Atlético de Madrid
El abrazo a Torres se quedó congelado
El Calderón se quedó con ganas de ver al «Niño» en el campo, pero se consoló con Oblak.
El Calderón se quedó con ganas de ver al «Niño» en el campo, pero se consoló con Oblak.
Comenzaba el segundo tiempo cuando Fernando Torres salió a calentar. Ninguna jugada hasta entonces había conseguido emocionar tanto al Vicente Calderón como las primeras carreras de su «Niño» por la banda. El estadio arrancó a aplaudir y a gritar su nombre sin disimular las ganas de abrazarlo después del susto de Riazor. Pero se quedó con ganas de alargar ese abrazo cuando saltara al campo. Fernando estiró todos los músculos de su cuerpo, los puso en orden a la espera de su regreso. «Cholo, sácalo», gritaban los aficionados cuando quedaban cinco minutos para el final y Torres era sólo un espectador con peto.
No se trataba de buscar la remontada, ni el gol de la tranquilidad. Era sólo una cuestión de cariño, de comprobar que Torres está en perfecto estado, como si nada hubiera sucedido en La Coruña. El partido conservaba el empate a cero del comienzo, un resultado válido, pero que dejaba fría a la hinchada.
Aunque para conservar ese cero en la portería rojiblanca había sido necesaria la mejor versión de Oblak. Se acercaba el minuto setenta cuando hizo tres paradas consecutivas en la misma jugada. La primera a Brandt, que llegaba por la izquierda, en un disparo con la derecha. El rechace cayó a los pies de Volland, a su pierna buena, la izquierda, pero otra vez estaba Oblak para tapar. La escena se repitió de manera inmediata con los mismos protagonistas. Entonces, el Calderón, al que no le habían dejado abrazar a Torres, se lanzó a besar al portero esloveno. Y tuvo oportunidad de volverlo a aplaudir cuando, de nuevo Volland, no pudo con él minutos después. «Ha hecho un grandísimo partido. Nunca había visto algo así», le felicitaba Tayfun, el entrenador del Leverkusen. «Es el mejor portero del mundo», afirmaba Griezmann.
Oblak siempre recordará que fue el Leverkusen el equipo que marcó su destino en la portería del Atlético. Hace dos años, en la misma eliminatoria tuvieron que llegar a los penaltis para decidir cuál de los dos avanzaba a cuartos de final. Pasó el Atlético por las paradas del esloveno, al que ya sólo una lesión esta temporada ha podido apartar de la titularidad. Ayer no hicieron falta finales agónicos, aunque sus intervenciones se acercaron a la heroicidad.
«Lo de Oblak fue fantástico», reconocía Simeone. Pero la actuación del esloveno no consiguió que el estadio se olvidara de Torres, que seguía esperando en la banda. Los gritos de «Cholo, sácalo» se volvieron a repetir cuando llegó el minuto 90. Pero no es Simeone un entrenador que se deje llevar por el sentimentalismo. Fernando continuó en el rincón hasta el pitido final.
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