Barcelona
El clásico, en zona de ébola
El misionero Rafael Sabé cuenta que en Guinea-Conakry, donde han muerto 800 personas, la gente apenas se citará en los bares para evitar contagios
Había un niño muy tímido, que no jugaba con nadie. «Y yo le dije que se fuese a jugar al fútbol, con el resto», cuenta Rafael Sabé, salesiano, misionero en Guinea-Conakry. «Después, le vi y estaba con los demás. Sin problemas, pese a su timidez». Sabé vive en un país donde el fútbol es el deporte que casi todo el mundo juega y el clásico, como en muchas esquinas del planeta, es un acontecimiento único: una fiesta para reunirse y ponerse la camiseta comprada por no más de cuatro euros, con la seguridad de que se va a romper pronto. «Es un partido diferente, se para el mundo», cuenta Casillas. Y la emoción es idéntica, se vea en un palco vip con cátering o en un país donde no hay luz eléctrica más de seis horas y el resto del tiempo se iluminan por generadores.
La emoción es la misma. El resto, no. El clásico no se verá igual en un país con luz eléctrica 24 horas, al norte del mundo, con medicina avanzada, que en Guinea-Cronaky, donde han muerto 800 personas por culpa del ébola, y cuando uno va a una casa de visita, lo primero que hacen todos es lavarse las manos antes de saludarse. Es un país donde los colegios no han empezado el curso porque se evitan las aglomeraciones; donde, en fin, hoy no se van a juntar tanto en lugares públicos para ver el encuentro, como hacen todos los años, porque hay miedo: miedo real, miedo que paraliza.
«Un médico atendió a una niña que estaba vomitando. Y en cuanto acabó, él mismo se puso en cuarentena. Luego le hicieron pruebas a la niña y se vio que no tenía ébola. Entonces el médico salió y continuó con su trabajo», explica Sabé, desde Siguiri, donde el colegio que dirige está cerrado a la espera de que se venza a la enfermedad. Mientras, hacen obras de restauración, visitan a familias y ayudan en lo que pueden. El año pasado estaba en Kankan y uno de los Madrid-Barça se jugó a la hora del estudio en el internado. «Por quién gritaba y por cómo gritaban, yo podía saber quién marcaba». El padre salesiano, que acaba de superar otra vez la malaria, se mueve en moto por la población y ve cómo los bares anuncian, aunque quizá con poco éxito, el encuentro de hoy: «En uno ponen el partido con el cartel de El bueno, el feo y el malo. Con el bueno aparecía la cara de Messi; con el feo, Cristiano Ronaldo; con el malo, Luis Suárez». Siguen la Liga española con pasión y, sobre todo, siguen a Messi y Ronaldo, que son personajes sin fronteras, que lo mismo estrenan botas en el Bernabéu, que venden una camiseta en un lugar de África. «Al fútbol hay que ponerle una medalla», cuenta Sabé. «En Conakry, los salesianos Emilio, español, y Bernard, togolés, reciben todas las tardes a cientos de chavales en los torneos del fútbol durante todo el año. En Kankan, el salesiano español José Ramón, con David, salesiano del Mali, y Guillermo, salesiano de México, con un equipo de educadores, acompañan un equipo de fútbol de Segunda del país. «Aquí en Guinea se juega por regiones, debido a las dificultades que ofrecen las carreteras. En Siguiri, los dos salesianos del Mali, Elie Zorom y Grégoire Koïta, y yo, salesiano español, intentamos hacer lo mejor en el mundo del deporte. Todas las tardes, de manera improvisada, nuestros patios acogen a muchos chicos y chicas que vienen a jugar. Por cierto, los balones con los que juegan los niños han sido ofrecidos por la Fundación Real Madrid».
Estos días juegan menos, porque se juntan menos: hay temor y muchos verán el clásico en casa, felices de ver a su equipo, felices de no tener fiebre.
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