Real Madrid
El ogro es Zidane
Su Real Madrid ha ganado en Múnich, Turín y París, estadios que en otros tiempos fueron una pesadilla. Se ha revelado como un técnico tácticamente valiente y con un sello propio.
Su Real Madrid ha ganado en Múnich, Turín y París, estadios que en otros tiempos fueron una pesadilla. Se ha revelado como un técnico tácticamente valiente y con un sello propio.
No existe el miedo escénico para Zidane, más bien todo lo contrario, porque su equipo gana de manera rutinaria allí donde en otros tiempos daba miedo ir y siempre se volvía con malas noticias y una sensación de inferioridad. Su Madrid está a noventa minutos de la tercera final de Liga de Campeones consecutiva y, este curso, sin ir más lejos, ha conquistado el Parque de los Príncipes, el Juventus Stadium y el Allianz Arena. Tres guaridas de esos ogros que ya no lo son tanto, mientras que el verdadero «coco» es este vestuario entregado a un ex «Balón de Oro» que le pone una sonrisa a los días malos y mucha naturalidad al oficio de entrenador. Veinte partidos ganados y tres empatados firmaba el Bayern en casa desde su última derrota en todas las competiciones... hasta que llegó el Real Madrid y sin hacer un partido brillante se impuso porque así tenía que ser, justo de esa manera en la que los bávaros han ganado tantas veces. La Juventus sólo había perdido uno de los últimos 74 partidos como local, hacía cinco años no caía en su estadio, pero llegó este Madrid y le goleó con la misma facilidad que en la final de Cardiff. El PSG atemorizaba con su tridente ofensivo y completó un buen primer tiempo en el Bernabéu. Se descuidó un momento y el campeón lo engulló en el segundo y en la vuelta en París, donde también hacía mucho tiempo que no ganaba nadie.
Decía Zizou que sus chicos no se hacían nada en los pantalones y tenía razón. En otras palabras, la valentía que también muestra él con muchas de sus decisiones. El discurso de la suerte del novato hace ya tiempo que se agotó, porque las casualidades dejan de serlo cuando se repiten tanto. Le acusaban de no tener gusto por la pizarra, muy poco bagaje en los banquillos y de centrarse sólo en la buena relación con los futbolistas. Esto lo tiene y lo explota, porque considera que es fundamental. Él estuvo al otro lado, fue una estrella, y mejor que nadie sabe que si el goleador está contento y cómodo, el entrenador tendrá una fecha de caducidad más lejana. Pero no es sólo el buen rollo lo que sostiene a Zidane. Son decisiones arriesgadas, incluso sorprendentes, cuando lo más fácil hubiera sido poner a los que más dinero costaron cuando llegaron. Es mucho más fácil jugar siempre con Bale y Benzema y tener una excusa si el plan sale mal. Si la cosa no funciona con dos chicos a los que nadie esperaba como titulares, no habría paraguas para aguantar el chaparrón, pero Zidane apostó por ellos.
«Lucas y Marco merecen más», ha dicho en alguna ocasión. Y por eso ambos son la pareja de moda de la Champions. Protagonistas decisivos porque se lo han ganado y gracias también a un entrenador que no se corta con las jerarquías. Sorprendió a Emery en París con dos extremos abiertos y cuatro centrocampistas, mientras que ante la Juventus en la vuelta dio un volantazo sin esperar ni siquiera a que terminara el cuarto de hora del intermedio. Una de esas maniobras que tanto se ha elogiado a Mourinho o Guardiola y que Zidane también ejecuta dando la vuelta a la frase que se había utilizado para criticarlo: «Cuando las cosas van mal y hay que cambiar es cuando se ve a los buenos entrenadores». Esto tuvo que escuchar al final de su primera gran racha de resultados. Una crítica negativa que ahora es música celestial para él.
Después de ganar por segundo año consecutivo en Múnich, Zidane sigue poniendo el foco del mérito en sus jugadores, recuerda que en el fútbol sólo cuenta lo que viene y que no han hecho nada todavía. Disfruta su cargo, pero es consciente de que puede que mañana ya no esté. Esa sensación de falta de apego a su sitio le refuerza tanto como su capacidad para ser un gran portavoz del club. Es un ogro que gana, sonríe y cae bien. Hasta el «New York Times» lo elogia.
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