los fugados. Y como Rafal Majka. Hay que ser descarado, como él. Y hay que tener las fabulosas piernas que tiene él.
En el Tourmalet, donde Steinés mintió a su jefe para que llevara el Tour a aquella montaña donde casi se lo comen los animales, donde aún resuenan los ecos de aquel grito de Octave Lapize, primer ciclista de la historia en pasarlo, que al llegar a meta se fue directo a por el director del Tour. «¡Sois unos asesinos!», le increpó.
Allí, por donde Steinés subía a pie guiado por el pastor, un oso asestó un zarpazo y se fue de caza. A ocho kilómetros de la cima, Majka se despegó de sus compañeros y voló hacia Cauterets.
En ese mismo instante, por detrás, Joaquim Rodríguez se descolgaba del grupo de Froome. Éste no va a ser su Tour. Quién sabe, quizás ya no hay sitio en la ronda gala para él a pesar de que su renovación con el Katusha por un año más está prácticamente hecha. Ni siquiera el orgullo puede hacerle pedalear más fuerte al bueno de Purito Rodríguez.
De eso tiró Nibali. De las heridas que en la Pierre Saint Martin le dejaron las palabras de su jefe, Vinokourov. «Necesita un buen mecánico porque algo se ha roto en su cabeza», le increpó el patrón kazajo. Nibali sacó la casta y puso a tirar a sus compañeros para debilitar a Froome y su potente Sky. Qué va. Ni con ésas. Poco después de salir de las famosas galerías, Nibali no pudo aguantar más. Maldita montaña de mal retorno.
En el descenso por el que Steinés cayó por los barrancos con los pies congelados, se lanzó también Valverde a intentar desestabilizar a Froome. Nada. Nadie puede con la solidez del africano. Ni cuesta abajo ni mucho menos para arriba. Arrugan la frente y con la cabeza gacha cruzan la meta. «Es una pena no tener las piernas tan increíbles del año pasado», se lamenta Contador. «Es un Tour diferente para mí». Al menos Majka le ha dado algo de ánimo y la etapa, algo de oxígeno.
✕
Accede a tu cuenta para comentar