Tour de Francia

Francia

Correr el Tour y repartir bicicletas

Daniel Teklehaimanot, eritreo, saluda a los aficionados del Tour
Daniel Teklehaimanot, eritreo, saluda a los aficionados del Tourlarazon

MTN-Qhubeka, el equipo africano que lucha contra la pobreza.

Cuando el pasado sábado Daniel Teklehaimanot se deslizaba por la rampa de salida se convertía en mucho más que el corredor que abría oficialmente el Tour de Francia de 2015. Hizo historia. Su equipo, el MTN-Qhubeka, es la primera formación africana que corre el Tour. Y sus integrantes son mucho más que un equipo. En el autobús que llega a las salidas de cada etapa con los corredores, y los espera para trasladarlos al hotel después de cada final, está escrito su lema: «La bicicleta te cambia la vida». No es una frase de márketing sentimental ni publicidad engañosa. Es la premisa que guía al equipo. Qhubeka es una fundación que se dedica a repartir bicicletas por África para facilitar la vida de la gente y, de paso, hacer soñar a los niños con llegar a ser ciclistas, como el equipo profesional que ahora corre el Tour y cuyos corredores se han convertido en sus ídolos.

«Allí, en África, tener una bicicleta le cambia la vida a un niño que vive en una aldea alejada de todo. Con ella puede ir a la escuela. Y a su padre, también: si tiene un huerto, podrá desplazarse al mercado para vender lo que haya sacado», explica Alex Sans, el técnico catalán que dirige al equipo. «Para ir al trabajo a algunos les cuesta dos horas de caminata. Si tienen una bicicleta lo pueden hacer en media hora».

Al MTN-Qhubeka pertenece Adrien Niyonsuti. Hace tres años fue el abanderado de Ruanda en los Juegos Olímpicos de Londres. El sueño de un joven que de pequeño tuvo que vivir demasiadas pesadillas. Una noche, su padre lo despertó porque los hutus estaban arrasando su poblado, él es tutsi. Corrió y corrió, más que sus seis hermanos, que fueron asesinados casi delante de sus ojos. Aunque no tuvo tiempo ni de girarse. Tenía que correr y correr para sobrevivir. Lo hizo y, junto a sus padres, se escondió en cada agujero, y se alimentaron a base de deshechos del campo. Casi mueren de hambre, hasta que llegó la ayuda del ejército rebelde tutsi de Uganda.

Adrien Niyonsuti tuvo suerte. Su tío le regaló una vieja bicicleta de acero, un hierro, y así empezó a pedalear. A escapar de su pasado. Un ex ciclista estadounidense, Jonathan Boyer, lo vio un día y se quedó prendado de su estilo y de su voluntad férrea, es un portento. Lo llevó a la selección de Ruanda. Adrien pensaba que en el equipo le apoyarían seis meses y luego le abandonarían. Pero no fue así. Ahora, Niyonsuti cuenta al mundo su historia, olvidándose del odio y del horror, y dice a sus compatriotas, los niños ruandeses, que los sueños se pueden hacer realidad por muchas pesadillas que antes se hayan vivido.

Qhubeka significa «adelante». Ése es su objetivo. El futuro. «En unos años esperamos que los africanos puedan no sólo luchar por triunfos en etapas, sino también por el maillot amarillo», declara convencido Brian Smith, el mánager del equipo.

En este Tour cuentan entre los ciclistas inscritos con dos eritreos negros y tres surafricanos blancos. De uno de ellos, Merhawi Kudus, dicen que puede estar luchando por una «grande» en pocos años. Precisamente éste es el espejo en que se reflejan los niños que tienen la suerte de que les toque una bicicleta de Qhubeka.

En nueve años, la fundación pretende entregar 40.000 monturas entre los pueblos de Mozambique, Ruanda, Eritrea y Suráfrica. Pero hay que ganársela. Aquéllos que plantan árboles o reciclan basuras son los que las reciben. Es el gran premio para ir a por agua, para acudir al trabajo o a la escuela. Para soñar con ser los nuevos talentos de África y correr el Tour como lo hacen sus ídolos africanos. Para que la bicicleta les cambie la vida.