Cargando...

Sevilla F.C.

El milagro permanente

Monchi reinventó otra vez al Sevilla que, de la mano de Sampaoli, se postula para el título.

Sampaoli, en la banda larazon

Monchi reinventó otra vez al Sevilla que, de la mano de Sampaoli, se postula para el título.

La Liga es cosa de tres, pero no de los tres de antes. A los dos de siempre se les unió el Atlético en las últimas temporadas y a los de Simeone, que flaquean, los ha suplido el Sevilla en su condición de primer «outsider». Monchi, el artífice de la transformación radical del club sevillista en la última década, lo ha vuelto a hacer. En verano, se marcharon para hacerse ricos el entrenador responsable de los éxitos del pasado trienio, Unai Emery, y los tres mejores futbolistas del plantel: Gameiro, Banega y Krychowiak. Pero el gaditano se sacó de la manga a Jorge Sampaoli, una apuesta de máximo riesgo para el banquillo, y a unos cuantos fichajes dignos del mejor cazatalentos del orbe. Ganó; ganó otra vez.

El Sevilla ha batido plusmarcas históricas en una primera vuelta de ensueño. No es una frase hecho, sino la cruda realidad de los números. Nunca a mitad de Liga tuvo tantos puntos como ahora (42 frente a los 39 que firmó Emery hace dos temporadas) y jamás marcó tantos goles (también 42 frente a los 40 del plantel que digiría Helenio Herrera en la temporada 1956-57, la última vez que los sevillistas fueron subcampeones). Al segundo puesto en Liga que disfrutan, debe añadírsele su clasificación para los octavos de final de la Liga de Campeones, donde espera el muy asequible Leicester.

Jorge Sampaoli fue acogido con descriptible entusiasmo por el sevillismo, una afición a la que los triunfos con Emery acababan de refrendarle las bondades del fútbol de bayoneta y alambre de espinos heredado de técnicos como Carlos Bilardo y Joaquín Caparrós, dos auténticos ídolos en el Sánchez Pizjuán. Había muchos recelos, al principio, porque al sevillista lo asalta un tic en cuanto oye la palabra «toque»: se agarra la cartera con fuerza ante el temor de que el cuentista de turno se la robe. La presencia estrafalaria de Juanma Lillo en el cuerpo técnico de Sampaoli no hacía sino incrementar la desconfianza hacia el argentino quien, de entrada, ofreció dos preocupantes exhibiciones de diletantismo: dejó escapar una Supercopa de Europa que tenía agarrada por no ordenar a sus hombres matar el partido en el banderín de córner y deparó un absurdo circo (6-4 contra el Espanyol) en la primera jornada de Liga. A partir de ahí, Sampaoli mostró el mayor síntoma de inteligencia posible: cambió de idea para amoldarse a las circunstancias del fútbol europeo.

El meritorio Sevilla de esta primera parte de la temporada, el que empató a cero en el campo de la Juventus o el que tumbó en Nervión a Real Madrid y Atlético, ha sido el surgido del magín del «nuevo» Sampaoli: cinco defensas, presión alta y contragolpes de vértigo, todo apoyado en la gigantesca figura de Sergio Rico, un portero al que quiso darle boleto en agosto con el fichaje de Sirigu. También ahí rectificó el entrenador, convencido por el joven internacional a golpe de paradones, igual que apeó a sus jugadores de la idea primigenia de exponerse a robos en el área propia. En el futbol de élite, la posesión en zonas intrascendentes es inútil siempre y, en ocasiones, contraproducente. Sampaoli se dio cuenta enseguida de que vale más robar en campo contrario que sobar el balón en el propio.

El factor humano también ha sido importante en la buena marcha de un Sevilla que ha confirmado la dimensión de N’Zonzi y Vitolo, que ha vuelto a descubrir una joya en un futbolista que languidecía en el Getafe como Sarabia y que ha sacado del pozo a un «crack» declinante como Nasri, quien, en la línea de Luis Fabiano o Banega, ha confirmado al club hispalense como el mejor centro de rehabilitación de futbolistas del mundo. Y en el mercado de invierno, más de todo: han llegado una estrella en ciernes (Lenglet) y otro desheredado por la aristocracia (Jovetic).