LaLiga Santander

La vida de los otros

En Sevilla presumen de la mejor plantilla de su historia y el Valencia se juega la temporada en agosto. Casi un tercio de los equipos sólo aspira a la supervivencia

El Sevilla de Unai Emery puede convertirse en una de las sensaciones de la temporada
El Sevilla de Unai Emery puede convertirse en una de las sensaciones de la temporadalarazon

Tanta post contemporaneidad y tanto mercado globalizado («Odio eterno al fútbol moderno», cantó la banda gaditana FRAC) para que, al final, la Liga sea lo más parecido a una sociedad estamental del Medievo. Dos señores feudales se reparten todo el poder y pasean su insultante opulencia mientras cobran diezmos al resto, tengan poco o mucho. Hay un segundón con pretensiones, hijo bastardo de la grandeza que, para no mezclarse con la chusma, ha tomado los hábitos e intenta expandir su fe por donde lo dejan. Como la historia la escriben los vencedores y la cantan sus bardos, tienen sobrada información de los tres no-citados en páginas anteriores. Aquí vamos a ocuparnos de esos diecisiete Ulises, que podrán gritar en cualquier momento: «Mi nombre es nadie».

Burguesía con pretensiones

Se hicieron ricos, o eso creen, en algún momento del árbol genealógico y ahora pelean por la cuarta plaza mientras sueñan que uno de los de arriba resbale para ellos encaramarse al podio. El Valencia se juega la temporada y casi la viabilidad en agosto. Un resbalón en la previa de la Liga de Campeones frente al Mónaco propiciaría una reacción en cadena que quién sabe si terminaría con la familia Lim en pleno en el cauce del Turia. La rebelión que se cierne sobre Mestalla no es más, sin embargo, que un ejercicio de ceguera voluntaria: nadie quiere ver que los chinos no son sino los testaferros de Jorge Mendes, que también pastorea al club monegasco. En el Sevilla, proclaman haber construido la mejor plantilla de su historia, una afirmación osada en un club acostumbrado a ganar mucho últimamente. Unai Emery deberá reinventarse de nuevo, ahora sin Bacca ni Aleix Vidal.

Los dos representantes españoles en la Europa Liga, Villarreal y Athletic, se debaten entre intentar levantar de una vez un título que abra al fin las vitrinas de El Madrigal y desempolve la sala de trofeos de San Mamés, tres décadas sin tocar pelo, o seguir dando la matraca con la tontuna de la «Champions». Cualquier persona sensata tendría clara su elección, pero la gente del fútbol es... Están entrenados por Marcelino García Toral y Ernesto Valverde, dos de esos técnicos que siempre figuran en la agenda de grandes clubes europeos, pero que nunca dan el salto. Lo que no termina de explicarse es porque logran que sus equipos jueguen muy bien a la pelota con independencia de los futbolistas de que dispongan. Este verano tampoco ha sido de vacas gordas en la ría de Nervión ni en la orilla del Mediterráneo.

Clase media

Lo que de toda la vida se ha llamado «el pelotón de los torpes» es un cajón de sastre en el que se mete a una clase media depauperada o tal vez a los más espabilados de entre los parias, que consiguen juntar para algo más que para sobrevivir. En las ciudades medievales, los gremios agrupaban a familias al borde la inanición con otras de pasar ciertamente desahogado. Con el punto en común de que el ascensor social no funcionaba, de modo que pasaban generaciones y generaciones en la tierra de nadie. Es lo que le ocurre al Getafe de Ángel Torres o al Espanyol de toda la vida, que no saben si es peor morir de un infarto en la pelea por la permanencia que de aburrimiento por ser conscientes desde octubre de que terminarán alrededor del décimo puesto. Distinto es el caso del Betis, que nunca puede considerarse un pequeño pese a estar recién ascendido y ahí siguen sus 40.000 socios, inasequibles al desaliento y a los triunfos del vecino. Se tambalea el Málaga, donde se ha conseguido evitar la tragedia que suponía la fuga del jeque con una gestión racional que ha llevado a vender a los «samueles», esas dos joyas de la cantera. Javi Gracia tiene tarea.

El Celta del Toto Berizzo aspira a dar tantos buenos ratos como el curso pasado y a volver a ganarle su liga al Dépor, donde claman para que de una vez Jorge Mendes (sí, otra vez él) convierta esa casa de locos a algo parecido a un club. ¿Qué decir de la Real Sociedad? Parece que fue ayer cuando se paseaba ufana por la Champions, pero una serie de decisiones erráticas la ha condenado a una mediocridad abrumadora, de la que no parece que saldrá con este David Moyes, de quien podría decirse que es el típico charlatán argentino de no haber nacido en Glasgow. Suscita dudas el Rayo, pequeño por vocación, pero mediano gracias a las estimables temporadas que ha firmado con Paco Jémez. Ahora le han quitado a Bueno y a Kakuta, pero le han metido a un chino en el vestuario, como si no él tuviera ya bastantes problemas y no hubiera suficientes chinas en el barrio.

Los pobres de solemnidad

Ellos aspiran a meter en el saco de los desheredados a otros muchos, cuantos más mejor, pero es cierto que cinco equipos comienzan la Liga sin otro objetivo plausible que la supervivencia. Uno de ellos, incluso, descendió con todas las de la ley en mayo, pero los impagos del Elche repescaron al Éibar, que está obligado a recuperar la magia de la primera vuelta del curso pasado para no irse por el despeñadero. Mendilibar ha suplido a Garitano en el banquillo. Las intenciones del Levante quedan claras por la mera identidad de su entrenador, Lucas Alcaraz, un técnico de pedernal que jamás ha buscado otra meta que rapiñar puntos donde quiera que fuese para llegar a los cuarenta y pocos que prolongan la vida. Uno de los últimos equipos a los que salvó el técnico nazarí fue al Granada, el club de su tierra. Quique Pina se ha encomendado ahora a Sandoval, pero en realidad sigue encomendado al tropel de futbolistas que le ceden sus socios italianos y a su habilidad para lograr resultados sorprendentes en las últimas jornadas. Escrito queda, pero nadie piense mal: es un excepcional motivador. De Segunda llegan el Sporting y Las Palmas, dos clásicos de los años ochenta cuando (volvamos al tema de FRAC) había «futbolistas con bigote, carisma y carentes de tatoos». Los asturianos llegan con una entusiasta chavalería a cuyo frente figura Abelardo, defensa rústico que ha roto en entrenador exquisito. Los canarios hacen reposar sus esperanzas en Sergio Araujo, un goleador argentino a quien media Europa quiere fichar.