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Faustino Reyes: más dura fue la caída, pero se levantó
Faustino Reyes no había alcanzado la mayoría de edad cuando se encontró saludando al Rey Juan Carlos y con una medalla de plata colgada al cuello. Lo hizo con un protector bucal y unas zapatillas prestadas. Se le habían olvidado camino del combate de su vida. Perdió, pero ganó la plata, millones de recuerdos y un plan de pensiones, los 420.000 euros con los que La Caixa premiaba a los medallistas cuando cumplieran los 50 años. Faustino, que ahora tiene 42, espera que pasen rápido estos ocho años. Después de los Juegos de Barcelona, lo perdió todo. No se adaptó a la vida en Madrid con el equipo olímpico que se preparaba para los siguientes Juegos, lo de Atlanta. Se quedó fuera del equipo, la Federación vendió la invitación con la que hubiera podido competir y se dejó llevar por las drogas. Se trató en un centro de desintoxicación en Francia, se fue a Berlín, donde vivían su mujer y su hija. Pero tampoco se adaptó. A la niña no la ve desde que ya es más mayor de lo que era él cuando ganó la medalla olímpica.
Faustino regresó a casa, a Marchena, donde ha probado trabajos de todo tipo. Incluso intentó seguir relacionado con el boxeo; montó una escuela, pero apenas le duró dos años. Trabajó en el campo, recogiendo naranjas y aceitunas, y ahora se gana la vida ayudando a un primo suyo a vender ropa en los mercadillos.
La de Faustino es una historia clásica del boxeo y del deporte. Un niño que alcanzó la gloria demasiado rápido y cayó más rápido todavía y que ahora, ya adulto, trata de recuperar su vida normal. Pero nadie le quitará la medalla, ni la felicitación del Rey –«has boxeado muy bien», le dijo– ni todos los recuerdos que se le agolpan ahora como si volviera a vivir de nuevo aquellos Juegos. Ya queda menos para cumplir los 50 y disfrutar de lo que ganó.
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