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Calma, colas y francotiradores

Testigo directo / En la puerta del Bernabéu. Dos horas antes del partido, el estadio se convirtió en un búnker al que era imposible acceder sin ser cacheado al menos en dos ocasiones y sin mostrar la entrada y el DNI

Varios momentos del dispositivo de seguridad desplegado
Varios momentos del dispositivo de seguridad desplegadolarazon

Dos horas antes del partido, el estadio se convirtió en un búnker al que era imposible acceder sin ser cacheado al menos en dos ocasiones y sin mostrar la entrada y el DNI

A dos horas y media del comienzo del clásico y a 300 metros del estadio, el insistente vuelo de los helicópteros era lo primero en anunciar que el dispositivo de seguridad no era el de todos los días, ni siquiera el de los partidos de alto riesgo. Ayer no se trataba de evitar choques violentos entre aficiones o mantener el orden público, la cosa era distinta y mucho más seria. Se trataba de un despliegue sin precedentes en España, aunque la tranquilidad y la colaboración de los ciudadanos dominó la tarde en los alrededores del Santiago Bernabéu. Los cacheos empezaban a 200 metros del estadio, en cada intersección, de donde se suponía que no se podía pasar si no se llevaba una entrada en el bolsillo. Un americano y una australiana, sin embargo, lo consiguieron, quizá habían accedido antes, y mostraban un cartelito con el que buscaban hacerse con un ticket de última hora a cambio de 80 euros.

«¿Entrada o abonado?» «DNI, por favor», repetían los agentes de Policía a los que llegaban caminando, con pocas ganas de broma, vistiendo chaleco antibalas y acompañados por otros compañeros con armas largas y escudos, que formaban la fila en cada acera en las que se esperaba a pasar por los detectores de metales portátiles. Los perros anti explosivos hacían también su trabajo discretamente. Todo normal. Así, aficionado a aficionado, o casi, porque hay quien asegura que llegó a su asiento sin haber sido revisado. Algo extraño en un área en la que desde 24 horas antes nada se dejaba sin chequear. «¿También vais a mirar las croquetas?», aseguraba uno de los miembros de la empresa de catering que suministra la comida a los palcos vip del estadio. Desde la mañana del viernes la Policía supervisó cada caja que entraba al almacén. «Creo que lo único que se salvó fue el jamón», bromeaba un agente. Lo mismo hizo la brigada de subsuelo de la Policía con las estaciones de metro cercanas y con todas las alcantarillas, selladas después con un precinto que confirmaba que todo estaba «ok» para la disputa del clásico también bajo el asfalto.

Las autoridades no quisieron en los días previos confirmar la presencia de francotiradores, pero eran varios los que se apostaban en las cornisas del Santiago Bernabéu, con el rifle de precisión preparado y revisando los edificios colindantes con prismáticos en busca de algo sospechoso. Una imagen que impresionaba a los aficionados, más propia de las películas de acción que del día a día, y que confirmaba el nuevo escenario en el que ha entrado la seguridad en Europa tras los atentados en París del pasado viernes 13 de noviembre.

La mañana en el barrio de Chamartín había sido casi normal, más allá de que la grúa se llevara los coches y motos aparcados donde no estaba permitido. Por la tarde, en la calle Concha Espina, la fila de gente esperando a ser revisada llegó a ser de más de 150 metros, colas que se repitieron en el acceso al estadio. Especialmente en la parte de Padre Damián, que había estado cerrada al público hasta que los autobuses de los equipos llegaran a los vestuarios. Nadie podía acceder a esas calles hasta que los futbolistas estuvieran a salvo y, después, a una hora del partido, se abrió el cordón de seguridad y llegó el turno de los vigilantes privados del club, que cacheaban lo más rápido posible para que nadie se perdiera los primeros minutos de fútbol. Brazos en cruz y una rápida revisión. Se trata ya únicamente de una mera comprobación, porque nadie había podido llegar hasta allí sin que le hubieran examinado previamente. El centro comercial, los restaurantes de la Esquina del Bernabéu y la tienda oficial estaban abiertas, aunque para entrar había que enseñar hasta la última pertenencia.

Cuando sonó el himno francés y apareció la bandera gala en la grada blanca, la sensación visual era que el estadio estaba lleno y todo el mundo había podido acceder a su localidad a tiempo. Era el momento del fútbol y de confirmar que nada extraño había pasado. Lo único excepcional había sido el dispositivo de seguridad, que funcionó a la perfección y no detuvo el clásico español por excelencia.

Sin rastro de objetos sospechosos

La colaboración ciudadana fue absoluta. El consejo de no acudir con mochilas o bolsos grandes fue seguido casi al ciento por ciento por los 81.000 aficionados que acudieron al Santiago Bernabéu. Así había menos motivos para levantar falsas sospechas y los cacheos eran más rápidos. No hubo grandes sorpresas en cuanto a los objetos requisados, sólo lo habitual de otros días: tapones, botellas de plástico y el mástil de alguna bandera. Muchos optaron por dejar la merienda para después y no llevarse ni el bocadillo típico del descanso. Lo que hiciera falta para que todo fuera bien, no era un día para quejarse por el exceso de celo o por tardar un poco más en llegar al asiento.