Ferrari

Fórmula-1 o los autos locos

Alonso, durante el Gran Premio de Brasil
Alonso, durante el Gran Premio de Brasillarazon

Coches contra el paro; por Lucas Haurie

En una de las primeras escenas de «El diablo se viste de Prada», Meryl Streep se encara con la joven esnob que se sentía intelectualmente por encima de la industria de la moda: «Hace cinco años, gente como nosotros decidió el color cerúleo del patético jersey que llevas puesto sin ni siquiera ser consciente de que otros lo eligieron por ti mucho antes de que te lo comprases. Por el camino, además, se han creado varios miles de puestos de trabajo». Para que Rajoy luciera la mejor sonrisa de su año de gobierno en una fábrica de coches en Palencia, Renault ha tenido que desarrollar la tecnología de nuestros modestos utilitarios en los monoplazas que pilotaron en su día Senna, Prost, Schumacher o Alonso, y que hoy conduce Vettel.

Puede que sea osado afirmar que el automovilismo es un deporte, aunque los pilotos requieran una preparación física más exigente que ciertos campeones olímpicos de tiro o equitación. Su enrevesado reglamento y su incuestionable monotonía, además, lo convierten en un espectáculo televisivo dudoso, y no hay más recordar cuáles eran las audiencias en España cuando ningún compatriota optaba al triunfo. Pero, aunque sólo sea por el dineral que invierte el sector de la automoción, clave para nuestra menguada industria, la cosa merece todos los respetos. Comparada con la macarrada de las motos y sus kamikazes adolescentes, no hay color. La Fórmula Uno interesa en sitios distintos al pueblo del niño prodigio de turno y no hay que ir cazando a lazo a incautos que organicen los grandes premios. Somnífero rodante; por María José Navarro

Vaya por delante que a mí la F-1 no es que no me guste, que no es eso ni mucho menos: es que me duerme. Desde este punto de vista, yo tendría que estar en la casilla de mi vecino agradeciendo muchísimo a ese señor mayor bajito y con pelo de loco que haya montado todo este circo. Mis buenos dineros que me ahorro en valeriana. Y miren que me encanta cómo lo hace Nira Juanco y lo mucho que admiro su soltura, lo bien que sabe medir su coquetería y lo sabiamente que calcula la dosis de Margaret Astor, pero nada. Lo he intentado con vermú de grifo, de botella, desayunando, cenando jamón, con aceitunas de Álora y caña de lomo, en quedada con amigos fans del tema, en bares con ambientazo, con bata-manta y tan ricamente en el sofá. Nada. Me quedo muerta, dormida con rebaba. En una sobredosis de cafeína, traté de tomarle cariño a Alonso y acabé pendiente de Maldonado.

Si les digo la verdad, lo que más me repele de esto a lo que llaman deporte (y que tiene de deporte lo que la música militar a la música) es lo de las macizas del «pit lane» (vaya catetada) y la socialización de los conocimientos mecánicos y de ingeniería complicadísima a pesar de que se lleven diez minutos como aficionado. Hasta el más «pintao» es capaz de protestar sobre los neumáticos escogidos, la estrategia a dos o tres paradas, el trabajo del equipo, los segundos que se pierden en boxes, la importancia de la lluvia o del «safety-car». ¿No es todo siempre igual? ¿No es un bucle interminable? ¿Ven? Ya estoy bostezando.